Es noticia
Vida y muerte en el "cinturón del cáncer": la peligrosa desigualdad de la que nadie habla
  1. Alma, Corazón, Vida
INJUSTICIA MEDIOAMBIENTAL

Vida y muerte en el "cinturón del cáncer": la peligrosa desigualdad de la que nadie habla

A lo largo de más de 100 kilómetros se extiende la zona que, desde hace 30 años, algunos llaman el "cinturón del cáncer": una región asolada por la contaminación, la pobreza y el miedo diario

Foto: El exterior de uno de los barracones para esclavos de la plantación Whitney Plantation, en Wallace (Luisiana). (Reuters/Edmund Fountain)
El exterior de uno de los barracones para esclavos de la plantación Whitney Plantation, en Wallace (Luisiana). (Reuters/Edmund Fountain)

En 1986, los trabajadores afiliados a los sindicatos locales de Geismar, una pequeña localidad en el Estado de Luisiana atravesada por el río Mississippi, salieron a la calle para protestar por la apertura de la planta química alemana BASF en los aledaños del pueblo. No se trataba de algo excepcional. Ya existían otras 15 plantas en dicha zona que, según los cálculos que realizaron los sindicalistas junto a Sierra Club (una importante organización medioambiental estadounidense), volcaban al año 34 millones de kilos de vertidos tóxicos en el río. Entre las pancartas que portaron los manifestantes, una de ellas rezaba “¿son los químicos de BASF la puerta de entrada al pasillo del cáncer?”

Ese nombre, el de cancer alley, ha pervivido hasta nuestros días para nombrar a la zona que se extiende a lo largo de 85 millas (unos 136 kilómetros) entre Baton Rouge y Nueva Orleans, a lo largo del río Mississippi. En las riveras del río hay establecidas más de 150 plantas y refinerías que, en opinión de los habitantes de la zona, han provocado la contaminación de aguas y aire y, con ella, el aumento en el número de enfermedades y el abandono masivo de la región por parte de muchos vecinos. El nombre de “callejón del cáncer” proviene, precisamente, de la coincidencia de quince casos de cáncer en apenas dos manzanas, junto a otros siete más en un bloque contiguo. El corredor petroquímico, como se había conocido hasta la fecha, pasó a ser llamado “el callejón del cáncer”, nombre que aún pervive, como muestra un espectacular reportaje publicado en MSNBC.

El nombre que causó controversia

Las palabras crean realidades y, por eso, una denominación tan fuerte como la de “callejón del cáncer” no gustó demasiado a aquellos acusados de contaminar las aguas del Mississippi. Durante los años siguientes, se realizó un gran esfuerzo para poner en tela de juicio dicha nomenclatura. En el año 1997, el doctor Michael Gough publicó un artículo en Junk Science denominando el “callejón del cáncer” un mito medioambiental, citando un artículo publicado en el Journal of the Luisiana State Medical Society, que concluía que “la incidencia de los niveles de cáncer en el corredor industrial son similares o menores que las tasas combinadas nacionales de la mayor parte de cánceres comunes”. Tan sólo había dos excepciones: la de cáncer de pulmón entre los varones blancos y el de riñón entre las mujeres blancas.

Según los grupos medioambientales, las dioxinas, el arsénico y el policloruro de vinilo (PVC) causan problemas de piel y cáncer de pulmón

No fue, obviamente, la única respuesta negativa. Un estudio realizado por investigadores de la Shell Oil Company –que tiene una planta en la zona– confirma dicha visión, al señalar que la mortalidad en dicha zona no supera la del resto de Luisiana. Otra cosa es que también afirmase que este era el segundo Estado de Norteamérica con más muertes por cáncer, con 237,3 muertes por cada 10.000 habitantes (frente a una media nacional de 206) En 2005, otra investigación realizada por la Asociación Americana Clínica y Climatológica aportaba nuevos datos a la discusión y culpaba al tabaco del alto número de cánceres de pulmón entre varones. Y la LAIA (Lake Area Industrial Alliance), un lobby formado por 23 compañías del sector petroquímico, llevó a cabo una campaña para sustituir en la región la creencia de que la industria influía en el número de cánceres por otra en la que eran el estilo de vida el principal factor.

Y, sin embargo, los habitantes de la zona, especialmente los afroamericanos pobres, siguen experimentando enfermedades para las que no tienen explicación. “A veces el olor es tan malo que no se puede aguantar”, explica Brunetta Sims, una de las protagonistas del artículo de MSNBC. Sims sufre heridas en sus pies que no cicatrizan, algo que sus médicos no han sido capaces de explicar. Su hermano, que había fallecido de cáncer el año anterior a los 65 años, también las tenía. Otros amigos murieron de cáncer de pulmón. Según los grupos medioambientales, las dioxinas, el arsénico y el policloruro de vinilo (PVC) causan problemas de piel y cáncer de pulmón. La pobreza provoca que muchos de sus habitantes no puedan abandonar la región, incluso conociendo los riesgos. Muchos siguen pescando a menudo en las aguas contaminadas.

La sensación en el cinturón del cáncer es que, por mucho que los estudios y los lobbys digan lo contrario, la incidencia de enfermedades mortales es muy superior a la media. Y eso dice mucho de la otra clase de desigualdad, más allá de la económica, que define las relaciones en el país americano: la medioambiental.

El último escalón de la herencia esclavista

El cinturón del cáncer es, precisamente, una de las regiones más humildes del sur americano. Si Luisiana es el tercer estado más pobre, el 25% de la población de Baton Rouge vive bajo el umbral de la pobreza; como recuerda MSNBC, muchos de los hogares pobres están compuestos por mujeres solteras a cargo de niños. Cuando las industrias petroquímicas –Luisiana es una de las concentraciones de petróleo, gas natural y químicos de Estados Unidos– se establecieron en la zona, recurrieron a los habitantes locales como mano de obra. Triste y logicamente, muchos de ellos eran los descendientes de los esclavos que durante el siglo XVIII y el XIX habían servido a los blancos en el sur de Estados Unidos. Ahora se enfrentaban a otra clase de esclavitud, viviendo expuestos a condiciones medioambientales perniciosas. La tormenta perfecta para el empresario, otra clase de tormenta para los habitantes de dicha zona deprimida.

Los ambientalistas buscan extremar sus conclusiones para captar más adeptos, mientras que las agencias del gobierno prefieren pasar de puntillas

No se trata de una cuestión exclusivamente racial. La decadencia del sur llegó también a los Apalaches y a otros estados cercanos como Tennessee, Kentucky y Virgina Occidental, cuyos habitantes han visto cómo su salud empeoraba lenta pero inexorablemente. Tan acuciante llegó a ser la lucha de las minorías que en el año 1994, el por aquel entonces presidente Bill Clinton firmó la orden ejecutiva “Acciones Federales para Garantizar la Justicia Medio Ambiental en las Poblaciones Minoritarias y de Ingresos Bajos” con el objetivo de que las agencias federales se mantuviesen alerta ante cualquier posible problema de salud desproporcionado. La medida tenía un carácter claramente racial, uno de los factores más determinantes a la hora de sufrir injusticia medioambiental.

Esta historia resulta también muy reveladora de otra realidad: lo increíblemente difícil que resulta demostrar científicamente la acción de una industria sobre el medio ambiente, sobre todo cuando esta tiene el poder económico y político de su lado. Ello no quiere decir que sea necesariamente verdad; pero sí que no sirve para resolver la incertidumbre de los legítimamente preocupados habitantes locales sobre las consecuencias a largo plazo de la polución. Como señala en el reportaje Anne Rolfes, activista de la Louisiana Bucket Brigade, organización que tiene como objetivo acabar con la contaminación petroquímica en Luisiana, “el estado y la EPA (Agencia de Protección del Medioambiente estadounidense) dicen que no hay problemas, pero los comparan con los resultados a corto plazo y la gente no vive ahí a corto plazo”. Su compañía calcula que en 2013 se produjeron 331 accidentes industriales y que la cantidad total de desechos en el aire puede ser aún mayor que la que las compañías presentan.

Esta situación enquistada está bien resumida en una entrada del blog The Dying Rivers sobre la controversia del “callejón del cáncer”, que hace referencia al estudio publicado por la Asociación Americana Clínica y Climatológica. Como señala el autor, tanto unos como otros tienen sus motivos para defender sus versiones: por una parte, los ambientalistas buscan extremar sus conclusiones para captar más adeptos a su lucha, mientras que las agencias del gobierno prefieren pasar de puntillas por determinados hechos para evitar que cunda el pánico. Sin embargo, cree que el hecho de que el tabaco pueda ser el causante del cáncer de pulmón no quiere decir que el área esté menos contaminada. “¿Es el 'terror tóxico' realmente un constructo social, o está la Asociación Americana Clínica y Climatológica intentando construir socialmente que este terror tóxico no es nada más que un mito?”, se pregunta el autor. Una pescadilla que se muerde la cola mientras –y de esto no hay ninguna duda– una de las regiones más pobres del país vive a diario con el miedo de no saber si pronto estarán muertos.

En 1986, los trabajadores afiliados a los sindicatos locales de Geismar, una pequeña localidad en el Estado de Luisiana atravesada por el río Mississippi, salieron a la calle para protestar por la apertura de la planta química alemana BASF en los aledaños del pueblo. No se trataba de algo excepcional. Ya existían otras 15 plantas en dicha zona que, según los cálculos que realizaron los sindicalistas junto a Sierra Club (una importante organización medioambiental estadounidense), volcaban al año 34 millones de kilos de vertidos tóxicos en el río. Entre las pancartas que portaron los manifestantes, una de ellas rezaba “¿son los químicos de BASF la puerta de entrada al pasillo del cáncer?”

Cáncer
El redactor recomienda