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¿Odiar, para qué? Tenemos derecho a perdonar y a saber pasar página
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¿Odiar, para qué? Tenemos derecho a perdonar y a saber pasar página

Cuando nos relacionamos con otras personas es inevitable sentirnos dañados o injustamente tratados en alguna ocasión. Debemos saber afrontarlo

Foto: Si no somos capaces de salir adelante tras un problema, lo pagaremos muy caro a largo plazo. (Corbis)
Si no somos capaces de salir adelante tras un problema, lo pagaremos muy caro a largo plazo. (Corbis)

Cuando nos relacionamos con otras personas es inevitable sentirnos dañados o injustamente tratados en alguna ocasión. El daño puede ser físico, moral o simbólico, es decir, nos duele por lo que significa para nosotros lo que la otra persona ha hecho, no por los efectos directos de su comportamiento. En cualquier caso, una vez percibido el daño, nuestro cerebro pone en marcha sus recursos para intentar recuperar cierta sensación de control. El primer paso en este proceso es la búsqueda de explicaciones. Saber qué o quién es el causante de lo que ha ocurrido nos permitirá anticiparnos y prevenirnos en el futuro. El resultado de este proceso suele ser la culpa. Culpamos a quien consideramos causante de nuestro dolor y con ello ponemos en marcha toda una gama de emociones negativas que nos acompañarán durante el proceso hasta que el dolor haya desaparecido o al menos hayamos recuperado el control sobre lo que lo causó.

Sin embargo, en ocasiones, estas emociones se cronifican ocupando una porción más grande de nuestras vidas de la que merecen. Por alguna razón consciente o no, el mecanismo ha fallado y no hemos sido capaces de reconocer el momento de pasar página. En estos casos hemos de recuperar los mandos del proceso, debemos decidir de una manera consciente y racional. A este proceso de toma de decisiones le llamamos perdón. Perdonar es ante todo, una decisión. Nadie está obligado a perdonar. Nadie puede obligarnos a hacerlo ni existe ningún código o ley universal que especifique cuando es el mejor momento para hacerlo. Perdonar es un derecho, no una obligación.

El camino del perdón

¿Qué es perdonar? El dolor deja en nosotros tres marcas. La primera y más duradera es la relacionada con el recuerdo. Perdonar no es olvidar, no podemos elegir lo que olvidamos. Más bien al revés, todos hemos experimentado alguna vez el frustrante efecto de intentar olvidar algo a propósito. Los resultados suelen ser nefastos y desconcertantes, ya que en la mayor parte de las ocasiones, estos recuerdos tienden a hacerse más y más presentes, invadiendo nuestra consciencia y como consecuencia, nuestras vidas. Perdonar no es olvidar.

La segunda marca tiene que ver con la valoración, con el juicio moral que hacemos desde nuestros valores. Perdonar tampoco es asumir que lo que nos ocurrió está bien. No se trata de cambiar nuestros valores y nuestras actitudes. No necesitamos pensar que algo está bien para aceptarlo. Hacer cambios en nuestros valores y nuestros códigos morales nos hará seguir ligados a ese evento y nos impedirá aceptar de verdad que las cosas podían ser como fueron, y esa negación es precisamente lo que mantendrá vigente el dolor y las emociones que nos bloquean y nos hacen infelices.

Tenemos derecho a elegir la postura que adoptaremos ante las cosas que nos ocurren

La tercera marca es la única que podemos controlar a nuestro antojo. Se trata de la cantidad de recursos vitales (tiempo, atención y esfuerzo) que dedicaremos a ese evento o persona, de cuánto esfuerzo vamos a invertir en pensar, en dar vueltas y vueltas a lo que ocurrió, de cuánto tiempo vamos a dejar que la culpa, el odio, incluso los inevitables deseos de venganza ocupen el espacio que deberían ocupar nuestros planes y proyectos. Perdonar es aceptar, aceptar que lo que ocurrió está mal, que probablemente no lo merecíamos y por lo tanto, es injusto, profundamente injusto. No necesitamos estar de acuerdo con lo que ha ocurrido. Aceptar implica asumir que lo que nos ocurrió, fuera lo que fuera, era posible y por lo tanto no tiene sentido enfrentarnos a ello de por vida. Se trata por tanto de hacerle un hueco para poder retomar nuestro rumbo. Perdonar implica asumir la responsabilidad de lo que nos pasa aquí y ahora, con independencia de lo que ocurriera en el pasado. Al perdonar dejamos de ser víctimas para convertirnos en personas independientes, autónomas con capacidad para sentirse bien. Seremos por fin libres para experimentar una nueva gama de emociones basadas en la esperanza y la confianza. Sólo hay que vencer el miedo, el miedo a olvidar y dejar atrás la injusticia. El miedo a dejar que el otro se salga con la suya sin que se haya hecho justicia, si hubiera que elegir entre justicia y felicidad, ¿qué elegiría?

No se obligue a perdonar. Como hemos dicho no es una obligación. Es un derecho, un derecho que todos adquirimos el día en que nacemos. Venimos al mundo sin poder elegir muchas de las cosas que van a pasarnos y por lo tanto tenemos derecho a elegir la postura que adoptaremos ante ellas cuando nos pasen, ¡faltaría más! Perdonar es una de las posturas posibles, pero no la única. Podemos elegir seguir condenando lo que nos ocurrió, seguir furiosos, enfadados, frustrados, decepcionados o deprimidos. Podemos seguir renegando de los hechos, enfrentándonos a ellos y gritando a los cuatro vientos que no debería haber ocurrido. Podemos seguir odiando a las personas que nos hirieron, pero ¿para qué? Esa es la única pregunta válida. Si existe alguna buena razón para seguir culpando, odiando o negando la realidad, ¡adelante! Pero si tras hacerse esa sencilla pregunta, tarda usted más de 20 segundos en encontrar una respuesta convincente, entonces quizá este sea un buen momento para perdonar ¿no le parece?

*Daniel Peña Molino. Doctor en Psicología, Consultor de Recursos Humanos y Coach Ejecutivo

Cuando nos relacionamos con otras personas es inevitable sentirnos dañados o injustamente tratados en alguna ocasión. El daño puede ser físico, moral o simbólico, es decir, nos duele por lo que significa para nosotros lo que la otra persona ha hecho, no por los efectos directos de su comportamiento. En cualquier caso, una vez percibido el daño, nuestro cerebro pone en marcha sus recursos para intentar recuperar cierta sensación de control. El primer paso en este proceso es la búsqueda de explicaciones. Saber qué o quién es el causante de lo que ha ocurrido nos permitirá anticiparnos y prevenirnos en el futuro. El resultado de este proceso suele ser la culpa. Culpamos a quien consideramos causante de nuestro dolor y con ello ponemos en marcha toda una gama de emociones negativas que nos acompañarán durante el proceso hasta que el dolor haya desaparecido o al menos hayamos recuperado el control sobre lo que lo causó.

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