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Un experimento te convierte en director de una fábrica china: esto es lo que harías
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‘WORLD FACTORY’ PONE A PRUEBA NUESTRA MORAL

Un experimento te convierte en director de una fábrica china: esto es lo que harías

Si uno acude al Young Vic de Londres, puede participar en un peculiar juego: ¿qué pasaría si pudieses tomar las riendas de una pequeña compañía china y tuvieses que elegir entre lo moral y lo rentable?

Foto: ¿Cómo te comportarías si fueses el dueño de una fábrica como esta? Ahora puedes comprobarlo. (iStock)
¿Cómo te comportarías si fueses el dueño de una fábrica como esta? Ahora puedes comprobarlo. (iStock)

En un mundo ideal, la mayor parte de personas se prestaría a subir los sueldos, mejorar las condiciones laborales de los más desfavorecidos, abogar por la igualdad entre los países occidentales y los subdesarrollados e intentar garantizar el pleno empleo. La realidad, sin embargo, es muy diferente, como pone de manifiesto World Factory, la última creación de la dramaturga y traductora Zoë Svenden, una mezcla de experimento social y obra de teatro pasada por el filtro de la performance y los juegos de mesa.

En la última creación de la directora del METIS, que puede verse en el Young Vic londinense, los espectadores –o, mejor dicho, participantes– son colocados en 16 mesas, que representan diferentes industrias en competición, después de recibir una bienvenida en la que se les explica someramente la historia del declive industrial inglés y el auge de Asia como continente exportador, haciendo hincapié en las condiciones de los trabajadores chinos. Una vez allí, como si fuesen a jugar a Monopoly, cada grupo recibe una cantidad de dinero que debe administrar a lo largo del desarrollo de la obra.A continuación, cuatro actores disfrazados de crupieres proporcionan cartas a los espectadores con hipotéticos escenarios que los obligarán a tomar decisiones más morales o, por así decirlo, más empresariales.

Lo que más me sorprendió es la capacidad de esos hipsters progresistas para convertirse en despiadados capitalistas cuando se sentaron a la mesa

La respuesta que Svenden intenta que su público responda a través de este juego es ¿de qué manera nos comportaríamos si estuviese en nuestras manos el destino de millones de personas? ¿Seguiríamos nuestros principios o abrazaríamos el pragmatismo? Como la creadora de la propuesta reconoce en The Guardian, la respuesta no es precisamente halagüeña. "Es un juego dentro de una obra", explicaba la autora a The Pool. "Tienes la oportunidad de imaginar cómo sería tener una pequeña fábrica en China. Es una mezcla de Monopoly y póquer, y según lo que elijas, la historia se desarrollará de una manera u otra".

Manejando el destino del mundo

“Lo que más me sorprendió es la capacidad de esos hipsters totalmente decentes y progresistasde la ribera sur de Londres para convertirse en despiadados capitalistas cuando se sentaron en las mesas”, explica en su reseña de la obra Paul Mason. La mayor parte de las decisiones que los participantes han de tomar son de sí o no, de elegir un camino u otro, se lamenta el crítico, por lo que raramente resultan complejas. Pero, a pesar de ello, sus compañeros solían tomar la vía menos amable a la hora de resolver los problemas de su empresa ficticia.

La apuesta de la mayor parte de los participantes era la de favorecer el corto plazo por encima del largo, dar más importancia al flujo de caja que a su fuerza de trabajo y a sus clientes. “Nuestros jóvenes profesionales unidos tuvieron que ser engatusados en varias ocasiones para que no los tratasen como la mierda”, explica el periodista. Pero no era algo que se limitase a los compañeros de mesa de Mason, sino que, como puede comprobarse a través de los datos que se almacenan de otras representaciones, es una pauta común entre los concurrentes a la obra.

La propia directora del espectáculo lo explica en el artículo de The Guardian: “La mayor parte de la gente que tuvo la oportunidad de subir los sueldos después de haberlos bajado, no lo hizo”. Puede aducirse que, al fin y al cabo, se trata de una situación hipotética en la que no se realiza ningún perjuicio de verdad a los trabajadores y, por lo tanto, los participantes simplemente se comportaron como si participasen en un videojuego, es decir, quebrantando los límites de la ética por su propia diversión. Pero también ocurre que, en realidad, estos jóvenes aficionados a la cultura se comportaron de forma aún más feroz que aquellos cuya conducta Naomi Klein describe en No Logo.

Morir o matar

Podría pensarse que el planteamiento del juego está pensado para obligar a los espectadores a tomar la vía más dura, pues de lo contrario estarían condenados a perder. Sin embargo, como recuerda la autora, y al igual que ocurre con el planteamiento de algunos videojuegos como The Stanley Parable, cuyo desarrollo se basa en las decisiones que el jugador toma a medida que avanza, existe una suma de decisiones completamente ética que conduce a un resultado satisfactorio para todos, pero muy pocos jugadores se decantaron por dicha opción.

El capitalismo nos somete a la racionalidad económica y nos fuerza a vernos a nosotros mismos como generadores de ingresos

Si no hay ninguna posibilidad de obtener beneficios como ocurriría en una empresa global normal, ¿qué es lo que mueve a estos jugadores a comportarse de esa forma? “No es simplemente el beneficio sino también la prudencia, la necesidad de sobrevivir a toda costa, lo que hace que la gente siga caminos más capitalistas”, explica la autora de la obra. De alguna manera, adoptar el chip del empresario hacía que todos aquellos que en un plano teórico protestan contra la injusticia global terminaran aceptando la falta de ética como el camino más corto para garantizar la supervivencia y éxito de una empresa.

“¿Por qué tanta gente, cuando se les pide que se comporten como un CEO, se convierten en tiranos dignos de una película?”, se pregunta Mason, como si hubiese leído la mente del lector. Quizá porque pensamos que todos los administradores de firmas globales se comportan de la misma manera, quizá porque, como señala el autor, “el capitalismo nos somete a la racionalidad económica. Nos fuerza a vernos a nosotros mismos como generadores de ingresos, centros de beneficio o como acciones que deben ser rentables”. Algo que se encuentra forzosamente en conflicto con las prioridades no económicas del resto de seres humanos. Pero, para Mason, “el capitalismo no es el conjunto de las decisiones egoístas de millones de personas”, como podría parecer a partir de los resultados recabados por Svenden. Afortunadamente, es sólo ficción. ¿O no?

En un mundo ideal, la mayor parte de personas se prestaría a subir los sueldos, mejorar las condiciones laborales de los más desfavorecidos, abogar por la igualdad entre los países occidentales y los subdesarrollados e intentar garantizar el pleno empleo. La realidad, sin embargo, es muy diferente, como pone de manifiesto World Factory, la última creación de la dramaturga y traductora Zoë Svenden, una mezcla de experimento social y obra de teatro pasada por el filtro de la performance y los juegos de mesa.

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