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Telegonía o por qué tus hijos se pueden parecer al ex de tu pareja
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Telegonía o por qué tus hijos se pueden parecer al ex de tu pareja

Durante mucho tiempo fue un axioma, los adelantos de la genética forzaron su rechazo y ahora, en los albores del siglo XXI, puede volver a irrumpir con fuerza

Foto: ¿Es posible que reconozcamos en nuestro hijos los rasgos de algún ex, y que ello no sean simples imaginaciones nuestras? (Corbis)
¿Es posible que reconozcamos en nuestro hijos los rasgos de algún ex, y que ello no sean simples imaginaciones nuestras? (Corbis)

Durante muchos siglos fue un axioma, posteriormente los adelantos de la genética forzaron su rechazo y ahora, en los albores del siglo XXI, puede volver a irrumpir con fuerza en el panorama científico. Se trata de la telegonía, la teoría que postula que la descendencia de una hembra y un macho puede presentar características de otro macho que se hubiese apareado con la hembra con anterioridad. Aunque la entrada de la Wikipedia la califica de obsoleta, una investigación publicada en el último número de Ecology Letters ha demostrado por primera vez que en algunos animales, los machos no progenitores pueden influir en los rasgos del resto de descendientes de la hembra.

La investigación, denominada Revisitando la telegonía: las crías heredan una característica adquirida de la previa pareja de su madre, ha sido realizada por investigadores de la Universidad del Norte de Gales, y señala que, al menos en las frutas de la mosca, el tamaño de las crías estaba determinado por el tamaño de la primera relación de las mismas, no del auténtico progenitor. Aunque aún estamos muy lejos de desentrañar dicha correlación en otros animales como mamíferos, no digamos ya en el ser humano, no descartan dicha posibilidad y también recuerdan que, debido a que la telegonía fue descartada como mera superstición, apenas existen investigaciones realizadas con la misma.

Una polémica superstición

Los científicos sugieren que este efecto puede deberse a la hipotética absorción por parte de la hembra de las moléculas del semen del primer macho. “Justo cuando pensábamos que lo teníamos todo claro, la naturaleza nos mete un nuevo gol por la escuadra”, ha explicado la autora, Angela Crean. “Sabemos que los rasgos que presentan las familias no están únicamente influidos por los genes que se pasan de los padres a los hijos”.

“Varios mecanismos no genéticos de herencia hacen posible que los factores medioambientales puedan influir en las características de un niño”, añade. “Nuestros nuevos descubrimientos llevan esto a un nuevo nivel, mostrando que un macho puede transmitir también algunas de sus cualidades adquiridas a las crías engendradas por otros machos, pero no sabemos si esto se puede aplicar a otras especies”. En la investigación, los profesores galeses produjeron moscas de diferentes tamaños a través de una alimentación más o menos nutritiva, y luego los cruzaron con las hembras que aún no habían madurado. La conclusión es que aquellas que mantuvieron su primera relación con un macho de gran tamaño dieron luz a descendientes de mayor envergadura, aunque el progenitor real de este hubiese sido una mosca pequeña.

Los científicos de otras universidades se muestran tan convencidos como cautelosos ante tales descubrimientos. En The Guardian, el profesor de la Universidad de Oxford John Parrington señala que habría que recurrir a otras especies como los ratones para saber si podría ocurrir en humanos, aunque reconoce que “hasta hace poco se habría pensado como algo imposible porquese pensaba que el genoma del ADN sólo se pasaba a las futuras generaciones por el macho”. Pero la situación ha cambiado.

En las últimas décadas cada vez hay más evidencia de lo que se conoce como cambios epigenéticos, que pueden transferirse a lo largo de más de dos generaciones, y que están influidos por los estilos de vida o la dieta. El de la epigenética es un término acuñado por Cornad Hal Waddington a comienzos de los años 40 y puede describirse como el conjunto de procesos químicos que modifican la actividad del ADN sin alterar su secuencia. Se trata de un ejemplo un tanto cogido por los pelos, pero el que utiliza la columnista Daisy Buchanan en las páginas de The Guardian resulta bastante ilustrativo. Si, por ejemplo, una mujer ha salido con un hombre adinerado durante mucho tiempo, es posible que su estado de forma física y su dieta haya sido mejor que si hubiese salido con alguien de las clases bajas, por lo que su descendiente se verá beneficiado de la riqueza de la antigua pareja.

“Con tales cambios”, añade el profesor de Oxford, “cosas que se pensaban que eran imposibles podrían, de hecho, no ser tan descabelladas”. Su compañero Stuart Wigby, profesor de zoología en Oxford, calmaba los ánimos, y aunque recordaba que “el principio de la telegonía es teóricamente posible para casi cualquier animal de reproducción interna”, recordaba que “históricamente no ha habido muchas evidencias sobre ello”. ¿En qué condiciones podría aplicarse a los humanos, cuya forma de reproducción es muy diferente de la de los insectos? Por ejemplo, en el caso de que “las madres lleven ADN fetal en su sangre durante el embarazo”.

Una breve historia de la telegonía

Artistóteles fue el primero en sugerir que las cualidades de todos los amantes podrían transmitirse a los futuros retoños, pero el término no fue acuñado hasta el siglo XIX, gracias al biólogo alemán August Weismann. No obstante, durante muchos siglos, y especialmente en la Edad Media, la creencia en la telegonía estaba ampliamente extendida. Es una de las razones por las que se veía con malos ojos que alguien se juntase con una persona divorciada, y por la que los reyes, durante mucho tiempo y para garantizar la pureza del linaje, sólo se relacionasen con vírgenes que pudiesen garantizar dicha condición.

Es el caso, por ejemplo, del también galés Eduardo de Woodstock, conocido como el Príncipe Negro, que se casó por amor con la ya casada Juana de Kent, lo que condujo a temer por el hecho de que su linaje no fuese completamente Plantagenet. No obstante, no fue hasta 1821 cuando la teoría empezó a ganar fuerza, al menos hasta que las investigaciones biológicas comenzaron a ponerla en duda. En dicho año, George Douglas mostró ante la Sociedad Real que, en su deseo de domesticar a un cuaga (subespecie extinta de cebra común), había cruzado a un semental con una yegua marrón, y más tarde, esta había sido cruzada con un semental blanco. Cuál sería la sorpresa del lord de Morton que la cría de estos dos últimos tendría unas peculiares franjas negras en las patas, como el cuaga. Sin embargo, posteriores experimentos realizados para confirmar que la telegonía era verdadera dieron resultados negativos, así que tranquilícese: no es muy probable que su retoño vaya a tener los ojos de ese pesado y estúpido novio de la infancia.

Durante muchos siglos fue un axioma, posteriormente los adelantos de la genética forzaron su rechazo y ahora, en los albores del siglo XXI, puede volver a irrumpir con fuerza en el panorama científico. Se trata de la telegonía, la teoría que postula que la descendencia de una hembra y un macho puede presentar características de otro macho que se hubiese apareado con la hembra con anterioridad. Aunque la entrada de la Wikipedia la califica de obsoleta, una investigación publicada en el último número de Ecology Letters ha demostrado por primera vez que en algunos animales, los machos no progenitores pueden influir en los rasgos del resto de descendientes de la hembra.

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