La educación española, explicada por sus protagonistas
En su último libro, la periodista entrevista a decenas de profesionales de la educación para radiografiar su estado, desmentir mitos y apuntar nuevos caminos para el futuro inmediato
Cuando uno termina de leer 'Cuestión de educación. Un viaje por la enseñanza española' (Debate), le embarga una sensación peculiar: en el ínterin ha descubierto cómo profesores, inspectores, directores, presidentes de organizaciones de padres como la CEAPA o la CONCAPA, investigadores, estudiantes, historiadores y sindicalistas pueden discrepar en ciertos aspectos, pero coinciden en su diagnóstico de los males de la educación española y no hay ninguna duda de que podrían llegar a un acuerdo de mínimos. ¿Qué ocurre entonces?
En su último trabajo, la periodista y escritora Inés García-Albi, autora de 'Nosotras que contamos. Mujeres periodistas en España' (Plaza & Janés) ha interrogado a decenas de protagonistas de la educación española de todas las edades y condición, para tomar el pulso a un sistema, en teoría, en constante crisis. Y ha llegado a una conclusión: “Llevamos demasiadas cosas en la mochila: la historia, la inercia, los prejuicios, las ideas preconcebidas, la incapacidad de nuestros políticos para llegar a un pacto por la educación, su falta de interés en lograrlo, el lastre de muchos profesores, algunas actitudes de los sindicatos, la pasividad de muchas familias, los malos profesionales que dan un pésimo ejemplo, pero, sobre todo, y esto es culpa de todos, la poca consideración que tenemos de la educación”.
Como explica en una entrevista con 'El Confidencial', gran parte de estos problemas que provocan que tengamos en tan mala estima la escuela española –algo que es otro problema en sí– dan lugar a dos realidades que deberíamos tener presentes en nuestra visión del sistema educativo. Por una parte, el papel jugado por los políticos, que ha provocado que “en este país no se haya apostado por la educación, porque es más fácil utilizarla como arma ideológica; a los políticos en el fondo no les interesa la educación”; y por otra, que la solución a ello deba venir por parte de toda la sociedad: “Es labor de todos, tiene que haber un movimiento global de toda la sociedad, no sólo de los políticos, que no dejan de ser un reflejo de esta”.
Las dos españas (educativas)
García-Albi lo tiene claro: “El acuerdo es primordial en educación, y veo que a mucha gente no le interesa”, en referencia a los dos principales partidos políticos, que han alumbrado siete leyes educativas en 40 años. “Tienen una visión muy cortoplacista, cuando deberían dar lugar a una solución duradera y pensar que la educación es lo que nos va a llevar a ser un país muy distinto”. Esta ideologización de la enseñanza influye en el día a día en el aula y obliga a cambios continuos, como ocurrirá con la Ley Wert: “Es una ley que no ha tenido apoyo, por lo que en cuanto caiga el gobierno tendremos otra ley, que volverá a no ser apoyada… Como votantes y ciudadanos deberíamos exigir que se acabase esta vergüenza”.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en la transferencia de competencias a cada una de las comunidades autónomas, lo que da lugar a que existan 17 sistemas diferentes. García-Albi aboga por una mayor libertad de los centros y autonomía de los docentes: “Debemos tener la confianza en los profesores para organizarse. Por ejemplo, en Cataluña, que cada centro viese si necesita reforzar el castellano o el catalán con una hora más o menos”, explica. La autora recuerda que el problema no tiene que ver con el idioma –la escuelas del País Vasco son trilingües y suelen salir entre los primeros puestos en PISA– sino con la voluntad de alcanzar acuerdos que sean favorables para todos.
Una manifestación clara es la discusión entre Religión y Educación a la Ciudadanía que se ha mantenido a lo largo de la última década, y que en realidad, se trata un debate que no preocupa a los docentes. Aunque la autora considera que la religión debería ser “una experiencia de cada uno”, también cree que “de lo que deberíamos estar hablando es de ciencia y cultura, en lugar de seguir anclados en lo mismo”. Viejas discusiones ideológicas que, en realidad, no influyen de manera significativa en el discurrir del día a día lectivo.
No se hicieron las cosas bien, pero en teoría, la LOGSE era una buena ley: aumentó en dos años la escolarización obligatoria, algo que es positivo
En otras ocasiones, el problema no es tanto de voluntad política como de ejecución. Es el caso de la LOGSE de 1990, sobre la que la autora reconoce que tiene una opinión “encontrada”. “No se hicieron las cosas bien, pero en el fondo, es una buena ley: aumentó en dos años la escolarización obligatoria, lo que en principio es estupendo”, explica. “Lo que pasa es que los profesores de secundaria, por ejemplo, se encontraron con chavales de 14 años que no tenían nada que ver con los de antes. No hubo voluntad de preparar al profesorado, que tenía que saber un poco de pedagogía, de psicología de la adolescencia y de los problemas de los chavales (dislexia o hiperactividad, que es donde se discriminaba antes…). El problema es que se empezó la casa por el tejado, faltó poner los cimientos”. Algo habitual en el resto de reformas educativas, como también ocurrió en la EGB de Villar Palasí: “Al final siempre se deja a los profesores a su aire, no se les forma y tienen que empezar a trabajar de manera diferente”.
Muchos de los problemas más graves afectan a los propios docentes. Es el caso, por ejemplo, de que no exista una verdadera carrera docente, especialmente en secundaria: “Que un profesor que se deja los cuernos sepa que su futuro va a ser el mismo que el de quien no hace nada no motiva mucho, desde luego”. En opinión de la autora, hace falta superar ciertos problemas entre los profesores de secundaria, como puede ser su individualismo, para favorecer el trabajo en equipo como sí ocurre en primaria. “La formación del profesorado es esencial, así como la consideración que la sociedad tiene hacia los profesores: si todos los días oyes lo mal que lo estás haciendo, es muy desmotivador”.
El futuro, a la vuelta de la esquina
García-Albi, no obstante, se define como optimista, aunque también concede que el cambio tiene que venir “de los políticos, pero también de los medios de comunicación, de los empresarios y de los padres, que vean que la adquisición de conocimiento es una forma de mejorar personalmente y como país”. Destaca la polarización que existe entre los padres, que provoca que algunos sean muy sobreprotectores y otros apenas se preocupen, incluso haya quienes “faltan el respeto al colegio y a la comunidad educativa”. “Te da la sensación de que no hay punto intermedio, pero es el mismo reflejo de la sociedad”.
¿La solución, por lo tanto? No se trata tanto de una receta como de un replanteamiento de la situación, en primer lugar, teniendo en cuenta el problema de base: “¿Qué modelo queremos? ¿Más anglosajón? Ocurre lo mismo con las competencias, que está muy claro que hay que alcanzar, pero ¿cómo? Se van haciendo tapones y poniendo un arreglo, una tirita, pero no se acaba de tomar el toro por los cuernos y hacer una reforma duradera sabiendo qué sistema se puede tener”.
Como recuerda la periodista, muchas veces la educación se mueve como un péndulo, entre lo tradicional y las innovaciones, a veces en forma de moda: “Ahora en Alemania están diciendo que hay que hacer más caligrafía… En España veníamos de una escuela franquista de 40 años. Pero el dictado, el ejercicio de la memoria y la caligrafía son imprescindibles, y tiene que haber un punto intermedio para todo. La lectura se ha perdido un poco, aunque no es sólo cosa de la escuela: en la biblioteca de un pueblo una vez vi a una madre regañando a su hijo por leer un libro cuando podía ver la película, porque iba a tardar menos”.
El problema que tiene la educación es que metes a un niño a los tres años en el colegio y al salir al mundo es completamente distinto
Por otra parte están lo que considera “brotes verdes” y que ejemplifica con la reforma que los colegios jesuitas emprendieron sobre la metodología de sus aulas. “Es un ejemplo que recoge un poco lo que hacen en otros colegios e institutos. Es una institución que tiene el suficiente poder específico, con más de 13.000 alumnos. Alguien tiene que liderar el cambio, el problema es que nadie lo hace y todos se tiran los trastos a la cabeza”.
El futuro pasa por adaptar el colegio al mundo que los más jóvenes se encuentran (y lo cual no quiere decir que el sistema educativo sólo tenga como objetivo el trabajo y no el conocimiento, algo que también preocupa mucho a García-Albí): “La clave está en el cambio metodológico y que el foco sea el proceso de aprendizaje. Las reformas, por lo menos, buscan un camino nuevo que nos saque de donde estamos y que se adecue más a nuestra realidad. El problema que tiene la educación es que metes a un niño a los tres años en el colegio y al salir al mundo es completamente distinto”.
¿Cómo es el mundo en el que vivimos actualmente, entonces? “Por supuesto, deben tener una competencia tecnológica clara, cuantos más idiomas mejor (el inglés es fundamental) y flexibilidad: los que estábamos educados en el sistema anterior hemos tenido que cambiar cuando llegó la crisis, y eso ha pasado por formarse de otra manera”. Recuperando una vez más la metáfora de la mochila, los españoles debemos sacar un montón de cosas de ella si queremos seguir adelante… pero también, añadir otras tantas para caminar “hacia una sociedad que no se jacte de su incultura, hacia unos políticos y clases dirigentes que respeten la cultura y la educación, que la gente disfrute del placer de aprender y que lo inculque a sus hijos”.
Cuando uno termina de leer 'Cuestión de educación. Un viaje por la enseñanza española' (Debate), le embarga una sensación peculiar: en el ínterin ha descubierto cómo profesores, inspectores, directores, presidentes de organizaciones de padres como la CEAPA o la CONCAPA, investigadores, estudiantes, historiadores y sindicalistas pueden discrepar en ciertos aspectos, pero coinciden en su diagnóstico de los males de la educación española y no hay ninguna duda de que podrían llegar a un acuerdo de mínimos. ¿Qué ocurre entonces?