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A favor del pudor: por qué no es positivo imponer la desnudez
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"PAPÁ, POR FAVOR, PONTE EL PIJAMA"

A favor del pudor: por qué no es positivo imponer la desnudez

Vivimos, probablemente, en una de las épocas más impúdicas de todos los tiempos. En lo que respecta al cuerpo, no hay ya temor a mostrarlo en

Foto: Debemos aprender a manejar el pudor en la niñez para no tener problemas en la vida adulta. (Corbis)
Debemos aprender a manejar el pudor en la niñez para no tener problemas en la vida adulta. (Corbis)

Vivimos, probablemente, en una de las épocas más impúdicas de todos los tiempos. En lo que respecta al cuerpo, no hay ya temor a mostrarlo en cualquiera de sus estados y en cualquier lugar. Si a la playa vamos desnudos, a trabajar vamos en pantalón corto o con grandes escotes sin mucha dificultad. Por no hablar, por supuesto, de la televisión, la publicidad, las series de televisión y el cine. Amén de cierto puritanismo que aún presentan algunas series estadounidenses, por todas estas vías accedemos diariamente a pechos, nalgas, pelvis, caderas, hombros, omoplatos y tantas otras partes anatómicas.

Pero no se trata únicamente de una moda impuesta por el capitalismo comercial. También las corrientes más progresistas y hippies sostienen el discurso de que el desnudo debe ser naturalizado, como se comprueba en muchas playas nudistas, por ejemplo. Éstas son un buen ejemplo de la diferente relación que cada cual tiene con su cuerpo y con los demás. Ya que estamos en verano, acérquese, desocupado lector, a alguna playa nudista que no le quede muy lejos, y verá las diferentes posturas y maneras de llevar el pudor. Hallará usted, sin duda, al desacomplejado (o desacomplejada) que se pasea totalmente desnudo sin apenas reparar en ello. Pero también está el que prefiere ir vestido; el que, aun estando vestido, seve violentado por la desnudez de los demás; la adolescente en biquini rodeada de un grupo de adultos desnudos; el voyeur indiscreto que persigue con la mirada el espectáculo que se le ofrece a su alrededor; el que se quita el bañador, aunque preferiría no hacerlo, y el que está feliz con todos sus atributos al aire. Todos los rubores del mundo en una playa.

El pudor en la infancia

Y sin embargo, muchos psicólogos reivindican la importancia del pudor, especialmente en la infancia y la adolescencia, pues nos enseña a relacionarnos con nuestro cuerpo y, sobre todo, gracias a él aprendemos lo que es la intimidad. Hablamos del pudor, no de la pudibundez (el privilegio de ser buenas en exceso lo tienen pocas cosas de este mundo, y el pudor no está entre ellas).

Al niño el pudor le hace consciente de que hay una frontera entre él y los demás que no tiene por qué traspasar siempre: él decidirá qué mostrar y a quién.

El niño no se va a traumatizar si se cruza con su padre desnudo en casa, pero puede molestarse si dicha desnudez se le impone

La psicóloga francesaBéatrice Copper-Royerpone de ejemplo la historia de un niño de cuatro años que sugiere que a papá se le podría regalar un pijama por su cumpleaños, ya que el progenitor suele pasearse en paños menores por la casa. Como afirma Copper-Royer, “por supuesto, el niño no se va a traumatizar de por vida si se cruza fortuitamente con su padre (o su madre) desnudo en casa, pero sí puede molestarse mucho si dicha desnudez paterna se le impone constantemente, si él no la desea”.

La psicóloga comenta que, aunque estas concepciones pueden tacharse de retrógadas y conservadoras, el pudor es un valor que debe ser aprendido en la niñez, importante para relacionarse con el resto de seres humanos.

Los cambios de la adolescencia

Podemos pensar que en la adolescencia, época de cambios y vergüenzas, el pudor se acrecienta, pero lo que sostienen muchos psicólogos es que, en la época en que vivimos, existe un doble fenómeno: los púberes son muy vergonzosos en casa pero absolutamente impúdicos en las redes sociales.

Mientras que en el contacto real se niegan a mostrarse desnudos, a cambiarse delante de otras personas o a mostrar un cuerpo del que aún no están nada seguros, en las redes sociales muestran fotos en posturas que jamás adoptarían en persona. La distancia palia el efecto y parece que a veces se olvidan de que son realmente ellos, o al revés: muestran una parte de ellos a la que les gustaría acceder, pero que les da cierta vergüenza.

Por eso Copper-Royer insiste en la importancia de un buen aprendizaje de estos valores, cuyo mal manejo puedejugarnos malas pasadas en la vida adulta.

Vivimos, probablemente, en una de las épocas más impúdicas de todos los tiempos. En lo que respecta al cuerpo, no hay ya temor a mostrarlo en cualquiera de sus estados y en cualquier lugar. Si a la playa vamos desnudos, a trabajar vamos en pantalón corto o con grandes escotes sin mucha dificultad. Por no hablar, por supuesto, de la televisión, la publicidad, las series de televisión y el cine. Amén de cierto puritanismo que aún presentan algunas series estadounidenses, por todas estas vías accedemos diariamente a pechos, nalgas, pelvis, caderas, hombros, omoplatos y tantas otras partes anatómicas.

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