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Abriendo la puerta del placer: la ciencia explica cómo debes acariciar
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‘TOUCH’, EL ENSAYO DEFINITIVO SOBRE EL ROCE

Abriendo la puerta del placer: la ciencia explica cómo debes acariciar

No es lo mismo rozar el brazo de un compañero de trabajo que recibir una caricia en el cuello de la persona que amamos, aunque sean gestos parecidos. Aprende a realizar una caricia de verdad

Foto: Según la situación, una caricia puede expresar amor, cariño o ser entendida como una agresión. (iStock)
Según la situación, una caricia puede expresar amor, cariño o ser entendida como una agresión. (iStock)

No es lo mismo rozar ligeramente el brazo de un compañero de trabajo que recibir una caricia en el cuello de la persona que amamos. Sin embargo, ambos gestos tienen en común el roce de la piel de dos seres humanos: ¿qué es, por lo tanto, lo que provoca que uno de ellos nos produzca una total indiferencia (o incluso repulsa) y el otro un estremecimiento afectivo y erótico?

Durante siglos, el hombre ha desconocido qué ocurría exactamente con las terminaciones nerviosas de su piel. Algunas de ellas eran utilizadas hasta la saciedad, y otras olvidadas: la costumbre de tocar o no tocar depende enormemente de la cultura del lugar en el que nos encontramos. Sin embargo, cada vez más investigaciones nos ayudan a entender qué ocurre con nuestro cuerpo, y muchas de estas conclusiones han sido recogidas en Touch. Ths Science of Hand, Heart and Mind (Viking) que acaba de publicar el profesor de neurociencia de la Universidad Johns Hopkins David J. Linden.

El libro parte de la idea de que la forma en que tocamos a los demás influye directamente en nuestras relaciones sociales, personales y afectivas y viceversa. Se trata de uno de los actos más íntimos que puede realizar un ser humano, y que hemos sido capaces de cifrar en una infinidad de significados (cariño, aceptación, compasión, interés social, amenaza) que entendemos de forma instintiva. Todo nuestro cuerpo (de las neuronas del cerebro a los receptores de nuestra piel) han evolucionado para ello.

Los poros por donde penetran las emociones

No todas las terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo son iguales. Algunas de ellas sirven para comprender la forma de los objetos –de vital importancia para los ciegos–, su temperatura o la vibración que producen, como al pulsar las cuerdas de una guitarra. Pero también existe un tipo especial que nos ayuda a relacionarnos con los demás, y que puede considerarse como un equivalente táctil del “te entiendo”, “no te preocupes” o, sobre todo, “te deseo”.

Los receptores relacionados con el placer tan sólo se activan cuando la caricia se realiza a una velocidad lenta y sin presionar demasiado

Como explica Linden en un artículo publicado en Slate, no fue hasta las recientes investigaciones de científicos como el profesor de la Universidad de Gotemburgo Hakan Olausson cuando supimos exactamente cuáles son los nervios a través de los cuales sentimos el toque de las personas que nos rodean y que provocan que liberemos oxitocina al ser tocados.

Son los receptores táctil-C, que responden ante todo a los estímulos lentos y ligeros. Es decir, aquellos que suelen corresponderse con las caricias cariñosas. Se encuentran alrededor de los folículos del vello, lo que los permite responder cuando el vello cambia de dirección. Incluso algunas de aquellas personas que han perdido la sensibilidad al tacto pueden seguir sintiendo a través de dichos receptores. Como explica Linden en el artículo, es lo que ocurre con una mujer de 32 años denominada G.L., que no siente nada por debajo del nivel de su nariz aunque aún puede mover sus músculos y no sufre ningún problema cognitivo.

Un experimento puso de manifiesto que, en realidad, G.L. no había perdido toda la sensibilidad de sus miembros. En el caso de que fuese tocada con un pequeño pincel al mismo tiempo que se concentraba profundamente, la enferma era capaz de sentir una sensación placentera. Ni dolor, ni calor, ni cosquillas: lo que experimentaba G.L. era placer.

Curiosamente, esta sensación aparecía tan sólo en aquellas zonas del cuerpo que tenían vello, por lo que no surtía ningún efecto cuando se realizaba en regiones como la parte anterior de las manos, y cuando el movimiento no era brusco. Este descubrimiento llevó a los investigadores a empezar a entender qué es lo que resulta necesario para que una caricia sea agradable.

La clave, en la velocidad y en la dureza

La conclusión está clara. Si la paciente no era capaz de sentir nada con los movimientos rápidos, pero sin embargo sí había un tipo de roce que le hacía experimentar placer, es porque uno y otro activaban sistemas distintos. Los receptores relacionados con el placer tan sólo se activan cuando la caricia se realiza a una velocidad de unas 2 millas por hora (algo así como dos centímetros por segundo) y sin presionar demasiado. Además, están diseñados para responder a una temperatura semejante a la de la piel humana. Por el contrario, cuando el roce era mucho más rápido, se activaban los receptores que nos señalan la forma o la localización del impacto.

Una caricia en mitad de una discusión puede llegar a ser interpretada como una agresión

Cuando se excitan los receptores táctil-C, estos envían una señala al córtex insular posterior, una región del cerebro relacionada con los sentimientos positivos. G.L. tan sólo había perdido la sensibilidad del sistema relacionado con los estímulos informativos, que son emocionalmente neutrales y discriminativos, mientras que había conservado la de la caricias, lentas y placenteras. Puede ocurrir al revés: la gente que sufre el síndrome de Norrbotten se muestra indiferentes a las caricias, mientras que percibe el resto de roces de forma normal.

Por supuesto, la diferencia entre una caricia sexy y un golpe brusco no se encuentra únicamente en los aspectos meramente físicos. Como explica Linden, también influyen factores contextuales, emocionales y sociales, que influyen en la percepción de la ínsula posterior. Por ello, una caricia en mitad de una discusión no tendrá un efecto placentero, sino que puede llegar a ser interpretada como una agresión.

Unas conclusiones que se refuerzan con un experimento publicado en Frontiers in Psychology, que demostraba cómo la velocidad del movimiento manual influía en la experimentación del sentimiento placentero. El estudio realizado por profesores de la Universidad de Hertfordshire en Londres cifró en 3 centímetros por segundo el lento movimiento que era interpretado de forma positiva por nuestro cerebro. La investigación concluía que ser tocados de forma gentil reforzaba nuestro sentido de propiedad sobre nuestros cuerpos y la construcción de nuestro yo. Buena razón para pedir una caricia de un ser querido de vez en cuando.

No es lo mismo rozar ligeramente el brazo de un compañero de trabajo que recibir una caricia en el cuello de la persona que amamos. Sin embargo, ambos gestos tienen en común el roce de la piel de dos seres humanos: ¿qué es, por lo tanto, lo que provoca que uno de ellos nos produzca una total indiferencia (o incluso repulsa) y el otro un estremecimiento afectivo y erótico?

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