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“Goldman Sachs debería contar a la gente lo que hace de verdad”
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GREG SMITH: POR QUÉ ME FUI DE GOLDMAN SACHS

“Goldman Sachs debería contar a la gente lo que hace de verdad”

El 14 de marzo de 2012, el periódico estadounidense The New York Times publicó la carta que un antiguo trabajador de Goldman Sachs les había remitido, y en la que

El 14 de marzo de 2012, el periódico estadounidense The New York Times publicó la carta que un antiguo trabajador de Goldman Sachs les había remitido, y en la que explicaba sin pelos en la lengua sus motivos para abandonar la firma. Rápidamente, la abrumadora y despiadada sinceridad del empleado dio lugar a un terremoto que sacudió los cimientos de uno de los grandes bancos del planeta. Al fin y al cabo, se trataba de la sincera declaración, a cara descubierta, de un trabajador que conocía a fondo la firma, y que había visto como la ética de la empresa había entrado en declive durante la última década, hasta el punto de llegar a calificar a sus clientes de “títeres”.

Por aquel entonces, su autor, Greg Smith, apenas podía imaginarse que su misiva tendría el impacto que tuvo y que, apenas un año después, terminaría publicando un libro, Por qué dejé Goldman Sachs (Deusto) en el que explica con detalle su larga trayectoria de doce años en la firma que un día amó, y que considera que ha acabado con todos sus valores desde que Lloyd Blanfklein ocupase el sillón de CEO de la compañía, en mayo de 2006. Desde entonces, el que otrora fuese considerado como uno de los bancos con una mejor cultura de empresa, comenzó a adoptar el lema de “todo por el dinero” traicionando sus principios.

Me ponía enfermo oír cómo se hablaba de timar a los clientesSmith era el responsable de derivados para Europa, Oriente Medio y África cuando tomó la decisión de abandonar la firma y contarlo todo. Un importante puesto que, al mismo tiempo, le había permitido conocer lo que sus clientes opinaban de la firma, y que no era precisamente bueno. “Me ponía enfermo oír cómo se hablaba de timar a los clientes”, contaba en la carta. “Ya no puedo identificarme con lo que representa”. Muchos vieron en Smith a esa figura que se atrevía a decir lo que todo el mundo sabía pero nadie se atrevía a expresar en voz alta. Su carta fue criticada por el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, que la calificó de “ridícula” y aplaudida por Jack Welch, antiguo consejero delegado de General Electric. El Confidencial se ha encontrado cara a cara con este insider para terminar de sacar a la luz los trapos sucios que se esconden bajo el parqué de Wall Street.

Usted entró en Goldman Sachs hace doce años con la sensación de estar cumpliendo uno de los sueños de su vida. ¿Podía imaginarse por aquel entonces que, doce años más tarde, estaría en España hablando de las prácticas poco éticas de la compañía?

Desde luego que no. Nunca me lo habría imaginado, porque realmente amaba ese lugar. Me convertí en embajador de la firma, aparecía con frecuencia en los vídeos de reclutamiento, intentaba captar nuevos estudiantes… No podría haber escrito la carta a The New York Times diez años atrás, porque en aquello momento Goldman Sachs cumplía con lo que prometía al público, es decir, “el cliente es lo primero” y “la reputación es lo más importante”. Tras el 11 de septiembre, se podía percibir cómo la firma estaba ayudando a los clientes a volver a ponerse de pie.

Pero si nos adelantamos al comienzo de la crisis y la transición del liderazgo de Hank Paulson, que era un banquero, al de Lloyd Blankflein, que era un trader, se puede ver un absoluto cambio de mentalidad. Esa hipocresía de decir en público que nos preocupábamos por nuestros clientes mientras los estafábamos en privado era algo tan desilusionante que escribí la carta para avisar a Goldman Sachs que estaban destruyendo algo que había tardado más de 140 años en construirse. Los directores del consejo pueden salir y decir que las cosas han cambiado, pero no lo han hecho. Y no se trata sólo de Goldman Sachs, sino de toda la industria de Wall Street.

Pero ya en los años ochenta existía esa imagen negativa de los banqueros. No hay más que recordar al Gordon Gekko de la película de Oliver Stone Wall Street y su frase “la avaricia es buena”.

La avaricia es una parte esencial de la naturaleza humana que no podemos regular o cambiar. Pero hay diferencias entre lo que ocurría en los ochenta y lo que ha ocurrido esta década. La avaricia de Gordon Gekko en los ochenta no podía dañar al conjunto de la sociedad como sí ocurrió durante la crisis económica del 2008. Ahora, ¿por qué el sistema es tan peligroso? Porque hubo grandes cambios en las leyes a comienzos de los 2000. Uno fue el Glass-Steagall Act, que separó los bancos comerciales de los de inversión, de las compañías aseguradoras. Eso creó lo que se dio en llamar los supermercados bancarios, que se hicieron tan grandes que eran “too big to fail” (“demasiado grandes para caer”), como empezó a decirse. Otra cosa que cambió es que ahora se podía apostar con el dinero de tus clientes. En los ochenta y en los noventa, los bancos no podían especular contra el dinero de sus clientes, mientras que ahora podían hacer apuestas contra sus seguros, lo que derivó en la crisis que ha afectado a todos, incluso a Europa. La avaricia siempre ha existido, sólo es que antes los bancos ganaban dinero a través de sus tratos con los clientes. A partir del 2000, empezaron a usar a los clientes para apostar en su contra, una práctica muy peligrosa.

Una de las palabras que más se han popularizado de su libro es “títere” (“muppet”), utilizada por los inversores de Goldman Sachs para referirse a sus clientes. ¿Pero no eran estos conscientes de lo que estaba ocurriendo?

Un problema es que aún no nos hemos dado cuenta de que la percepción más habitual en el mundo es que Wall Street está formado por banqueros ricos apostando contra otros banqueros ricos. A veces, la gente no se da cuenta de que los grandes inversores son por ejemplo los fondos de pensiones, que representan a madres, padres, ciudadanos, bomberos, policías, etc., que no tienen los conocimientos de la gente de Wall Street. Lo que he intentado contar en mi libro es que ese argumento tan habitual que se utilizó tras la crisis, que decía que era culpa tuya si habías invertido sin tener los conocimientos necesarios, honestamente, no es así.

Si establecemos una analogía con un casino, sería como si el banco pudiese ver tus cartas y apostar contra de ellas. Nunca permitiríamos eso en un casino, ¿por qué lo hacemos con la banca? No sólo la gente no tenía conocimientos suficientes, sino que además se les incentivó para que realizasen grandes apuestas que ponían en peligro el sistema. Francamente, se les llamaba “marionetas”, y se les llamaba “simples” porque los bancos eran capaces de sacar miles de millones de ellos sin que se diesen cuenta. Creo que tenemos que dejar de decir que podían saber lo que pasaba, porque no podían.

Países como España estaban siendo utilizados para que los clientes tuviesen pánico y hubiese más negocioAntes de la crisis, la banca no tenía una imagen tan negativa: su imagen era la del chico simpático de la ventanilla que te guardaba el dinero. Ahora, parece el diablo personificado. Pero entiendo que no todo es blanco o negro.

Soy optimista por el hecho de que hay razones por las que los bancos pueden ser buenos. De 1930 a 2000, el de los bancos era un trabajo muy aburrido. Hacían dinero, pero no eran los 10, 20, 30 millones de dólares que los CEO están cobrando ahora. La razón de que se gane tanto dinero ahora es porque las reglas del juego han cambiado. Los bancos ya no se dedican a aquello positivo que podrían hacer, como servir de fuente de financiación, crear riqueza, ayudar a las empresas, aconsejar a la gente… Eso solía componer el 60% del negocio. Si saltas de 2002 a 2007, te darás cuenta de que ese no es más que el 10% del negocio, y el resto, las apuestas de inversión tipo casino. Por eso no digo que los bancos sean malos, sino que tienen que ser más aburridos, ganar menos dinero, ser más transparentes, más simples. La cantidad de dinero que se llevan ahora es injusta para la sociedad, porque se llevan todos los beneficios, y cuando no lo hacen, las pérdidas se socializan en forma de rescates bancarios.

¿Cuándo fue la primera vez que te sentiste defraudado por Goldman Sachs?

Cuando Goldman Sachs fue demandado por fraude. Mi reacción inicial fue muy defensiva: ¿cómo han ido detrás de nosotros si somos los mejores? Pero cuando nuestro CEO Lloyd Blankflein testificó en el congreso, empecé a oírle decir cosas que no tenían relación con lo que yo creía que debía ser el negocio: no debemos decirle a los clientes lo que realmente sabemos, es cosa suya saberlo, no tenemos por qué se transparentes. En mi cabeza, esa idea de que es correcto engañar al cliente era muy desilusionante, porque no entré en este negocio para timar a nadie, sino para establecer relaciones de confianza en las que todos saliesen ganando.

Los clientes me decían “no confío en Goldman Sachs, pero hago negocios con vosotros porque tenemos que hacerlos”. Me decepcionó escucharlo, porque si tus principios son la confianza y la reputación, un cliente no puede decirte que hace negocios contigo porque no le queda más remedio. Esto me llevó a un período de introspección. Los clientes no confían en los bancos porque saben que están intentando engañarlos. Me aparté de todo y decidí dejar de fichar estudiantes, porque no creía que el sistema fuese a cambiar a no ser que la gente de dentro de la industria cambiase.

Curiosamente, Blankflein afirmó una vez que lo que Goldman Sachs hacía era “el trabajo de Dios”.

Tengo que decir que esas declaraciones se sacaron de contexto, no eran más que una broma. Lo que sí es verdad es que, cuando enciendes la televisión, ves que los bancos están intentando convencer al público de que se dedican a realizar obras benéficas y ayudar a los demás, a la gente de Nueva Orléans, a las víctimas de las catástrofes naturales… Intentar convencer a la gente de que es a eso a lo que te dedicas puede ser muy engañoso, porque el 80% de su negocio es hacer trading tipo casino. Si ves la cuenta de Twitter de Goldman Sachs, sólo hablan del dinero que donan, cómo reconstruyen cosas y dan dinero a los pobres. Deberían decirle al público lo que realmente hacen. Si somos un hedge fund, deberíamos contar cómo hacemos dinero, pero no lo hacemos. El público se merece más que eso.

Utiliza en el libro el término “gente moralmente corrupta”, que al fin y al cabo, es con la que debía codearse en su día a día.

Creo que el 90% de los trabajadores son gente normal y esforzada, “soldados”, que simplemente tienen una misión. Apunto a los líderes de esas firmas porque, ¿de qué otra forma te vas a comportar en una compañía que de la manera que tu jefe te dice que debes comportarte? Cuando surgen escándalos como los de Fabrice Tourre o JP Morgan, ves que los bancos intentan culpar a los ejecutivos de medio y bajo nivel, pero ¿quién más tiene la responsabilidad que la dirección de la compañía? Los directivos deben dejar de culpar a los mandos intermedios y empezar a culparse a sí mismos, no solo porque permiten actividades como vender productos tóxicos, sino que lo incentivan pagando bonus cada vez más mayores a la gente que lo hace. La gente moralmente corrupta potencialmente puede emerger cuando el sistema los permite. El ejemplo más claro es que hace cinco años tuvimos una crisis que destruyó el 40% de la riqueza global. ¿Cuántas personas fueron a la cárcel? Ninguna. ¿Cuál es la razón? Que muchas de estas prácticas poco éticas son legales. Las leyes tienen que cambiar, que es algo muy obvio, pero los bancos están haciendo todo lo posible para que las leyes no cambien.

Sin embargo, Bernard Madoff sí acabó en la cárcel. Quizá porque él estafó a ricos.

Su ejemplo es diferente porque lo que hacía era obviamente criminal y muy fácil de denunciar. Lo que ocurre ahora con los bancos es que tienen legiones de abogados que les ayudan a caminar por la delgada línea que separa lo legal de lo ilegal. Siempre hay una letra pequeña que los protege. Eso es muy difícil de perseguir. Las leyes tienen que cambiar para que los que las rompen no paguen una pequeña multa, sino que vayan a la cárcel.

Personalmente, ¿no tuvo mala conciencia, al ser consciente de que era parte del juego que detestaba?

Algo muy triste fue que las compañías me mandaban muchos estudiantes para orientar, y hubo un momento en el que empecé a evitar esas llamadas, hasta que dejé de atenderlas por completo. Fue algo muy difícil para mí, porque una de las cosas que más me gustaban era la idea de ayudar a la nueva sangre igual que los veteranos me ayudaron a mí. Fue un proceso que comenzó con las acusaciones de fraude y continuó año y medio después, en el momento de la crisis de la deuda soberana europea que afectó a España, Portugal y Grecia, cuando me di cuenta de que estaban siendo utilizados para que los clientes tuviesen pánico y hubiese más negocio. Era algo que tenía implicaciones en el mundo real, que traspasó la línea de lo que consideraba correcto.

En muchos casos, uno tiene la impresión de que los inversores no actuaban con maldad, sino que de veras creían que hacían lo correcto. Lo cual los hacía aún más peligrosos. ¿No se daban cuenta de lo que hacían?

No. Es un poco como el experimento de Stanley Milgram. Cuando un ser humano se encuentra en un sistema donde alguien en una posición de autoridad les está diciendo que está bien hacer eso, ve que nadie va a la cárcel, y además, gana millones de dólares, empieza a racionalizarlo y a pensar “si esto estuviese tan mal, ¿por qué me dejarían hacerlo?” Es un factor importante. En una historia del libro hay una gran reunión donde una valiente mujer se levantó y preguntó qué pensaban de la desaparición de la ética en la organización. La respuesta fue que “tenemos familias y somos buenos con ellas”. Esa era su manera de justificar lo ocurrido, dando dinero a actos benéficos, pero hay un gran número de personas haciendo cosas muy poco éticas en su trabajo que se comportan correctamente en su vida privada. Es un sistema del que es difícil escapar.

La mentalidad que existe entre los empleados es 'disparar a los demás', hasta ser el último que quede en pieEn el libro habla de “disparar a un trabajador” (“shoot somebody”), es decir, forzar su despido. ¿Es algo habitual?

Sí. Goldman Sachs antes era una empresa privada, y los socios querían estar seguros de que la nueva generación que criaba se comportaba de manera adecuada. Es decir, tienes que tomar decisiones con el futuro de la organización y de tus clientes en mente, entonces harás decisiones más morales y más éticas. La transición de los banqueros a los traders lo ha convertido en “hay que ganar a toda costa”. Jack Welch, CEO de General Electric, escribió una evaluación de la cultura de empresa que decía básicamente que la persona más tóxica para la organización es esa que está obteniendo grandes ganancias pero se está portando mal. La forma de recuperar la moral es “disparar” a esa gente, librarse de ella, porque si los jóvenes que vienen de la universidad ven ese comportamiento, pensarán que esa es la forma en la que han de comportarse. Hoy en día, la mentalidad que existe es “disparar a todo el mundo”, como si se tratase de una competición en la que el objetivo fuese librarse de los demás hasta ser el último que quede en pie.

La cultura de empresa de Goldman Sachs tenía la reputación de ser una de las mejores del mundo. ¿Terminó convirtiéndose en una secta?

Sí, pero ser una secta puede ser buena o mala. Creo que el modelo de Goldman Sachs, con integridad, trabajo en equipo, etc., funcionaba. De hecho, durante los primeros años, me gustaba comentar que esa era la razón por la que Goldman Sachs había sobrevivido, que no había sido la suerte. Tenían principios y en el año 2000, incluso en los medios de comunicación, la gente sólo tenía cosas positivas que decir de la marca, la reputación, la cultura de la empresa. El comportamiento empezó a cambiar y la cultura empezó a desintegrarse poco a poco. Un día te dabas cuenta de que le insistías a los estudiantes con la “cultura”, y que “lo importante es el cliente” y luego llegaban a la empresa su primer día y veían todo lo contario. Es algo corruptor, porque no lo pueden entender. ¿Cómo se puede decir eso y luego estafar a los clientes? Pero ser una secta puede ser bueno, porque la gente defendía la marca y su cultura sin hacer estupideces ni tomar decisiones tóxicas.

¿Cree que los banqueros han aprendido algo de su libro?

Es difícil saberlo, pero sé que hace dos semanas, Goldman Sachs anunció que iba a rediseñar completamente la evaluación de sus empleados y su sistema operativo. En lugar del dinero que hacen, van a fijarse en el trato que establecen con el cliente, la confianza y en su manera de mantener la reputación. Si es de verdad o simplemente una manera de hacer relaciones públicas, es pronto para decirlo, pero definitivamente no creo que estos bancos vayan a cambiar su comportamiento. Por eso señalo al final a los políticos, ya que si los bancos pueden salirse con la suya es por ello. Hay tres cosas que tienen que mejorar: los derivados necesitan volver a ser regulados, se debe prohibir apostar contra tu propio dinero y los bancos deben ser divididos en piezas más pequeñas de manera que no sean tan grandes como para arrastrar a todo el sistema con ellos.

El 14 de marzo de 2012, el periódico estadounidense The New York Times publicó la carta que un antiguo trabajador de Goldman Sachs les había remitido, y en la que explicaba sin pelos en la lengua sus motivos para abandonar la firma. Rápidamente, la abrumadora y despiadada sinceridad del empleado dio lugar a un terremoto que sacudió los cimientos de uno de los grandes bancos del planeta. Al fin y al cabo, se trataba de la sincera declaración, a cara descubierta, de un trabajador que conocía a fondo la firma, y que había visto como la ética de la empresa había entrado en declive durante la última década, hasta el punto de llegar a calificar a sus clientes de “títeres”.