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Los consejos del filósofo para cuando sólo te quede una hora de vida
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entrevista con roger pol-droit

Los consejos del filósofo para cuando sólo te quede una hora de vida

Hay quien buscaría refugio entre los seres queridos, otros se dejarían vencer por la desesperación, otros se darían al exceso. Roger Pol-Droit propone otro camino

Foto: El filósofo Roger Pol-Droit, durante una representación. (Editorial Planeta)
El filósofo Roger Pol-Droit, durante una representación. (Editorial Planeta)

Como juego o como experimento, el filósofo francés Roger Pol-Droit ha imaginado en qué emplearía la última hora que le quedase si le anunciaran su muerte inminente. El resultado es una suerte de testamento entre poesía y filosofía, en el que recapitula lo que cree haber aprendido a lo largo de su existencia, que pone a disposición del lector para que nos formulemos nuestras propias preguntas. Enfrentados a esa tesitura, a ese momento de la verdad que es el momento final, cada cual daría una contestación: hay quienes optarían por refugiarse en los seres queridos, otros caerían en la desesperación, otros en el exceso. Si sólo me quedara una hora de vida (Ed. Paidós) es la respuesta que Pol-Droit da a una hipótesis que obliga a cuestionarse sobre qué es verdaderamente importante. El confidencial ha conversado con el autor galo acerca de cómo invertir el tiempo que nos queda.

PREGUNTA. En la última hora de su vida no elegiría estar con los seres queridos, darse a los placeres o ponerse a rezar, sino transmitir lo que sabe…

RESPUESTA. Sí. Primero, porque la escritura es mi vida, pero también porque escribir es sin duda la mejor manera de ser astutos frente a la muerte. Podemos olvidar lo que estamos diciendo ahora mismo, porque las palabras se las lleva el viento, pero lo que queda escrito permanece. La escritura es un invento extraordinario que permite que cristalicen las emociones y se transmitan instantes.

P. Pero saber no sabe mucho, ¿no? Porque su libro es un constante alegato contra el saber.

R. Es una paradoja, sí. El hecho de transmitir duda, viniendo de un filósofo, puede llamar la atención, pero he querido cuestionar la verdad, la idea de verdad y la certeza. Hay una categoría de filósofos, los escépticos, a la que pertenezco, que consideramos que hay preguntas esenciales que se plantean a las que no podemos dar respuesta porque no tenemos los medios para llegar a ellas. Este es un libro sobre la vida, no sobre la muerte, pero también sobre la ignorancia…

P. Los filósofos son los guardianes de la ignorancia, según sus palabras.

R. Es una fórmula un tanto curiosa porque la palabra filosofía significa amor por el saber… Cuando hablo de guardianes de la ignorancia no abogo por el oscurantismo sino que me refiero a que vivimos en una época en que los conocimientos se han desarrollado de manera fabulosa, por lo que olvidamos que no tenemos respuestas, y nunca las tendremos, a cuestiones esenciales, como por qué el mundo, por qué nuestra presencia en el mundo o qué viene después. Son preguntas vitales y al mismo tiempo insolubles, y tenemos que aguantar con alegría esta esta ignorancia.

P. La suya es una respuesta pragmática. Ya que no podemos saber, disfrutemos de los sentidos, de las sensaciones y de los sentimientos.

R. No tenemos posibilidad de acceder a verdades absolutas a través de la razón, pero sí tenemos percepciones y emociones que tienen mucho de universales. No quiero convertirme en seguidor de Rousseau, pero en todas las épocas y en todas las culturas nos parece insoportable que un niño sea asesinado delante de su madre. Por qué es insoportable es algo que no podemos explicar del todo, pero lo sabemos bien porque lo sentimos en nuestras entrañas.

P. En este mismo sentido asegura que lo infinito y lo bello son gemelos. La belleza es algo que tampoco podemos explicar en qué consiste, pero sabemos perfectamente cuándo algo nos parece bello.

R. Hay algo muy sorprendente en la belleza. Por ejemplo, ya estamos muy habituados, pero no deja de ser llamativa la emoción que nos provoca el espectáculo de la Tierra. Todos los seres humanos, en un momento dado, afirman que un paisaje o una puesta de sol son muy bonitos y se ven conmovidos por ello. Esa emoción hay que vincularla con nuestra relación con el infinito, que está muy ligada a nuestra relación con el lenguaje. Descartes afirma que tenemos la idea de infinito porque Dios la introdujo en nuestra mente, pero yo me pregunto si no es más posible que fabricásemos la idea de infinito a partir de nuestras experiencias finitas. En todo caso, si hay algo que nos diferencia de otras especies vivas, es nuestro sentido del infinito.

P. Para usted, es mucho mejor adorar los cuerpos que amar la verdad . ¿Qué consecuencias políticas tendría que obrásemos así?

R. Una sociedad en la que el respeto de los cuerpos fuese la regla política cambiaría muchas cosas. Cuando hablo del respeto a los cuerpos hablo de la posibilidad de dejar a cada cual con su integridad física, por supuesto, pero también con su propio desarrollo físico. Todos sabemos que la esperanza de vida de los pobres es inferior a la de los ricos y que la miseria provoca daños corporales. Si lográsemos mantener esa regla como imperativo primordial, se abriría toda una dimensión ética y política.

P. Quizá sea mejor amar los cuerpos a la verdad, pero actuar así tampoco tendría grandes consecuencias sociales, porque no nos gobiernan los filósofos y su razón, sino los números, en forma de estadísticas, balances y resultados.

R. Las cifras no son negativas o peligrosas de por sí. Lo que cuenta es qué se hace con esos números. Se pueden construir hospitales y carreteras o financiar obras públicas que sirvan a la gente, y para eso también son necesarias las cifras, pero también se pueden utilizar para aplastar y dominar. Las cifras son herramientas, la dificultad proviene de otorgarles una dirección adecuada.

P. Una de las creencias habituales en el management actual es que debemos tomar las decisiones fiándonos mucho más de los instintos que de la razón. Esa idea emparentaría con alguna de las que expone en su libro. ¿En qué es mejor dejar que el instinto tome el mando de los negocios?

R. He de precisar un punto, porque no me quedo sólo del lado de los instintos. Creo que la auténtica respuesta sería la combinación de afectos, emociones y razón. La tradición filosófica ha opuesto la razón frente a las pasiones, a las que percibía como incontroladas.El deseo y las emociones debían ser dominadas por el saber, y me parece que no se trata de dejar la razón de lado, sino de entender que no podemos ejercer nuestro razón más que sobre un material que proviene de las emociones: son las emociones las que ponen nuestra razón en marcha, pero una vez ocurrido eso, tenemos que volver a ella. No me gusta mucho la palabra, pero es un movimiento dialéctico, un viaje de ida y vuelta de la razón a las emociones.

P. Señala que las verdades engendran pasiones que ciegan más que iluminan. Creíamos que la razón nos aportaría pistas claras acerca de cómo navegar en la vida, pero usted sugiere que la razón es más dominación que iluminación.

R. Si existiese una verdad, tendría que ser, por definición, única, y eso la obligaría a imponerse. A través de la historia, los grandes sistemas totalitarios han sido fundados a partir de la idea de que se gobierna en nombre de una verdad. Por eso hay que tener cuidado con la verdad. Tomemos un par de ejemplos filosóficos. Platón, imaginando la ciudad justa en la República, aseguraba que el orden social se organizaría a partir del cielo de las ideas, y que la verdad se impondría para que la ciudad fuese justa. Pero la democracia es otra cosa, supone que no hay verdad alguna, que el cielo está más o menos vacío y que no nos envía ninguna señal, de modo que los seres humanos podemos fabricar nuestras propias reglas, siempre inciertas. La democracia no es el gobierno de la ciencia de la verdad. Más cerca de nuestro tiempo, cuando Lenin decía que la teoría de Marx era todopoderosa, estaba haciendo lo mismo que Platón.

P. Nuestra sociedad no suele acordarse de la muerte, que no está presente más que en forma de atentados, accidentes o catástrofes. Titular un libro de esta manera obliga a reparar en ella, algo que ha sido muy frecuente a lo largo de la humanidad.

R. Porque en nuestra época la muerte ha sido dejada de lado. En la antigüedad, pero también en tiempos relativamente recientes, la presencia de la muerte en el pensamiento era habitual. Nuestra sociedad quiere eliminar completamente lo negativo y, del mismo modo, intenta ocultar nuestra finitud. Esta es la época de lo ilimitado y la muerte es nuestro límite principal. Recordar esto, no de forma triste ni mórbida, es lo que nos hace humanos. En el libro menciono cómo hasta el Renacimiento, cuando alguien moría la habitación estaba a reventar. Se invitaba a la gente que pasaba por la calle a entrar. Antes uno moría acompañado, lo cual era muy humano, ahora se muere solo. Hoy la idea de la muerte es algo que se quiere ocultar, pero como los seres humanos siguen muriendo, pues es difícil velarlo del todo. Creo que este horizonte finito es el que vuelve nuestra vida más humana, por lo que este intento de suprimir del todo su representación, es una actitud muy poco humana.

Como juego o como experimento, el filósofo francés Roger Pol-Droit ha imaginado en qué emplearía la última hora que le quedase si le anunciaran su muerte inminente. El resultado es una suerte de testamento entre poesía y filosofía, en el que recapitula lo que cree haber aprendido a lo largo de su existencia, que pone a disposición del lector para que nos formulemos nuestras propias preguntas. Enfrentados a esa tesitura, a ese momento de la verdad que es el momento final, cada cual daría una contestación: hay quienes optarían por refugiarse en los seres queridos, otros caerían en la desesperación, otros en el exceso. Si sólo me quedara una hora de vida (Ed. Paidós) es la respuesta que Pol-Droit da a una hipótesis que obliga a cuestionarse sobre qué es verdaderamente importante. El confidencial ha conversado con el autor galo acerca de cómo invertir el tiempo que nos queda.

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