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Los 10 mandamientos por la paz de Lech Walesa, ¿utopía o realidad?
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CUMBRE DE LOS NOBEL DE LA PAZ

Los 10 mandamientos por la paz de Lech Walesa, ¿utopía o realidad?

La reunión de los Nobel de la Paz ha arrojado algunas conclusiones, como que la gran cantidad de problemas dificulta el acuerdo

Foto: Willem de Klerk y Lech Walesa, dos expresidentes en busca de consenso global. (Reuters)
Willem de Klerk y Lech Walesa, dos expresidentes en busca de consenso global. (Reuters)

¿Qué utilidad tiene una Cumbre de Premios Nobel de la Paz como la que se ha celebrado estos días en Varsovia? ¿Es posible llegar a alguna serie de conclusiones prácticas que puedan ejecutarse por los gobiernos y mejorar de manera efectiva la vida de los más desfavorecidos, o se trata de un simple brindis al sol entre presidentes retirados y grandes estrellas (de la economía, de los derechos humanos, del cine)?

Aun teniendo en cuenta que la mayor parte de acuerdos de colaboración, de haberlos, se realizan a puertas cerradas, asistir a alguna de las charlas que forman parte de la Cumbre provoca una sensación agridulce. Cierto es que la práctica totalidad de participantes resultan inspiradores de una forma u otra, pero también, de que cada cual mira hacia su propia esquina del planeta, ya sea esta la situación de la mujer en los países islámicos, el cambio climático, los límites de la guerra contra el terrorismo o el fin del castrismo.

Al principio pensaban que éramos naïf, pero finalmente cambiamos el mundo

Sin embargo, y por una vez, el expresidente polaco Lech Walesa se había mostrado optimista en el brindis de su celebración de cumpleaños del lunes, en el que esperaba que las jornadas siguientes fuesen tan fructíferas como la inicial. Aquella noche, Walesa pronunció unas palabras que serían recordadas en jornadas siguientes: “al principio pensaban que éramos naïf, pero finalmente cambiamos el mundo”. En muchos casos, la importancia de este tipo de reuniones no se encuentra tanto en las conclusiones obtenidas como en la capacidad de inspiración que generan dichas figuras.

Fue Walesa el primero del que habló antes de la cumbre de una hipotética tabla de 10 mandamientos que ponga de acuerdo a toda la humanidad en unos mínimos, un concepto que reaparecerá a lo largo de la semana. Que la paz es deseable es una obviedad, y aunque en los discursos la fórmula “estoy de acuerdo con mis compañeros” sea recurrente, temas como los límites de la guerra contra el terrorismo o, sobre todo, la estrategia a seguir para conseguir unos objetivos en apariencia tan inalcanzables, quedan difuminados. Como cita Steve Crawshaw, director del departamento legal de Amnistía Internacional, sobre esta cumbre planea la sombra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la primera vez que se establecía un acuerdo de este tipo por la comunidad internacional, aterrorizada por el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, y que es violada día tras día.

Un retorno al pragmatismo

Quizá sea precisamente por la heterogeneidad de los discursos que el que más destaque de entre todos ellos sea el menos idealista y más pragmático. Con su porte antiheroico, como de personaje de John Ford, Willem de Klerk, el presidente que excarceló a Nelson Mandela, es uno de los pocos que levanta aplausos espontáneos desde la platea cuando recuerda que está muy bien que existan Tribunales de Derechos Humanos, pero que al final, lo que cambió la historia fue “la sociedad civil”, que define como “la herramienta más importante para que se cumplan los derechos humanos”, ya que fue “la conciencia y la dinámica social” lo que creó “una nueva Sudáfrica”. O quizá lo que atraiga del discurso de De Klerk es que es el único que, entre tantas estrellas, pone el acento en el anónimo hombre medio.

Los derechos no se piden, están limitados por los demás y por la sociedad civil

Al presidente le gusta quitar hierro al proceso que acabó con el apartheid, y reconoce haber tenido sus más y sus menos con Mandela a lo largo de su convivencia. Vuelve el sentido práctico del político: lo que fue decisivo para superar las diferencias entre bóers y negros fue que “rápidamente vimos que podíamos hacer negocios juntos”. La relación, recuerda, fue tensa en muchos momentos, acuciada por la violencia que rodeaba a la política, y no fue hasta mucho después que pudieron entablar una amistad sincera.

De Klerk es, igualmente, el único que funciona como contrapeso frente al buenismo del resto de participantes, y recuerda que “debemos evitar crear una sociedad egoísta en la que todo el mundo reclame sus derechos sin pensar qué pueden hacer por los demás”. Es más, recuerda el expresidente sudafricano, “los derechos no se piden, están limitados por los demás y por la sociedad civil”.

El Este se abre camino

Frente a la apacibilidad de De Klerk, la abogada iraní Shirin Ebadi estalla con la fiereza de veinte cañones cuando se dirige al auditorio. En primer lugar, deja muy claro que las mujeres sometidas al islam no lo hacen de manera voluntaria, sino a que debido a que este está abierto a interpretaciones, la religión en estos países “ha sido interpretada por regímenes despóticos”.

Yunus apuesta por los negocios sociales cuyo fin no sea el enriquecimiento personal

Ello da lugar a situaciones paradójicas, como que en un país como Irán, en el que las mujeres superan en porcentaje a los hombres en sus universidades, aún sigan subordinadas al hombre, tras la revolución islámica de 1979. Esa ha sido la principal obsesión de Ebadi desde el comienzo de su carrera, el respeto a la mujer en su país de origen, lo que la llevó a mantener una complicada relación con el régimen de Ahdmadineyad.

En suopinión, la permisividad de Occidente por razones estratégicas y energéticas ha sido lo que ha dado alas a figuras como Gadafi, que “humillaba al oeste montando su propio tenderete en los parques mientras lo aceptaban porque querían su petróleo”. Las multinacionales tienen gran parte de la culpa, no únicamente los gobiernos, explica Edabi, y la solución para acabar con un problema como el terrorismo pasa por llegar a las raíces del asunto, es decir, la ignorancia y el miedo.

En ello está Mohammad Yunus, que tras impulsar los microcréditos a los más desfavorecidos a través del banco Grameen, planea desarrollar unos negocios sociales cuyo fin no sea el del enriquecimiento personal sino la obra social, como una manera útil de proporcionar trabajo a los desempleados de todo el mundo a través del emprendimiento. Discutible, quizá, pero una propuestas más tangibles presentadas en la cumbre.

¿Qué utilidad tiene una Cumbre de Premios Nobel de la Paz como la que se ha celebrado estos días en Varsovia? ¿Es posible llegar a alguna serie de conclusiones prácticas que puedan ejecutarse por los gobiernos y mejorar de manera efectiva la vida de los más desfavorecidos, o se trata de un simple brindis al sol entre presidentes retirados y grandes estrellas (de la economía, de los derechos humanos, del cine)?

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