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“Una lágrima en el ojo nos dice muchas más cosas que cualquier 'post' de internet”
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QUÉ AÑORAMOS DE UN MUNDO NO DIGITAL (II)

“Una lágrima en el ojo nos dice muchas más cosas que cualquier 'post' de internet”

Esta es la segunda parte del reportaje sobre la nostalgia de un pasado sin internet, cuya primera parte se publicó ayer.

Foto: “Una lágrima en el ojo nos dice muchas más cosas que cualquier 'post' de internet”
“Una lágrima en el ojo nos dice muchas más cosas que cualquier 'post' de internet”

Esta es la segunda parte del reportaje sobre la nostalgia de un pasado sin internet, cuya primera parte se publicó ayer.

“Echo de menos la libertad no digital. Pasear por la calle sin que me suene el móvil, sin contestar mails, sin mirar Facebook. Echo de menos el olor de las páginas de un libro y la tranquilidad placentera de leerlo, en contra de la continua tensión de ver el último Twitter o la última noticia”.

En estos términos explicaba Patxi aquellas cosas que echa de menos de la época en la que no existía internet. No es el único que siente nostalgia por los tiempos analógicos. Los lectores de El Confidencial recopilaron en escasas horas decenas de testimonios en Facebook que ponen de manifiesto que, pese a que las nuevas tecnologías han facilitado muchos de nuestros quehaceres diarios, han traído contrapartidas con las que no contábamos.

Una comunicación impersonal: en busca del contacto humano

El calor de las conversaciones presenciales es recurrente en las ‘añoranzas analógicas’ que nos hacen llegar varios lectores, pero a eso se añade además una sensación de ‘exclusividad perdida’. Consuelo lo resume diciendo que “nadie mira a la cara de los que conversan, los ojos están puestos en la pantalla de los teléfonos”. Parece frecuente la sensación de no gozar ya de la atención plena de la persona que tienes frente a ti y que eso reste algunos puntos de ‘humanidad’ a los encuentros personales.

El discurso sobre la ausencia creciente de contacto físico es cada vez más generalizadoDe hecho, no es infrecuente que personas que están en condiciones de hablar cara a cara lo hagan mediante aplicaciones de mensajería instantánea. El psicólogo Luis Muiño considera que las facilidades que ofrece la comunicación digital para algunas cosas (“decir que no” o “ser más gracioso”) llevan implícito el riesgo de que “las relaciones virtuales sustituyan a las reales”.

Para la psicóloga estadounidense Krystine Batcho, “la naturaleza impersonal de la comunicación en internet ha provocado en la gente una sensación de distancia psicológica que les libera para decir cosas que no dirían en persona”. Batcho reconoce que, en ocasiones, esto puede ser bueno, pero “a menudo es dañino e, incluso peligroso. Ha habido casos de suicidios de adolescentes provocados por las presiones que recibían vía internet”.

El discurso sobre la ausencia creciente de contacto físico es cada vez más generalizado, y se basa en la intermediación creciente de aparatos y diferentes aplicaciones tecnológicas para contactar con los demás. Pero el sociólogo Víctor Gil lo considera inexacto, porque lo que en su opinión echa de menos la gente “no es la era analógica, sino un modelo de sociedad cohesionada que ya había desaparecido mucho antes del auge de la sociedad digital”.

Según la teoría de Gil, estamos intentando recuperar la sociabilidad tradicional perdida a través de los entornos digitales, como forma de contrarrestar la deriva hacia el individualismo. En un contexto en el que cada cual hace su vida con un mayor número de posibilidades de ocio o de encuentros, el móvil se convierte a la vez en un dinamizador y un atomizador de la actividad social.

El límite decreciente de nuestro relato personal: en busca de la privacidad

Adrián se queja de que “haya manera de geolocalizar a alguien o que recibas un mensaje y el otro ya sepa si lo has leído o no”. La tecnología ha traído consigo una revisión a la baja de las condiciones en las que tratamos o tratan nuestra privacidad, de forma consciente en las redes sociales, y de manera más inconsciente en la gestión de nuestras comunicaciones a través de aplicaciones móviles o servicios en ‘la nube’.

La nostalgia de una privacidad en retroceso se contrapone a una exhibición creciente por parte de los usuarios en las redes socialesSin embargo, en ese mismo espacio Javi habla de que “si se cuidan y preservan momentos offline se puede aprovechar la vida de forma más completa, gratificante y en contacto con quien te interesa y cuando te interesa”. Muiño apoya esta tesis, y se atiene a la tradicional diferencia de percepción de la privacidad entre extrovertidos e introvertidos. En ese sentido, opina que “internet está siendo el lugar de los extrovertidos y poco a poco los introvertidos estamos encontrando nuestro lugar”.

Sin embargo, la nostalgia de una privacidad en retroceso se contrapone a una exhibición creciente por parte de los usuarios en las redes sociales, empujados unos por otros. El catedrático de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, Jorge Lozano, alude a la película El show de Truman para hablar de uno de los extremos entre los que considera que estamos oscilando, “entre el camuflaje y la exposición, entre el máximo de visibilidad y el máximo de mimetismo social”.

Esa opinión es refrendada por Gil, que considera que “ahora entramos en una nueva fase de ‘racionalización’ y búsqueda del equilibrio entre esas pulsiones contradictorias: sociabilidad vs. individualismo”. Aún falta perspectiva, pero en pocos años hemos pasado de no facilitar datos reales en internet a una transparencia sobrevenida que está cambiando la sociedad y la forma en la que sus miembros se relacionan entre sí.

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Demasiadas opciones: en busca de alguien al que creer

“En la era analógica elegías una opción, un grupo de amigos o un plan y los disfrutabas enteramente”, explicaba Jesús en nuestro pequeño sondeo. “Con lo digital las opciones crecen y elegir una es seguir constantemente tentado por las otras mediante el teléfono. Esa vacilación provoca ansiedad e infelicidad, y lo podemos comprobar en tanto que empecemos a dejar el teléfono apagado”.

Esta sobreabundancia de información tiene varias consecuencias. No sólo es más difícil elegir, además, las autoridades intelectuales, que nos ayudaban a saber qué hacer en cada pequeña parcela de la vida, han desaparecido. Las discusiones terminan siempre en Wikipedia. Y, mientras, el fraude y la desinformación campan a sus anchas.

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“Gracias a internet, obviamente,  puedes acceder a millones de documentos”, explica Lozano. “Pero cuando tienes 250.000 documentos, como ha ocurrido con Wikileaks, ¿qué haces con ellos? ¿Quién los analiza? ¿Por qué presupones que vas a encontrar grandes secretos? Internet sobre todo sirve, y mucho, para que el que sabe lo que quiere buscar y puede hacerlo de un modo admirable. Para el resto, depende. O tengo criterios de selección o me sale Falete”.

Quizás los principales damnificados de esta sobreabundancia de información han sido los sabios, los intelectuales, cuya autoridad cada vez es más discutida. Para Muiño el cuestionamiento de la autoridad intelectual es uno de los fenómenos más importantes que ha traído internet. “Un profesor de universidad experto en literatura victoriana probablemente no sabe nada que yo no pueda mirar en internet”, asegura Muiño. “El gurú intelectual es para mí un remanente del siglo XX que va a dejar de existir. Cuando se murió Sampedro tuve la sensación de que era el último con un aura de intelectual”.

Es muy difícil saber 10 cosas y montarte toda una construcción intelectual porque te desmontan mirando en la WikipediaEsto, en cualquier caso, tiene contrapartidas positivas. Como señala Muiño, la desinformación va acompañada de una menor capacidad para el fraude: “Antes había mucha gente que no tenía validez intelectual, pero tenían los datos, y se les consideraba sabios. Creo que los sabios han dado información falsa durante mucho tiempo que nadie podía rebatir. Ahora es más fácil detectar a los farsantes. Es muy difícil saber 10 cosas y montarte toda una construcción intelectual porque te desmontan mirando en la Wikipedia”.

Todo esto, explica Batcho, tiene no obstante serias consecuencias a nivel emocional: “Discutir sin la posibilidad de buscar la respuesta en Google era una situación social en la que las personas compartían ejemplos y lecciones de su propia experiencia vital. Aprendíamos cosas de la gente que de otro modo nunca habríamos sabido. No sólo aprendíamos sobre un asunto, aprendíamos sobre el otro. Parte de esta experiencia se puede encontrar en las redes sociales, pero no lo que se transmite la expresión facial o el tono de voz. Una lágrima en el ojo de alguien nos puede decir cosas que no nos puede decir un post de Internet”.

Un cambio irreversible

No cabe duda de que la tecnología ha cambiado nuestras vidas, pero lo cierto es que lleva cambiándola desde que los primeros hombres aprendieron a usar el entorno en su provecho.

Tal como ha explicado a El Confidencial el escritor estadounidense Nicholas Carr, los griegos clásicos se enfrentaron hace miles de años a un problema similar. “Sócrates estaba preocupado por que la por entonces nueva tecnología de la escritura pudiera dañar la memoria personal, pero no logró prever los múltiples beneficios que traería. En efecto, se debilitó la memoria personal, pero se fortaleció la memoria cultural. La razón por la que recordamos a Sócrates es porque Platón escribió sobre él. Los cambios tecnológicos siempre tienen efectos positivos y negativos. Y no es distinto hoy en día”.

Esta es la segunda parte del reportaje sobre la nostalgia de un pasado sin internet, cuya primera parte se publicó ayer.