Es noticia
Cómo evitar que se escapen los instantes preciosos de nuestra vida
  1. Alma, Corazón, Vida
LAS LECCIONES DE UN PEQUEÑO HAIKU

Cómo evitar que se escapen los instantes preciosos de nuestra vida

"Detenernos un momento a pensar en las vidas que nos sirven para que vivamos la nuestra y otorgarles la dignidad de nuestro aprecio, nos engrandece". Ángela Vallvey

Foto: La filosofía oriental puede ayudarnos a ser más felices. (iStock)
La filosofía oriental puede ayudarnos a ser más felices. (iStock)

En su nuevo libro, El arte de amar la vida (Kailas), la escritora Ángela Vallvey explica cómo forjar una conciencia preciosa y sabia, una sensibilidad divertida, elegante y original que nos ayude a vivir mejor enriqueciendo nuestro carácter.

En este extracto del texto, Vallvey repasa la historia de los haikus japoneses, breves textos que nos enseñan que, en la vida, los pequeños detalles cuentan.

Fueron los Yamato japoneses los que establecieron la primera capital permanente del Japón en la ciudad de Nara, que continuó siéndolo desde el año 709 al 784. Algunos autores consideran que ese fue el periodo más bello del Japón. Por entonces, también allí, en el Oriente lejano, los soldados escribían poemas. Algunas de esas composiciones se conservaron durante siglos escritas en tablas de piedra en los bosques de Nara, con su caligrafía roída por el viento de la historia. Por entonces, el soldado que derribaba a un enemigo con su lanza se preocupaba luego de escribirle un poema glosando su existencia, su paso por el mundo. A la vez, el soldado moribundo, si encontraba fuerzas, se despedía de la vida con unos versos.

Un 'haiku' es una perla preciosa, adornada de música, que contiene una emoción irrepetible reunida en un momento único

Igual que un poeta soldado antiguo, deberíamos apreciar las vidas sobre las que construimos nuestras propias vidas. Las que sirven para que nos alimentemos, vistamos prendas buenas y baratas, podamos salir a la calle sin que en ella reine el desorden y la suciedad... No es preciso que escribamos una égloga sobre las virtudes del pollo a la pepitoria del almuerzo, y mucho menos de esos alimentos congelados que ni siquiera sabemos muy bien de dónde han venido —por ejemplo—, pero detenernos un momento a pensar en las vidas que nos sirven para que vivamos la nuestra y otorgarles la dignidad de nuestro aprecio, nos engrandece.

Como un poeta soldado japonés cantando las virtudes de su enemigo muerto. Dar gracias con el corazón por lo que nos viste y alimenta el cuerpo y el espíritu es glosar su existencia, es el acto propio de un poeta.

Un instante precioso que no se puede dejar escapar

El haiku es un poema japonés minúsculo que consta de tres versos de cinco y siete sílabas. En él, el poeta canta de manera suave y delicada alguna variación que contempla en la naturaleza y cómo influye en su alma. Y todo eso, es unas diecisiete sílabas. Cualquiera que no conozca bien la poesía y jamás se haya interesado por ella se preguntará: «¿Qué cabe en tan pocas palabras?, ¿qué se puede decir con tan poco margen de expresión?». Sin embargo, un haiku es un precioso cofre de significado. Ha sido definido así, con gran acierto:

«Haiku es la notación poética y sincera de un instante selecto».

Es el arte de insinuar, de sugerir, de dar el pie para que se desencadene una emoción o un pensamiento. Un haiku es una perla preciosa, adornada de música, que contiene una emoción irrepetible reunida en un momento único. Es breve, y su brevedad lo hace casi perfecto. El haiku, como la vida humana, es pequeño, momentáneo, y parece frágil como todo lo bello. La mayoría de los seres humanos no alcanza relevancia; notoriedad o fama. Si bien, aunque ellos no lo sepan, sus vidas son tan importantes como las de un general de la antigüedad. Y pueden ser, deben ser, tan primorosas como un haiku. Depende de nosotros mismos, uno a uno, el poder conseguirlo.

Desde que todos podemos tener quince minutos de fama, la fama no vale nada

Según parece, Agustín de Foxá publicó en el diario Madrid, el 8 de diciembre de 1942 una composición poética que tituló «Soneto a la Purísima». Un soneto se compone, como es sabido, de 14 versos endecasílabos (o sea, que cada verso tiene 11 sílabas), pero resultó que el «soneto» de don Agustín estaba hecho con versos de 20, 19 y 18 sílabas, por lo que, aunque al parecer era muy... «inspirado», desde luego no era un soneto.

Vivimos una época en la que el triunfo y la celebridad —que no tienen nada que ver con la gloria y la reputación— parecen una cosa fácil. Como fácil es llegar a creer que todos merecemos, aunque no hayamos hecho mérito ninguno, esos quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol. No nos damos cuenta de que, desde que todos podemos tener quince minutos de fama, la fama no vale nada. De manera que la frustración que produce no conseguirla, sobre todo a los jóvenes, más vulnerables, es inevitable. Y la mayoría de las veces, la frustración va acompañada de resentimiento, dos emociones que erosionan el espíritu, lo envejecen y lo afean. O sea: que muchos, como Agustín de Foxá, nos empeñamos en hacer de nuestra vida un rimbombante soneto, y terminamos por componer un mal soneto que, en realidad, ni siquiera puede llamarse soneto propiamente. ¡Qué desperdicio!, sobre todo teniendo en cuenta que podríamos escribir un haiku perfecto, o casi, el del instante precioso de nuestra vida: pequeña, admirable, llena de fuerza ética y capaz de penetrar hasta el alma de quienes nos rodean.

En su nuevo libro, El arte de amar la vida (Kailas), la escritora Ángela Vallvey explica cómo forjar una conciencia preciosa y sabia, una sensibilidad divertida, elegante y original que nos ayude a vivir mejor enriqueciendo nuestro carácter.

La felicidad se demuestra andando Poesía Bienestar
El redactor recomienda