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Mucha comida, cerveza abundante y chicas ligeras de ropa: los 'tetaurantes' y la censura
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UNA TENDENCIA EN AUGE

Mucha comida, cerveza abundante y chicas ligeras de ropa: los 'tetaurantes' y la censura

La proliferación de las cadenas de comida rápida y cafeterías en las que las camareras son utilizadas como reclamo sexual ha sacudido el mundo de la restauración estadounidense: son muy rentables

Foto: Dos camareras sirven comida en la apertura del primer establecimientos de Hooters en Tel Aviv (Israel) en 2007. (Reuters/Gil Cohen)
Dos camareras sirven comida en la apertura del primer establecimientos de Hooters en Tel Aviv (Israel) en 2007. (Reuters/Gil Cohen)

En España, aún nos resultaría chocante entrar a un restaurante para comer algo y encontrarnos con que las camareras visten en bikini, nos sonríen de forma servil y el local se encuentra aderezado con claras referencias sexuales. Pero es algo cada vez más común –y rentable– en Estados Unidos, una moda que amenaza con saltar pronto al otro lado del Atlántico: son los conocidos como “tetaurantes” o “brestaurants”, cuyo número se ha multiplicado durante los últimos años. Franquicias como Twin Peaks, Tilted Kilt Pub & Eatery o la clásica Hooters ingresan millones de dólares cada año y crecen a un ritmo más rápido que casi cualquier otra cadena.

La fórmula es sencilla: comida abundante, cerveza y chicas ligeras de ropa pero encantadas con lo que hacen (o, al menos, eso parece). Es el culmen de la cultura bro, como sugería un artículo publicado en el medio feminista Jezebel. En otras palabras, un plan ideal para amigotes deseosos de llenar su estómago de hamburguesas y malta de cebada y sus ojos de canalillos, tangas y fútbol americano. Una propuesta que se ha extendido también a las cafeterías, muchas de ellas drive-thru (en las que se sirve al cliente en su coche), lo que ha generado tensiones con los habitantes de dichas zonas, los preocupados padres, las asociaciones de vecinos, los ayuntamientos y las prostitutas locales.

Trabajadores sexuales y camareros

La proliferación de estos establecimientos ha provocado que las autoridades locales empiecen a plantearse una mayor regulación de los mismos o, simplemente, su prohibición. En Clovis (California), 150 vecinos recogieron firmas para que el Ayuntamiento inspeccionase Bottom’s Up, una cafetería en la que las camareras visten con bikinis, preocupadas por el mensaje que podrían entender los más pequeños. En Aurora (Colorado), un bar semejante se vio obligado a cerrar, pero por no pagar el alquiler. ¿La palabra que estos establecimientos traen a nuestra cabeza y que los dueños no se atreven a pronunciar? Objetificación, tratar a una persona como a un objeto.

La pregunta que intentan responder las autoridades locales es si utilizar el sexo como reclamo las convierte en trabajadoras sexuales

El código de vestimenta está claro: ropa que deja poco o nada a la imaginación y, en las cadenas más conservadoras, algo más opaca que en los locales más bizarros. Pero también es prístino el comportamiento que deben adoptar las trabajadoras, una mezcla entre la perenne e impostada simpatía de la restauración americana (“aquí tiene su hamburguesa, ¡que tenga un feliz día!”) y la sumisión a los deseos del hombre (el 70% de los clientes son varones de entre 25 y 54 años).

Un artículo publicado en The Atlantic explicaba con detalle, por ejemplo, cómo era el atuendo de una trabajadora de Devil’s Brew Coffee. Básicamente, un sujetador de color chicle atado con un tirante y ropa interior de color magenta “que apenas se esfuerza por cubrir sus nalgas”. Eso, en los días más bajos, como los miércoles. La alternativa en los días de topless son únicamente un tanga y pezoneras. No hay ninguna duda de que lo sexual forma parte del reclamo del restaurante, pero la pregunta que intentan responder las autoridades locales es si eso las convierte en trabajadoras sexuales, cuya labor debería ser regulada de otra manera.

Mike Fagan, del ayuntamiento de Spokane en el Estado de Washington, donde abundan estos establecimientos, reconoce en dicho artículo que su lucha por imponer un código moral a los negocios locales ha terminado fracasando. “Para mí, hablamos de entretenimiento para adultos”, explica. “No queremos cerrarlo. Queremos decir ‘u os ponéis otra vez los bikinis u os mudáis a una zona más apropiada’”. ¿Qué zona? El barrio rojo de la ciudad, por así decirlo. Una restricción que no ha sido muy bien recibida en el país de la libertad (empresarial).

El cuerpo (y el dinero) es de las mujeres

¿Qué opinan las trabajadoras de todo esto? Aunque es difícil averiguar qué piensa cada una de ellas, es previsible que su lógica oscile entre el “en cuanto encuentre otra cosa me largo de aquí” y el “no lo cambiaría por nada”. La dueña del Devil’s Brew Coffe adopta la actitud más pragmática el reconocer que ha sido una buena salida laboral para ella, debido a su condición de expresidiaria. “Cuando una mujer dice ‘¿Sabes? Voy a hacer dinero con lo que tengo’, ¿cómo eso no puede considerarse empoderador?”, se pregunta. Lo cual nos devuelve al viejo e irresoluble debate feminista: ¿es legítimo utilizar las armas de mujer para prosperar, incluso si ello perpetúa los roles tradicionales, o se debería limitar la libertad individual de las mujeres en pos de la igualdad de género?

Ganamos bastante dinero y no es muy duro. Es un insulto que me digan que por trabajar aquí no tengo dignidad

Como asegura otra de las trabajadoras de la cafetería, resulta cada vez más difícil trazar una frontera entre un trabajo de índole sexual de otro que no lo es. ¿Una modelo que vive de sus curvas lleva a cabo un trabajo sexual? ¿Una empleada de recursos humanos que debe cuidar su apariencia para trabajar con sus clientes? ¿Cualquiera de nosotros cuando nos encontramos la influencia del lookism, es decir, la discriminación por nuestro aspecto? “Ganamos bastante dinero y no es muy duro”, reconoce esta camarera que parece llevarse especialmente bien con sus clientes, masculinos o femeninos. Ella misma respondió ofendida a un amigo que le sugirió que debería respetarse más que “el hecho de que trabaje aquí no significa que no me respete”. Una vez más, la dignidad se encuentra en el ojo de quien mira.

La última voz que suena en el reportaje es la de las trabajadoras sexuales de la localidad, que creen que estas camareras son compañeras suyas y también están expuestas al rechazo y la estigmatización. En la opinión de una activista del Proyecto de Compromiso con los Trabajadores Sexuales de Seattle, el hecho de que no toquen a los clientes o no hablen abiertamente de sexo no son razones suficientes para que su empleo no se considere de índole sexual. Además, como ocurre con la prostitución, muchos clientes acuden por primera vez por razones carnales, pero vuelven por la conexión humana con alguna de las empleadas. La pregunta que cabe hacerse es cuántas labores cotidianas que jamás consideraríamos sexuales encajan en uno o varios rasgos de dicha definición. Y quizá descubriríamos que la naturaleza del trabajo moderno se parece más a la prostitución de lo que nos gustaría pensar.

En España, aún nos resultaría chocante entrar a un restaurante para comer algo y encontrarnos con que las camareras visten en bikini, nos sonríen de forma servil y el local se encuentra aderezado con claras referencias sexuales. Pero es algo cada vez más común –y rentable– en Estados Unidos, una moda que amenaza con saltar pronto al otro lado del Atlántico: son los conocidos como “tetaurantes” o “brestaurants”, cuyo número se ha multiplicado durante los últimos años. Franquicias como Twin Peaks, Tilted Kilt Pub & Eatery o la clásica Hooters ingresan millones de dólares cada año y crecen a un ritmo más rápido que casi cualquier otra cadena.

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