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"Abuelo, ¡ahí no te metas!": Leopoldo Abadía explica la advertencia que le hicieron
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"Abuelo, ¡ahí no te metas!": Leopoldo Abadía explica la advertencia que le hicieron

En su último libro, el ingeniero de ochenta años repasa muchas de las cosas que ha aprendido a lo largo de su vida, y no podía faltar su visión sobre la política

Foto: Leopoldo Abadía en su casa de Barcelona. (Efe)
Leopoldo Abadía en su casa de Barcelona. (Efe)

En Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón (Espasa) Leopoldo Abadíaabandona la temática económica para plantearse si el mundo está preparado para enfrentarse a la generación de los abuelos más avanzada de la historia.

Con sus ochenta y un años el doctor de Ingeniería Industrial repasa muchas de las cosas que ha aprendido a lo largo de su vida, y no podía faltar su particular análisis sobre la situación política, que repasa en este extracto del libro, que recoge el epígrafe llamado "Abuelo, ¡no te metas en política! ¿O sí?"

Mi padre me dio un consejo:

—Hijo, no te metas nunca en política.

No le pregunté por qué.

En casa de mis suegros no se podía hablar de religión ni de política. Realmente esas son dos cosas de las que todo el mundo entiende, sin ninguna preparación, claro, y todo el mundo habla y todo el mundo pontifica —de esto y de fútbol. Alguien dijo que todos llevamos dentro un seleccionador nacional—. Siguiendo el consejo de mi padre, nunca me metí en política. Ahora me da pena. Comprendo a mi padre, que debía saber lo que pasaba y decía: “Ahí, que no se meta mi hijo”.

Al cabo de los años leí un libro de Josep Pla sobre la Segunda República española, que ahora añoran muchos porque dicen que entonces se vivía muy bien —supongo que porque no han leído este libro—, y pienso que nada ha cambiado, que aquella cuadrilla era comparable a la cuadrilla actual.

Tristemente ha habido muchos padres, buenos, como el mío, que con su mejor voluntad dieron esos consejos a sus hijos mientras nos educaban bien, enseñándonos a distinguir lo bueno de lo malo. Y aquellos chavales, que sabíamos distinguir lo bueno de lo malo y que, además, procurábamos hacer lo bueno, nos dedicamos a todo menos a la política, tal y como nuestros padres nos habían indicado. Con lo que la política quedó solo para los que no habían tenido la suerte de tener unos padres decentes. O, teniéndolos, no les habían dado ese consejo. O si se lo habían dado, no les habían hecho caso.

Yo sé que esto que acabo de decir es una exageración falsa. Hay políticos decentes, hijos de decentes, a los que sus padres les educaron bien. Lo que pasa es que, vista la situación actual, pienso que la culpa la tuvo mi padre y otros padres decentes, que, al ver el espectáculo que ya había entonces, recomendaron a sus hijos que se quedasen en casa, dejando el campo libre a «los otros».

Servidores del pueblo

Los mayores debernos transmitir a los jóvenes que en la política, como en la medicina o en la fabricación de puertas traseras de coches, hay que pensar en el cliente, o sea, en la persona que te paga el sueldo a cambio de un trabajo bien hecho.

Me molesta mucho cuando un político se califica a sí mismo como «servidor del pueblo». No sé por qué no es servidor del pueblo la taquillera de un cine, el empleado de una tienda o una prostituta. Antes de poner lo de la prostituta me lo he pensado, porque me parecía una ordinariez. Pero esta señora, desde su triste punto de vista, también sirve al pueblo. Al pueblo que se acuesta con ella, claro.

Me molestan los «servidores del pueblo profesionales» —«usted, ¿a qué se dedica?». «Yo sirvo al pueblo»—. Mira, majo, eso es una falsedad como la copa de un pino. Porque yo, también.

Definiciones de política

Me va muy bien acudir a la mitología griega —no creáis que lo hago a menudo— y encontrarme, por ejemplo, al personaje de Medusa. Este monstruo, con cabeza de mujer y serpientes por cabellos, petrificaba a todo aquel que le miraba fijamente a los ojos. Cuando la persona era convertida en piedra quedaba totalmente paralizada, sin la posibilidad de poder mover ni uno solo de los músculos de su cuerpo. Algo similar me pasa cuando veo en los medios de comunicación jóvenes políticos sonrientes —o no tan sonrientes, que los hay— con «nuevos» mensajes —y las comillas las pongo con toda intención— y con métodos totalmente innovadores para denunciar, prometer y acosar a los políticos —o las castas, como dicen algunos—: que me quedo como si hubiera visto a Medusa.

Me molesta mucho cuando un político se califica a sí mismo como «servidor del pueblo»

En muchas ocasiones pienso que lo que se hace ahora es un conjunto de cosas orientadas, se supone, a gestionar la res publica. Pero que política, como tal, no es. El Diccionario de la Real Academia Española dice que política es la «actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos». Antonio Valero y José Luis Lucas, profesores del IESE, dos autoridades en este campo y en otros muchos, dicen que política es «el campo del saber que se ocupa de la conducción de las organizaciones hacia sus propios fines y que estudia cómo guiar a los grupos humanos —nación, región, ciudad, ejército, asociaciones profesionales, empresas, etc.— para alcanzar sus objetivos de grupo». Cuando yo daba clases de Política de Empresa decía que la actividad del político de empresa tenía cuatro patas:

1. Saber dónde estoy.

2. Determinar dónde quiero estar en el futuro, llamando «futuro» al plazo más largo que sea capaz de ver con realismo.

3. Determinar lo que hay que hacer para pasar de la situación actual a la futura.

4. Hacerlo.

Lo adornaba un poco, para que no me llamasen simplón, pero de eso he vivido. Añadía que la situación futura debía ser mejor que la actual y que todo se tenía que hacer dentro de la ética —esto fue antes de que sustituyera «ética» por «decencia»—.

Estoy seguro de que hay políticos de verdad que han leído esas definiciones u otras similares, o no las han leído y han fabricado las suyas, tan respetables como esas, y han acomodado su tarea —y su vida, que es lo más importante— a ellas. Pero también compruebo que hay otros que han decidido ser políticos y que utilizan otra definición, no tan respetable como las anteriores. Definición que sería algo como «la política es una carrera que solo tiene un fin: forrarse, ser respetado, ser saludado, comprar un abrigo caro a su mujer, aunque vivan en un sitio cálido, que para eso está el aire acondicionado puesto al máximo, dejarse comprar, exigir que le compren, etc».

En Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón (Espasa) Leopoldo Abadíaabandona la temática económica para plantearse si el mundo está preparado para enfrentarse a la generación de los abuelos más avanzada de la historia.

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