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“Lo más 'trendy' es la lana”: qué echamos de menos de cuando no había internet
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“Lo más 'trendy' es la lana”: qué echamos de menos de cuando no había internet

“Abrir el buzón y recibir una carta que no era una factura o una notificación del banco, una carta con el sobre escrito a mano. El

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“Lo más 'trendy' es la lana”: qué echamos de menos de cuando no había internet

“Abrir el buzón y recibir una carta que no era una factura o una notificación del banco, una carta con el sobre escrito a mano. El olor del periódico nuevecito en papel. Ir al cine a ver una peli. Buscar el significado de una palabra en el diccionario o un dato en un tomo gordote de una enciclopedia. Escribir a mano y con pluma a los amigos, eligiendo con mimo el papel y cuidando la caligrafía. Enviar y recibir tropecientas felicitaciones navideñas. Conservar una carpeta con los recortes de fotos bonitas que veíamos en las revistas”.

¿Por qué echamos de menos tantas cosas de la era preinternet? Creíamos que las nuevas tecnologías estaban cambiando las cosas a mejor. Pero cada vez más personas, como Carmen, que compartió las experiencias que echaba de menos de “la época anterior” en la página de El Confidencial en Facebook –otra paradoja de los nuevos tiempos– creen que internet ha traído más problemas de los que está solucionando.

Por supuesto, no es una idea compartida por todo el mundo. El psicólogo Luis Muiño cree que estas nostalgias por el pasado son una construcción mítica, “una melancolía que tiene que ver con algo que tú añoras de un pasado que has idealizado, pero que no responde a algo real”. No es un fenómeno nuevo. “La añoranza del pasado como lugar mítico es algo que ha pasado a lo largo de toda la historia del ser humano”, asegura Muiño. Quizás es la propia capacidad que tenemos para compartir esta añoranza la que la magnifica, pero ¿qué cambios sociales reales ha traído la era digital? ¿Estamos cambiando a mejor o el avance tecnológico está deshumanizándonos?

De lo cálido a lo frío: en busca de lo auténtico

Las cartas escritas, los vinilos, la fotografía analógica –“no sabías cómo quedaba hasta que no la revelaban y era entonces cuando volvías a recordarlo todo”, contaba Gonzalo en Facebook–, ver la tele en familia, “apurar las 200 pesetas de la cabina para llamar a tu novia desde Madrid”, como contaba Pepe¿Por qué echamos de menos tecnologías que, a todas luces, han sido superadas?

Tras tanta simulación hay una tendencia razonable a buscar lo auténtico“La inmensa mayoría de las cosas son más efímeras con las nuevas tecnologías”, explica Muiño. “Hay una gran diferencia entre escribir un email a la persona de la que estás enamorada que escribir una carta. Probablemente el email desaparezca. Incluso la sensación cuando lo estás escribiendo es efímera, no es la de estar escribiendo una carta, que era algo que sabías que esa persona iba a guardar toda la vida. Creo que hace que las cosas sean más eventuales, que funcionemos con más rapidez”.

Pero esta eventualidad no tiene por qué ser mala. “Creo que responde mejor a la realidad psicológica”, asegura Muiño. “Las emociones son efímeras y es bueno que funcione así. El momento en que estás escribiendo una carta y estás enamorado de una persona es un momento efímero y es bueno que no se convierta en algo físico, en algo palpable, porque realmente ese momento va a pasar”.

Para Jorge Lozano, semiólogo y catedrático de Teoría de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, lo que realmente echamos de menos es el valor de lo auténtico: “Tras tanta simulación, tanto simulacro, tanta posibilidad de facsímil, tras tanta imposibilidad de alcanzar lo único, el aura de Walter Benjamin, la unicidad como autenticidad, hay una tendencia razonable a autentificar lo auténtico”.

Las nuevas tecnologías han hecho que la autenticidad sea un valor difícil de encontrar pues, tal como explica Lozano, “vivimos en una situación de simulación generalizada”. Esto ha hecho que la gente se desviva por buscar algo que le haga parecer auténtico, el dogma de lo hipster. “Lo más trend es la lana”, asegura Lozano. No se trata de nostalgia –“una pasión baja”, para el semiólogo– sino de “una necesidad de volver a ciertas narraciones, valores, diferencias y discriminaciones”, imposibles de hallar en la era digital.

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Sin espacio para la reflexión: en busca de lo profundo

“Antes se vivía más relajado”, comentaba Rafael en el Facebook de El Confidencial. “Se viven todos los acontecimientos, hasta los personales, en tiempo real. Además te ves obligado a ello. Si no, estás fuera de órbita”. Todo es inmediato y ruidoso. Tal como comentaba Susana, “es imposible estar tranquilamente charlando con una amiga sin que suene el móvil de ninguna de las dos”.

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El pensador estadounidense Nicholas Carr intenta reflejar en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (finalista del premio Pulitzer en 2011) los problemas de dispersión mental que han traído las nuevas tecnologías. En su opinión, tal como ha explicado a El Confidencial vía correo electrónico, “los teléfonos móviles e internet tienen la capacidad de dividir nuestra atención, y nos hacen menos atentos”. No sólo en lo que respecta a nuestra habilidad para concentrarnos en una u otra tarea, además, en lo que concierte a nuestro trato con la gente. “Somos más maleducados”, asegura Carr, “y es debido a las tecnologías que nos distraen”.

Hay artículos en internet con más carga de profundidad que muchos tratados de filosofía larguísimosPara Muiño, es evidente que internet fomenta la dispersión pero, en su opinión, esto es positivo, pues la creatividad siempre ha estado en la dispersión, en la cultura del “corta-pega”, en la síntesis continua. “Creo que la gente echa de menos lo que llaman “profundidad” pero, sinceramente, yo no la recuerdo”, asegura el psicólogo. “Al revés. Un libro de filosofía, habitualmente, tenía tres ideas y el resto era paja. Todos lo sabíamos. ¿Qué ocurre ahora con Internet? Que todo eso lo tienes que decir en una página. ¿Es menos profundo? Sinceramente, yo he leído artículos en internet que me parecen mucho más lúcidos y con más carga de profundidad que muchos tratados de filosofía larguísimos”.

El problema es que la mayoría de gente no se molesta en pararse a leer un artículo hasta el final, algo que se puede comprobar estadísticamente. La psicóloga estadounidense Krystine Batcho, una de las mayores expertas mundiales en los resortes de la nostalgia, colabora regularmente con el portal Psychology Today. Tal como ha explicado a El Confidencial,  siempre trata de recortar al máximo sus artículos porque la mayoría de la gente no se molesta en llegar hasta el final. Y esto, en su opinión, es un ejemplo perfecto para entender la manera en que procesamos la información hoy en día. “Cuando los lectores no se terminan un artículo se pueden perder el tema principal del que trata, o confundir el argumento que defiende el reportaje. Leer todo a trozos acaba provocando un pensamiento fragmentario, disconexo, que afecta a nuestro aprendizaje y a la forma en que nos comunicamos”.

Muiño reconoce que el peligro al que apuntan sus colegas estadounidenses es real, pero sólo para determinadas personas con ansiedad, para las que “esa excesiva dispersión les impide focalizarse en un solo estímulo”. Para el resto, asegura, Internet “favorece un buen nivel de estimulación”.

Además, explica el psicólogo, la alternativa a esta sobreabundancia de estímulos nunca sería aceptada: “Lo que le ocurre a las personas que intentan salirse de esa hiperestimulación impuesta en el mundo actual es que se aburren. Así de claro y no creo que haya nada de bueno en el aburrimiento. Todas estas ideas que propugnan que hemos perdido la focalización se olvidan del inmenso aburrimiento que suponía el tener sólo un estímulo sobre el que pensar durante horas”.

Trabajando a todas horas: en busca de la desconexión

“Éramos menos esclavos del trabajo; dejabas la oficina, a la hora que fuera, y tu jornada había acabado de verdad; ahora, con la Blackberry, no tienes un minuto de paz o tregua”. Este comentario de Jorge refleja la vida que para algunos se ha convertido en una jornada laboral continua con interrupciones personales episódicas.

La mayoría de la gente no es que no desconecte porque no quiere, es que no le dejanEl teletrabajo es en estos tiempos una realidad gracias a la generalización de internet. Se trata de una evolución que tiene luces y sombras, una moneda de dos caras sobre la promesa de la conciliación laboral y personal. En ese proceso se está difuminando la frontera entre esos dos ámbitos, tradicionalmente más delimitados en las sociedades latinas que en las anglosajonas, según explica Víctor Gil, sociólogo especialista en marketing y consumo.

Para Muiño, el problema de este escenario es que “la mayoría de la gente no es que no desconecte porque no quiere, es que no le dejan”. Todo queda fiado a la posibilidad de establecer pautas personales de sana desconexión. Las consecuencias de no hacerlo pueden ser cuadros de estrés, ansiedad y relaciones familiares y personales afectadas. Según Gil, es un mal uso de herramientas que deberían ayudarnos a “ser más eficientes (hacer lo mismo, por menos), pero a las que recurrimos en busca de eficacia (hacer más)”.

El debate está servido y hay movimientos en diferentes sentidos. Por ejemplo, hace algunas semanas la presidenta de Yahoo!, Marissa Mayer, anunció la abolición del teletrabajo en la compañía y defendió su postura indicando que formar parte de esa empresa “no consiste sólo en el trabajo día a día, se trata también de las interacciones y experiencias que solo son posibles en nuestras oficinas”. Para algunos es una medida que empeora la conciliación laboral y personal; para otros, un intento de regular mejor jornadas laborales que, en el caso de los teletrabajadores, pueden ser más largas que las presenciales y menos productivas.

Puede leer aquí la segunda parte de este reportaje.

“Abrir el buzón y recibir una carta que no era una factura o una notificación del banco, una carta con el sobre escrito a mano. El olor del periódico nuevecito en papel. Ir al cine a ver una peli. Buscar el significado de una palabra en el diccionario o un dato en un tomo gordote de una enciclopedia. Escribir a mano y con pluma a los amigos, eligiendo con mimo el papel y cuidando la caligrafía. Enviar y recibir tropecientas felicitaciones navideñas. Conservar una carpeta con los recortes de fotos bonitas que veíamos en las revistas”.