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¿Te suena este tipo de gente? “Eso lo arreglaba yo de dos patadas”
  1. Alma, Corazón, Vida
UN ANÁLISIS DEL LUGAR COMÚN

¿Te suena este tipo de gente? “Eso lo arreglaba yo de dos patadas”

Hay tópicos bastante inocuos, pero hay otros que pueden ser venenosos en la vida de una persona o de su comunidad. Sobre todo los de carácter moral y político

Foto: Todos somos muy listos y lo haríamos mejor, hasta que nos toca. (Corbis)
Todos somos muy listos y lo haríamos mejor, hasta que nos toca. (Corbis)

EnTantos tontos tópicos(Ariel), el filósofo y catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País VascoAurelio Arteta, desgranalos tópicos de la conversación que, más allá de la mera rutina verbal,van asentando el poder de la mayoría en el discurso social dominante.

“Creo que tengo un oído fino para captarlos y para entrever su significado profundo, lo que no es muy frecuente”, aseguraba en una entrevista con El Confidencial. “Y, junto a tópicos bastante inocuos, hay otros que pueden ser venenosos en la vida de una persona o de su comunidad. Sobre todo los de carácter moral y político”.

En su nuevo libro, Si todos lo dicen. Más tontos tópicos (Ariel) continúa su trabajo de recopilación de lugares comunes. En este extracto se detiene a explicar un tópico muy extendido: “Eso lo arreglaba yo de dos patadas”

O en un santiamén o en dos días, lo mismo da. Ya sea eso que hubiera que arreglar la corrupción de las instituciones públicas, la crisis económica o lo que en cada momento fuere: que me lo dejen a mí y verán. Es de temer que quien se pronuncia invocando patadas, en efecto, guarde sus virtudes políticas más cerca de los pies que de su cabeza.

1. ¿No perciben ya el olor a chulería que despide un estribillo tan popular? Los demás, en concreto los políticos profesionales, o no saben lo que uno sabe o no se atreven a hacer lo que deben y lo que uno haría. Estos últimos están sometidos a sus partidos, mientras que uno es libre para cortar por lo sano, guiado sólo por la búsqueda del bien común. Los problemas públicos se acabarían con sólo que éste llegara al poder y le dejaran ejecutar sus planes. Programa político no tiene, pero le bastaría con sentarse un momento a poner orden en sus brillantes ocurrencias para redactarlo y sacar los colores al resto de los líderes. Es que los otros, ya digo, ni tienen interés ni se sientan a pensar, sino que van a lo suyo, que es precisamente lo contrario de lo de todos. Sólo gente desinteresada como él sería capaz de enderezar tantos desaguisados.

Pocas cosas revelan mejor ese caldo sin sustancia que la improvisada encuesta callejera en que el osado reportero le pide a algún paseante su opinión sobre los avatares más variados del momento político. Es de maravillarse entonces escuchar cómo tantos coinciden en unas recetas que no se le habrían ocurrido ni al mismísimo Solón. Las soluciones suelen ser tan profundas y complejas como que «los políticos tendrían que ponerse de acuerdo», que «todos deberían ceder un poco» o que «bastaría con que todos fuéramos algo menos egoístas». Quienes sueltan tan flamantes fórmulas mágicas se muestran encantados de su propia sabiduría, exhiben una conciencia moral que juzgan ejemplar y vuelven a casa tan contentos consigo mismos. ¡A ver quién les quita la razón!

2. Entre lo mucho que ignora, esa estirada vaciedad desconoce el hecho insuperable del desacuerdo en política y se imagina vivir en una especie de comunión de los santos en lugar de en una comunidad de ciudadanos, repleta de discrepancias e intereses opuestos. Y, por otra parte, muestra una preocupante inclinación a la autocracia. Porque manifiesta su capacidad de afrontar y solventar los problemas en solitario, sin que los demás tengan otra cosa que hacer sino contemplar y aplaudir.

Se supone que el ciudadano medio no debería perder su tiempo tratando de apoyar en cuidados argumentos un voto cuyo impacto se difumina entre millones de votos

Esa incompetencia cívica no se mide principalmente, como suele ser práctica común entre los investigadores, por su desconocimiento de los artículos de la Constitución, los órganos del Estado o los nombres de los ministros. Ni tampoco el momento preferible de tomarle el pulso es el período electoral. Miedos aparte, uno diría que ese desconocimiento se revela o bien en la ineptitud de pronunciar juicios políticos (para acogerse al «no sabe, no contesta») o bien en la simplicidad de los juicios políticos emitidos. Así lo han hecho notar demasiados, y no siempre con la mejor intención. «El mejor argumento en contra de la democracia —decía Churchill— es una conversación de cinco minutos con el votante medio».Bernard Shaw escribió que «la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría in-competente». En una reflexión ya clásica, Schumpeter había advertido que «el ciudadano normal desciende a un nivel inferior de prestación mental tan pronto como penetra en el campo de la política. Argumenta y analiza de una manera que él mismo calificaría de infantil si estuviese dentro de la esfera de sus intereses efectivos. Se hace de nuevo primitivo».

Pero esa ignorancia pública, sostienen bastantes estudiosos de la política democrática, resulta ser una «ignorancia racional». Se supone que el ciudadano medio no debería perder su tiempo tratando de apoyar en cuidados argumentos un voto cuyo impacto se difumina entre millones de votos. Lo racional, es decir, lo conforme a su propio interés o beneficio individual, sería más bien permanecer iletrado en lo tocante a asuntos públicos. Si pese al escaso rendimiento político que les reporta tantos ciudadanos acuden todavía a las urnas, ello se explica por algún residuo sentimental de deber hacia su comunidad o porque su abstención le produce una incoherente conciencia culpable de no haber respaldado la victoria de su partido de siempre o, al contrario, de haber contribuido a su derrota. Eso sí, seguirán siendo reacios al esfuerzo que requiere llegar a estar medianamente informado en política, lo que en nuestros días traería consigo un coste creciente de tiempo y empeño. La incompetencia cívica, en definitiva, estaría destinada a mantenerse tanto tiempo como perdurara nuestra forma de democracia liberal.

Otros, sin embargo, defienden la tesis de la sabiduría colectiva, vinculada a la idea de que varias cabezas juntas valen más que una sola. Aristóteles ya sugirió que «la multitud es mejor juez» en cuestiones políticas y estéticas, sencillamente porque su juicio está configurado por los de todos los miembros de su comunidad. No estoy seguro de que los extraordinarios medios informáticos hoy a nuestro alcance puedan, por sí solos, promover esa sabiduría colectiva que la complejidad democrática presente demanda. Para lograrlo, ese saber político de los muchos requiere varias condiciones nada triviales. De un lado, un cierto nivel de juicio y conocimiento de buen número de los componentes de una sociedad; del otro, una suficiente diversidad de puntos de vista e interpretaciones sobre la justicia en el seno del grupo. ¿Y no sería preciso añadir todavía algún grado de permanente deliberación pública, institucional y más espontánea, entre esos ciudadanos para alcanzar aquella sabiduría colectiva? Pero todo esto le sobra a quien supone que posee la clave para arreglar los problemas de su sociedad. Como al torero enrabietado cuando se le tuerce la faena, también a él se le oye decir: «¡Dejadme solo... !».

EnTantos tontos tópicos(Ariel), el filósofo y catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País VascoAurelio Arteta, desgranalos tópicos de la conversación que, más allá de la mera rutina verbal,van asentando el poder de la mayoría en el discurso social dominante.

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