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Orgasmos para todos: la neurociencia explica por qué el coito da tanto placer
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Orgasmos para todos: la neurociencia explica por qué el coito da tanto placer

A medida que se desarrolla la neurociencia, estamos cada vez más cerca de resolver uno de los grandes misterios: qué ocurre cuando tenemos un orgasmo

Foto: El orgasmo dura poco tiempo, pero en él, ocurren muchas cosas. (Corbis)
El orgasmo dura poco tiempo, pero en él, ocurren muchas cosas. (Corbis)

A medida que se desarrolla la neurociencia y disponemos de cada vez más información sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, nos encontramos más cerca de resolver uno de los misterios que más han preocupado al hombre en los últimos siglos: qué ocurre cuando tenemos un orgasmo, la llamada “pequeña muerte” de los franceses. Ahora, gracias a herramientas como la tomografía por emisión de positrones (PET) podemos conocer con una mayor exactitud lo que ocurre en nuestro cerebro mientras experimentamos una de las sensaciones más placenteras que puede vivir un ser humano.

Uno de los grandes problemas que plantea la ciencia del orgasmo es que, a diferencia de la mayor parte de comportamientos del ser humano, resulta mucho más complejo (tanto científica como moralmente) analizarlo, por lo que hasta hace poco tiempo, y sobre todo, a partir de las investigaciones de Masters y Johnson (ahora protagonistas de su serie de televisión), muchos científicos habían preferido verse al margen.

Ser protagonista de un experimento de este tipo, como relata el divulgador científico Pere Estupinyà en las primeras páginas de S=ex2. La ciencia del sexo (Debate) es, cuando menos, chocante, y por lo tanto, no muchas personas se muestran dispuestas a participar en ello. Como señala Anjan Chatterjee en The Aesthetic Brain: How We Evolved to Desire Beauty and Enjoy Art (Oxford University Press), que fue publicado la pasada semana en EEUU, por esa razón la mayor parte de la información sobre el orgasmo de la que disponemos se obtiene de jóvenes hombres heterosexuales.

Todo proceso animal en el que esté envuelto el placer comprende tres grandes ciclos

Aunque el libro del profesor de la Universidad de Pensilvania tiene como objetivo analizar el placer estético desde un punto de vista neurológico, en su intento por distinguir este del deseo, Chaterjee dedica unas cuantas páginas a explicar qué ocurre antes, durante y después de tener un orgasmo, a partir de un gran número de reveladores estudios que se han realizado a lo largo de los años.

Uno de ellos, realizado por la Universidad de Duke en Durham (Estados Unidos), demuestra que los monos prefieren observar fotografías de los traseros de las hembras de la misma especie antes que un zumo, es decir, alimento. No cabe duda de que, por mucho que lo neguemos, el sexo nos importa y mucho. Así que, ¿qué ocurre en nuestro cerebro mientras experimentamos un orgasmo?

El sexo, una herramienta evolutiva

En primer lugar, conviene recordar que el placer experimentado durante el coito tiene una evidente función evolutiva: puesto que se trata de una de las actividades más placenteras que puede llevar a cabo un hombre, si no la más, nuestros antepasados se veían impulsados a llevarla a cabo, lo que permitió la perpetuación de la especie. Como puso de manifiesto un estudio realizado en 2010 por el profesor de Harvard Daniel Gilbert, el sexo era la actividad calificada con una mayor nota por sus practicantes, con un 92, frente a hacer ejercicio (77) y charlar (71).

Algunas sustancias, como la anfetamina o la cocaína, estimulan la necesidad de buscar rápidamente apareamiento

Chaterjee explica que todo proceso animal en el que esté envuelto el placer comprende tres grandes ciclos: la aparición del deseo, el momento en el que se lleva a cabo el comportamiento necesario para satisfacer dicho impulso y, finalmente, el placer en sí mismo. Es la amígdala cerebral la que juega un papel más relevante en esa primera fase del proceso, ya que es la zona que se activa cuando un ser humano observa imágenes o grabaciones pornográficas.

Dicha activación tiene como objetivo la estimulación de los genitales y que el hombre (o la mujer) busquen satisfacer su repentina urgencia sexual a través de la búsqueda de un objeto de deseo; prueba de ello es que, una vez los genitales se encuentran en funcionamiento, la amígdala ya no es tan activa. Algo semejante ocurre cuando tenemos hambre, que la amígdala nos empuja a buscar comida para satisfacer dicho impulso. Así que vale, ya estamos calientes, ¿ahora qué?

Dopamina, el neurotransmisor del deseo

El deseo se moviliza a través de la dopamina, una hormona que ha sido objeto de debate a lo largo de la historia de la sexualidad. En el pasado se consideraba que esta tenía una relación más directa con el acto sexual en sí, pero diversas investigaciones sugieren que quizá esté más relacionado con la anticipación del placer, una tesis que comparte Chatterjee, que afirma que “la dopamina nos ayuda a anticipar el sexo, pero en sí misma, no causa el intenso pico de placer sexual”.

El placer, la risa y el miedo se originan en la misma región cerebral

Prueba de ello es que, mientras algunas sustancias como la anfetamina o la cocaína amplifican los efectos de la dopamina y estimulan la necesidad de buscar rápidamente apareamiento, ciertas medicaciones, como los antipsicóticos o los antidepresivos, bloquean la producción de dicha hormona, lo que provoca que se sienta un menor deseo sexual.

Aquí es donde llega el mayor problema (para los científicos): el orgasmo, que dura muy poco tiempo, pero en el que ocurren muchas cosas. Chaterjee asegura que si algo tienen en común hombres y mujeres durante dichos momentos, es que el área ventral del estrato, donde se incluye el núcleo accumbens, es parte activa del proceso. La mayor parte de investigaciones apuntan a que es en este núcleo donde se origina el placer, pero también otras capacidades del ser humano como la risa, el miedo o la recompensa.

“Yo ya”… y el cerebro también

El orgasmo no sólo activa determinadas zonas cerebrales, sino que también paraliza otras, explicando el concepto de “pequeña muerte” (o “petite mort”), que servía para referirse al desvanecimiento postorgásmico que se producía durante el período refractario, es decir, aquel que ha de pasar entre un coito y otro para que el hombre se recupere.

La prolactina es la causante de que no deseemos hacer el amor después de eyacular

Hay determinadas zonas cerebrales que se “apagan” durante el orgasmo, como son las referidas a la encargada de pensar sobre nosotros mismos y la que origina nuestros miedos, así como la que sirve para prevenirnos de errores. Ello puede explicar la liberación que se origina después del coito, puesto que estaríamos libres de miedos, temores y expectativas, vivos (pero liberados) en el presente.

Después del orgasmo, el ser humano se siente satisfecho, una sensación que se origina después de recibir un chute de oxitocina, betaendorfinas y prolactina. Esta última es la que se encarga de la sensación de saciedad sexual, que explica por qué por mucho que nos lo propongamos, raramente sentimos ganas de seguir haciendo el amor inmediatamente después de eyacular. Cuando la gente se siente satisfecha sexualmente, hay una mayor actividad en la corteza orbitofrontal lateral: exactamente lo mismo que ocurre después de darnos un buen atracón de comida.

A medida que se desarrolla la neurociencia y disponemos de cada vez más información sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, nos encontramos más cerca de resolver uno de los misterios que más han preocupado al hombre en los últimos siglos: qué ocurre cuando tenemos un orgasmo, la llamada “pequeña muerte” de los franceses. Ahora, gracias a herramientas como la tomografía por emisión de positrones (PET) podemos conocer con una mayor exactitud lo que ocurre en nuestro cerebro mientras experimentamos una de las sensaciones más placenteras que puede vivir un ser humano.

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