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Los tres tipos de trabajadores que sacan de quicio a todo el mundo
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Los tres tipos de trabajadores que sacan de quicio a todo el mundo

Pasamos con ellos la mayor parte del día. En ocasiones, apenas intercambiamos un hola y un adiós, pero día tras día, semana tras semana y mes

Foto: Los trabajadores tóxicos no sólo hacen descender la productividad, sino que también perjudican el buen ambiente laboral. (iStock)
Los trabajadores tóxicos no sólo hacen descender la productividad, sino que también perjudican el buen ambiente laboral. (iStock)

Pasamos con ellos la mayor parte del día. En ocasiones, apenas intercambiamos un hola y un adiós, pero día tras día, semana tras semana y mes tras mes, ahí están, compartiendo nuestro espacio y tiempo, nuestra vida. No nos referimos a la pareja, ni a los hijos o a los padres, sino a los compañeros de trabajo: las personas al lado de las que nos hacemos viejos y con las que más horas pasamos en nuestra vida. ¿Triste? Bien es cierto que no los hemos elegido nosotros, pero no nos queda más remedio que convivir de la mejor forma posible con ellos.

En el ecosistema laboral hay numerosas especies de trabajadores, algunas en peligro de extinción, como los solidarios que siempre están dispuestos a echar una mano sin pedir nada a cambio, y otros que amagan con convertirse en plaga, como los trepas o los manipuladores. Sin embargo, existen otras especies que, aunque menos abundantes, son mucho más tóxicas. Lograr identificarlas es el primer paso para evitarlas o saber cómo tratarlas.

No siempre es fácil, pero el CEO de Audience Bloom, Jayson Demers, ha recopilado en Inc. algunas pistas para desenmascarar a los tres tipos de trabajadores que sacan de quicio a todo el mundo y contra los que la manada debería aliarse, sí o sí, para pararles los pies. Y es que, según asegura, además de perjudicar la salud laboral del resto de compañeros y deteriorar el buen ambiente, “afectan directamente a los responsables de las decisiones estratégicas”.

Estos individuos viven el trabajo, y la vida en general, como si estuviesen actuando en un reality show televisivo. No son fáciles de identificar, pero se trata de personas ávidas por presenciar y, sobre todo, arbitrar desencuentros entre otros trabajadores. Su obsesión llega al punto de que, en ocasiones, son ellos mismos los que crean el problema y luego se sientan tranquilamente a observar cómo se desarrolla la situación. Disfrutan viendo correr la sangre. Son aquellos a los que Albert J. Bernstein ha denominado como “vampiros emocionales”.

Según la descripción de Demers, los reyes del drama tienen habitualmente un tono negativo e incluso apático. Una actitud cuyo principal peligro reside en que es fácilmente contagiosa. “Principalmente, cuando colocan la diana en los superiores, provocando que el resto de compañeros se posicionen en contra de las personas que tienen que tomar decisiones y causando muchos problemas dentro de la empresa”, advierte el CEO de Audience Bloom.

El mayor problema con estos trabajadores no tiene tanto que ver con la dificultad para identificarlos, sino con pararles los pies. Lo que hacen es contar chismes y manipular al resto de la plantilla haciéndoles ver fantasmas donde no los hay. Al principio, su rareza puede generarnos intriga y ganas de conocerlos con más profundidad, su afán crítico y de chismorrear sobre los demás puede despertar nuestra curiosidad, mientras que su dramatismo e innumerables problemas pueden hacer que sintamos cierta empatía por ellos. Sin embargo, con el tiempo notaremos que una extraña atmósfera envuelve a esa persona.

Algunas empresas “han puesto en práctica ciertas medidas para evitar los cotilleos y los chismes entre los trabajadores, pero tienen un difícil encaje legal”, reconoce Demers. Ante estos empleados, recomienda, “lo mejor es documentar los comportamientos que hayan generado incidentes en el trabajo y hablar directamente con las partes implicadas”.

Son unos quejicas crónicos, evitan responsabilizarse de sus propias acciones y tienden a culpar a otros de sus errores. Siempre tienen preparada una buena excusa, se trate de lo que se trate. Lo más pernicioso es que al ir de víctimas acaban aprovechándose de la generosidad de los compañeros o los jefes que los cubren y ayudan. Siempre tienen una dolencia inventada o un resfriado del que no se han desprendido jamás y, al final, debido a su reiterado absentismo cargan de mucho más trabajo al resto de la plantilla, que debe asumir su parte habitualmente.

A la larga generan resignación entre los compañeros, que deben acabar comiéndose lo que ellos no hacen. Son expertos en darle la vuelta a una situación con mucha habilidad, llegando a presentarse como víctimas cuando en realidad son verdugos. Se trata de una falsa victimización, con el objetivo de seducir y limpiar el terreno para servirse de los demás cuando lo necesitan.

Una vez que hemos identificado a los victimistas, es preciso limitar los contactos y la cantidad de tiempo que pasamos con ellos. De lo contrario, sólo lograrás que consuman tu tiempo y energía con cuentos o historias sobre lo afligidas que están. Por tanto, es recomendable comenzar la conversación advirtiendo que no tenemos demasiado tiempo para hablar ni mucho menos para asumir su carga de trabajo. Todos tenemos problemas y otra vida fuera del trabajo a la que dedicarnos. Si se prolonga la agonía no habrá más remedio que cortarla de la forma más cortés posible.

Querido por los compañeros, odiado por los jefes. Demers se encuentra en el segundo grupo y, como tal, critica que “estos empleados confuden las ‘reglas’ con el ‘control’ y no desaprovechan ninguna ocasión para romperlas. Sin valorar su mayor o menor importancia, el inconformista siempre tratará de quebrantar los códigos, desde llevar una vestimenta inapropiada hasta filtrar información confidencial”.

Pasamos con ellos la mayor parte del día. En ocasiones, apenas intercambiamos un hola y un adiós, pero día tras día, semana tras semana y mes tras mes, ahí están, compartiendo nuestro espacio y tiempo, nuestra vida. No nos referimos a la pareja, ni a los hijos o a los padres, sino a los compañeros de trabajo: las personas al lado de las que nos hacemos viejos y con las que más horas pasamos en nuestra vida. ¿Triste? Bien es cierto que no los hemos elegido nosotros, pero no nos queda más remedio que convivir de la mejor forma posible con ellos.

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