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Cómo Draghi salvó España y la monogamia se volvió anticapitalista
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Cómo Draghi salvó España y la monogamia se volvió anticapitalista

El filósofo y periodista Josep Ramoneda se embarca en una nueva y arriesgada empresa: abrir una revista de humanidades y economía en pleno siglo XXI

Foto: El filósofo Josep Ramoneda, autor de 'Apología del presente' y 'La izquierda necesaria'. (Visegrad Summer School)
El filósofo Josep Ramoneda, autor de 'Apología del presente' y 'La izquierda necesaria'. (Visegrad Summer School)

Mario Draghi puede ser un gris tecnócrata, pero fue capaz de mandar al carajo a Merkel, de decirle “salvaremos Europa pese a usted” y acto seguido conseguir un consenso de las autoridades europeas para comprar títulos de deuda de todos los Estados en quiebra. Lo hizo en en privado, en el silencio de los despachos, porque si hubiera exhibido esa actitud públicamente y realizando grandes discursos “se habría salido de su papel y lo habrían demolido en el acto”. Lo cuenta Michel Rocard, primer ministro de Francia entre 1988 y 1991, y europarlamentario socialista de 1994 al 2009, en una entrevista que publica La maleta de Port Bou, una nueva revista de humanidades y economía a cuyo frente se encuentra el filósofo y periodista Josep Ramoneda.

En ella también podemos encontrar cómo la socióloga Eva Illouz localiza en la pareja monógama “la última unidad social que opera según principios opuestos a los de la cultura capitalista”, cómo el antropólogo y sociólogo Roger Bartra aboga por una participación ciudadana que se asemeje a “una invasión o una intromisión democrática orientada a civilizar las esferas de la política”, o cómo Europa ha pasado, según el filósofo Étienne Balibar, "de trazar una división Este-Oeste a una profunda brecha Norte-Sur”. Con aportaciones como estas, Ramoneda pretende “contribuir al debate sobre el mundo actual y su sentido” a través de artículos “en los que emerjan puntos de vista no usuales y que señalen contradicciones que a menudo no se ven”.

Apostamos por la cultura de la sospecha, por el pensamiento crítico y por la idea clásica del ensayo

Pero más allá de la validez de sus aportaciones en un entorno que repara cada vez menos en la calidad de los argumentos la publicación ha de afrontar males similares a los de la prensa escrita y más si, como es su caso, se centra en las humanidades. ¿Lanzar al mercado una revista en papel y con artículos largos no implica insistir en viejas fórmulas, aquellas que precisamente han llevado a las revistas al fracaso y a la desaparición? Aún más, ¿para qué publicar una nueva fuente de información cuando tenemos tantos datos a nuestra disposición y con tan escaso coste?

Una iniciativa a contracorriente

Según Ramoneda, el posible éxito de una empresa de esta clase requiere, sobre todo, de la adopción de un punto de vista diferente. “Lo importante es la actitud, y más todavía cuando el caudal de información es tan grande. Por eso apostamos por la cultura de la sospecha, por el pensamiento crítico y por la idea clásica del ensayo. El encuentro entre el sujeto y la experiencia es fundamental para comprender las cosas que nos pasan”.

¿Pero basta con ofrecer algo distinto para sobrevivir? ¿No estamos asistiendo a un instante en que surgen numerosas iniciativas novedosas, realizadas con pocos medios, que acaban desapareciendo pronto? El problema es peculiar, porque cualquier publicación, además de buscar contenidos que puedan resultar de interés para sus lectores, ha de pensar sobre todo en sus condiciones de posibilidad. Especialmente en el caso de las revistas culturales, que operan en un entorno de escasez y que requieren de un trabajo a medio plazo para poder asentarse y generar la influencia que pretenden y que las distingue.

Todo lo que es importante en esta vida, como pensar, crear o amar, necesita tiempo

La subsistencia no es sencilla, como bien pueden atestiguar un buen número de revistas que han cerrado en los últimos tiempos. En realidad, las publicaciones viven un problema similar al de los pensadores y los artistas: casi nadie puede vivir de la creación o del pensamiento, y los empleos, como los universitarios, que permitían dedicarse a la investigación y ganarse la vida, se han reducido enormemente. Estos son momentos en los que se hace más presente que nunca que, como afirma irónicamente Ramoneda, “para tener una ética, hay que poder pagarla”.

Pero ese mundo de numerosas iniciativas y recursos escasos también está generando un efecto peculiar: tenemos cada vez más productos, informaciones y reflexiones a nuestro alcance cuya calidad es cada vez peor. La sobreabundancia está lejos de llevarnos al mejor de los mundos, ya que “las cosas dejan de tener el tiempo que requieren. Y todo lo que es importante en esta vida, como pensar, crear o amar, necesita tiempo. Este acelerón permanente en el que pretendemos hacer muchas cosas y muy rápido va en detrimento de las cosas fundamentales, al menos mientras no suframos una mutación antropológica”.

Mirando hacia atrás (a la Ilustración)

Al mismo tiempo, ese mundo veloz y pragmático aboga por la disolución de todo aquello que hace que la circulación de ideas, imágenes y capitales atenúe su velocidad. Nuestra época reniega de las raíces, de lo estable, de lo profundo. El conocimiento y la cultura, que se encuentran en la base de toda propuesta humanística, son vistos ya como plenamente superados, aspecto en el que están de acuerdo tanto los valedores del capitalismo del siglo XXI como los posmodernos teóricamente radicales que se resisten a él.

Estamos obligados a recuperar el pasado e intentar pensar el futuro

¿Queda sitio en ese mundo para el pensamiento? ¿Queda sitio para el humanismo? Sí, según Ramoneda, y “es imprescindible recuperar principios básicos de la Ilustración, como son el decidir por uno mismo y el actuar y pensar como si lo que nos proponemos tuviera validez universal. Esos son los valores de referencia que debemos cultivar. Es verdad que el discurso de la emancipación ha desaparecido de escena, quizá como reacción posmoderna frente a los excesos de la modernidad, pero después de atravesar un largo periodo en el que vivíamos en un presente continuo, donde el pasado no era importante y el futuro no existía, estamos obligados a recuperar el pasado e intentar pensar el futuro”.

El filósofo alemán Walter Benjamin se suicidó en Port Bou cuando iba a ser entregado a los nazis. Tenía un proyecto de revista cultural, que iba a llevar el nombre de Angelus Novus, para la que escribió un texto en el que describía como “el destino de una revista es hacer patente el espíritu propio de su época”. La maleta de Port Bou recibe su nombre como homenaje al filósofo y a su perspectiva.

Mario Draghi puede ser un gris tecnócrata, pero fue capaz de mandar al carajo a Merkel, de decirle “salvaremos Europa pese a usted” y acto seguido conseguir un consenso de las autoridades europeas para comprar títulos de deuda de todos los Estados en quiebra. Lo hizo en en privado, en el silencio de los despachos, porque si hubiera exhibido esa actitud públicamente y realizando grandes discursos “se habría salido de su papel y lo habrían demolido en el acto”. Lo cuenta Michel Rocard, primer ministro de Francia entre 1988 y 1991, y europarlamentario socialista de 1994 al 2009, en una entrevista que publica La maleta de Port Bou, una nueva revista de humanidades y economía a cuyo frente se encuentra el filósofo y periodista Josep Ramoneda.

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