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La puerta de atrás: por esto tienes que pasar para triunfar en el porno
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"ERES UNA FANTASÍA"

La puerta de atrás: por esto tienes que pasar para triunfar en el porno

La industria del porno no es neutral, sino que se aprovecha de unos estereotipos femeninos deseados por el hombre y que ponen continuamente a prueba los límites de cada una de las actrices

Foto: El consumidor de contenidos pornográficos no suele tener en cuenta lo que ocurre dentro de la industria. (iStock)
El consumidor de contenidos pornográficos no suele tener en cuenta lo que ocurre dentro de la industria. (iStock)

Aunque probablemente deberíamos hacerlo más a menudo, raramente nos preguntamos sobre la naturaleza de nuestro trabajo. Sabemos qué es lo que más nos gusta hacer y lo que menos, lo que nos parece moral y lo que no, y lo que estamos dispuestos a hacer y lo que no… O, al menos, cuánto deberíamos cobrar para renunciar a nuestros principios. La mayor parte de entornos laborales se organizan, de hecho, para que aquello que desde fuera puede ser visto como discutible sea considerado normal, incluso positivo. No es la excepción el mundo de la pornografía, donde por sus particularidades –la explotación sexual del propio cuerpo–, esta reflexión suele ser más habitual y pertinente.

Desde fuera suele ser complicado entender las dinámicas que mueven una industria, y raramente el aficionado al porno se pregunta por su funcionamiento real, quizá de igual manera que el espectador de una obra de teatro no se pregunta si el actor está sufriendo realmente o no se trata más que de parte de su trabajo. La actriz Amarna Miller resume bien la situación en su página web: “La actriz porno se convierte en la clase de mujer que no rechaza nada”, explica. “En la imaginación colectiva somos diosas del sexo, maestras en el arte de la satisfacción y siempre estamos listas para tener sexo”. De igual manera que en la restauración la sonrisa es obligatoria para complacer el cliente, en el porno lo es encajar en un estereotipo que, en muchos casos, contradice los verdaderos deseos de las actrices.

La obsesión por la sumisión

En la entrada del blog, Miller cita un artículo publicado en Psychology Today por David Ley, uno de los sexólogos y psicólogos clínicos más célebres de Estados Unidos –sobre todo por haber defendido en The Myth of Sex Addiction (Rowman & Littlefield Publishers) que la adición al sexo no existe, al menos en los términos en que solemos conocerla– y que da una buena idea de la relación del espectador masculino con el estereotipo de mujeres que se ve en pantalla. La obsesión por el sexo anal de un número creciente de espectadores es precisamente el síntoma de una tendencia más profunda: “En la mayor parte del porno, las mujeres se presentan como la fantasía que están siempre listas, siempre cachondas, siempre calientes, y siempre con ganas”, explica.

Asumimos que la actriz tiene que decir que sí a todo y a todo el mundo, que su trabajo es estar siempre disponible

Esto se refleja en las prácticas sexuales que se pueden ver con cada vez mayor frecuencia en pantalla y que las actrices deben llevar a cabo si quieren que su carrera siga adelante, sugiere Miller. Como recuerda Ley, el sexo anal suele practicarse en una pareja cuando esta tiene mucha confianza, como “un regalo” por parte de la mujer hacia el hombre, uno de los últimos tabúes por romper; también, como una de las manifestaciones más “crudas” del sexo. De ahí que, representado en una película pornográfica, sea la traducción de la sumisión de la mujer hipersexual, dispuesta a hacer cualquier cosa hacia el hombre. “Algunas personas ven a un hombre teniendo sexo anal con una mujer como una forma de dominación, donde el hombre 'puede disponer de cada parte de su cuerpo'”, recuerda Ley.

No se trata únicamente de esta práctica sexual: no hay más que comparar la cantidad de sexo oral que una mujer practica sobre el hombre con la que un hombre practica hacia una mujer para entender la situación. También el creciente número de escenas relacionadas ya no con la sumisión, sino con la humillación. La ex actriz porno Shelley Lubben y actual directora de la fundación antiporno Pink Cross lo resumía en una entrevista,al recordar que supuestamente el 88% de las escenas de las películas porno incluyen agresión física. En su artículo, la actriz Alex Devine rememoraba una traumática experiencia durante un rodaje que tuvo que ser detenido después de que su partenaire la golpease sin parar con un anillo de oro “porque me dolía demasiado”. Si escenas así se llevan a cabo, no es tanto por un fetichismo relacionado con el dolor sino por el deseo masculino de someter a la mujer.

Así en la pantalla como en la industria

Este estado de las cosas tiene una doble implicación. No sólo los personajes interpretados en pantalla deben responder a ese estereotipo, sino también la actriz que los interpreta. “Asumimos que la actriz tiene que decir que sí a todo y a todo el mundo, que su trabajo es estar siempre disponible”, se lamenta Miller. “Y a veces olvidamos que ¡hola!, bajo las capas de maquillaje hay una persona”. Ello tiene obvias consecuencias profesionales: cuanto menos estés dispuesto a hacer, menos lejos llegarás, y menos ofertas recibirás. “No se considera buena a una actriz, o que tiene futuro, hasta que hace anal”, explica la madrileña. “Y, si quieres tener éxito, pronto debes pasarte a las dobles penetraciones, gangbang y otras prácticas consideradas como extremas”.

Después de unos meses, el trabajo empieza a escasear, así que las actrices deciden hacer cosas más 'hardcore' (anal, sexo en grupo...)

De igual manera que al trabajador se le exige versatilidad y tragaderas para hacer algún trabajo sucio de vez en cuando, lo mismo ocurre en el porno, sólo que con otras implicaciones. “Cuando entras en esta industria hay una presión para hacer cualquier cosa”, explica. Una exigencia espoleada no sólo por los productores, sino sobre todo por el público, que demanda continuamente ir un poco más allá –¿para cuándo un bukkake? ¿y una orgía?– y “no les importa si te gusta o no”. Es algo semejante a lo que explica una actriz porno conocida como Vanessa B. sobre la trayectoria habitual entre muchas actrices: “Una chica empieza a hacer porno y rueda regularmente entre seis meses y un año haciendo escenas más suaves”, explica.

“El trabajo empieza a escasear, así que decide hacer cosas más hardcore (como anal, hombres múltiples, etc.). El trabajo vuelve a escasear. La chica empieza a hacer de escort y se 'abre' a hacer cualquier cosa para conseguir trabajo”. En la mayor parte de casos, ello deriva en una espiral de la que resulta muy difícil salir puesto que se depende de ingresos que cada vez son más difíciles de conseguir para seguir viviendo y el listón debe bajarse un poco más. No todos los casos son así, obviamente, y el de Miller es una buena muestra. La española explica su regla a seguir: “Sólo llevar a cabo prácticas que me gustan de verdad con gente que me atrae y compañías con las que quiero trabajar”. Ella misma reconoce que a pesar de ello no le falta el trabajo. Pero, siguiendo con la comparación con el mundo laboral en general, cabe preguntarse si es posible que todo el mundo se gane el pan respetando sus límites o tan sólo unos pocos pueden hacerlo mientras el resto de los mortales deben ceder ante las presiones de un mundo donde ir un poco más lejos que el vecino es una importante ventaja competitiva.

Aunque probablemente deberíamos hacerlo más a menudo, raramente nos preguntamos sobre la naturaleza de nuestro trabajo. Sabemos qué es lo que más nos gusta hacer y lo que menos, lo que nos parece moral y lo que no, y lo que estamos dispuestos a hacer y lo que no… O, al menos, cuánto deberíamos cobrar para renunciar a nuestros principios. La mayor parte de entornos laborales se organizan, de hecho, para que aquello que desde fuera puede ser visto como discutible sea considerado normal, incluso positivo. No es la excepción el mundo de la pornografía, donde por sus particularidades –la explotación sexual del propio cuerpo–, esta reflexión suele ser más habitual y pertinente.

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