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Así serán los pisos del futuro, según Silicon Valley, y no suena bien
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Así serán los pisos del futuro, según Silicon Valley, y no suena bien

Si te gustó el 'coworking', te encantará el 'coliving', la próxima tendencia en las grandes capitales mundiales. O cómo puedes compartir piso (caro) con desconocidos y, aun así, molar mucho

Foto: WeWork ha abierto una sede en Lower Manhattan, Nueva York. (WeWork)
WeWork ha abierto una sede en Lower Manhattan, Nueva York. (WeWork)

Para la mayor parte de la gente, compartir piso es algo propio de estudiantes universitarios o de trabajadores cuya carrera está dando sus primeros pasos. Una etapa transitoria en la vida de cada persona que quizá se recuerde con cariño pero a la que muy pocos querrían volver. Ya hemos hablado en alguna ocasión de cómo la crisis ha provocado que cada vez sea más habitual que treintañeros y cuarentones compartan piso para abaratar costes. Sin embargo, pronto esto va a dejar de ser un tabú y a convertirse en el último grito, si compañías como WeWeork o Common triunfan y terminan por exportar su modelo a países como España.

El concepto que estas compañías ofrecen es muy sencillo: de igual manera que el coworking ha provocado la aparición de espacios donde pasar la jornada laboral junto a otras personas que pueden ayudarte, estos pisos permiten ir un paso más allá y compartir el resto de actividades cotidianas con otros emprendedores o profesionales liberales que, quién sabe, quizá te consigan tu próximo trabajito. A cambio de sacrificar parte de nuestro espacio personal, disponemos de otro tipo de ventajas, señala un reportaje sobre estas iniciativas publicado en Buzzfeed.

Su público objetivo no el del estudiante que se ve obligado a compartir techo en espera de poder costearse un piso, sino un trabajador más privilegiado

Aunque esta clase de pisos comenzasen a surgir en California, no tienen nada que ver con la vida en comuna que ha caracterizado algunas de las experiencias en dicho estado. Nada de compartir tareas, hacer la lista de la compra conjuntamente, discutir sobre quién friega los platos o buscar al compañero que encaje con nuestros gustos televisivos. Se trata más bien de una especie de apartahotel en el que puedes registrarte con una tarjeta de crédito y una firma, en el que las habitaciones se limpian semanalmente y la empresa se encarga de las tareas sucias. Como explica el artículo, es una fórmula pensada para quien considere que su tiempo es demasiado valioso como para malgastarlo en minucias.

Un negocio en expansión

Durante los últimos siete meses, estos edificios han empezado a surgir como setas en las grandes capitales de Estados Unidos, no sólo en los aledaños de Silicon Valley. WeWork, cuyo capital es de 10.000 millones de dólares, y que procede de, entre otros, JPMorgan o Fidelity Investments, ha abierto un centro en Washington de 12 plantas con microapartamentos de 33 metros cuadrados organizados alrededor de un espacio compartido para el trabajo. Crystal City, en Arlington (Virginia) o Brooklyn también han visto la aparición de centros similares. También Manhattan, donde se abrirá una sede de WeWork en un edificio de 27 pisos. En San Francisco, donde todo empezó, la compañía posee una construcción de cinco plantas que se encuentra a tres manzanas de Twitter, cuatro de Uber y seis de Pinterest.

Por su parte, su gran competidora, Common, cobrará 1.750 dólares mensualmente por sus apartamentos en Brooklyn, que se abrirán en octubre. Los pisos tendrán al menos 7 metros cuadrados y una ventana, pero la mayor parte de la vida se llevará a cabo en una área compartida que funcionará como espacio de coworking durante el día y comedor por la noche. The Caravenserai, la tercera compañía en discordia y de vocación más global, ofrece pisos por 1.600 dólares al mes en ciudades como México o Lisboa. Y es probable que pronto surjan otras alternativas que acerquen estas propuestas a un mercado de mayor poder adquisitivo.

Como habrá comprobado el lector a nada que se haya puesto a hacer cuentas, el precio de estos habitáculos no es nada barato. Desde luego, su público objetivo no el del estudiante o profesional con escasos recursos económicos que se ve obligado a compartir techo en espera de ahorrar un poco o poder costearse un piso, sino un trabajador más privilegiado, quizá emprendedor, para el que no existe la separación entre su vida profesional y su vida laboral. Como explica Nitasha Tiku, la periodista de Buzzfeed, debido a que autónomos, empleados por cuenta propia y emprendedores suponen ya una tercera parte de la fuerza laboral al menos en Estados Unidos, la demanda de espacios de trabajo individuales se encuentra en auge. Y, con ella, una nueva manera de entender la vida y el trabajo. O, mejor dicho, el trabajo, que fagocita el resto de la vida.

Una nueva cultura laboral

Si esta nueva tendencia resulta significativa, no lo es tanto por el retorno a formas de convivencia que parecían haberse olvidado como por decir mucho sobre la lógica mental de aquellos que participan de ellas. Algunos encajan en la definición de wantrepreneur, el descalificativo que se utiliza para definir a todos aquellos que se pasan la vida pensando en montar un negocio que nunca llevan a cabo. Otros tantos son profesionales liberales que viven de su marca personal, firmes defensores de la economía colaborativa para los cuales no existe separación entre la vida personal y el trabajo, y por lo tanto, tampoco la debería haber en los lugares en los que pasan su jornada diaria.

Cuando salimos al salón de la casa a trabajar a las diez de la noche, lo que hacemos es compartir nuestra desesperación con otras personas igual de solitarias

De alguna manera, esta clase de centros surgen de la misma lógica que el coworking: en la era de las start-ups, es importante estar donde la innovación se produce. Esta se entiende como algo infeccioso, que puede transferirse por proximidad u ósmosis, sugiere la autora del artículo. Al fin y al cabo, la inspiración para estas viviendas es ya casi mítica: la casa de Palo Alto en la que Mark Zuckerberg y sus compinches desarrollaron Facebook, y que aparece retratada en la película de David Fincher La red social (2010). El problema es que, como buen mito que es, resulta difícilmente inimitable, por mucho que gastemos miles de dólares al mes en una habitación en una casa llena de visionarios como nosotros.

Tiku es muy crítica con esta nueva tendencia, y no le falta razón. Aunque el coliving parezca ofrecer “flexibilidad, libertad para concentrarse y la proximidad de gente que comparte tu pasión”, la realidad es que puede terminar por convertirse en un parque temático para aquel que quiera vivir la experiencia del emprendedor en primera persona… A un alto coste y sin ninguna de sus ventajas, de igual manera que alguien que acude todas las tardes al madrileño Café Gijón no se convierte por acto de magia en un gran escritor.

Peor aún, esta visión puede dar la estocada definitiva al cada vez más complicado equilibrio entre la vida y el trabajo. Si la oficina es tu casa y tu casa es la oficina, y tus compañeros de piso tu red de networking, el equilibro desaparece y todo “se integra”. Otra manera de decir, como sugiere el artículo, que el trabajo ha absorbido el resto de aspectos de nuestra vida y que cuando salimos al salón de la casa a trabajar a las diez de la noche, lo único que estamos haciendo es compartir nuestra desesperación con otras personas tan desgraciadas como nosotros.

Para la mayor parte de la gente, compartir piso es algo propio de estudiantes universitarios o de trabajadores cuya carrera está dando sus primeros pasos. Una etapa transitoria en la vida de cada persona que quizá se recuerde con cariño pero a la que muy pocos querrían volver. Ya hemos hablado en alguna ocasión de cómo la crisis ha provocado que cada vez sea más habitual que treintañeros y cuarentones compartan piso para abaratar costes. Sin embargo, pronto esto va a dejar de ser un tabú y a convertirse en el último grito, si compañías como WeWeork o Common triunfan y terminan por exportar su modelo a países como España.

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