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"Ahorramos en la lista de la compra y ese dinero lo destinamos a champán"
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A FONDO: NUEVOS SÍMBOLOS DE ESTATUS

"Ahorramos en la lista de la compra y ese dinero lo destinamos a champán"

Esta es la segunda parte del reportaje Nuevos símbolos de estatus. La primera parte puede leerse aquí.“En Madrid sí es distintivo utilizar marcas. La sociedad madrileña

Foto: "Ahorramos en la lista de la compra y ese dinero lo destinamos a champán"
"Ahorramos en la lista de la compra y ese dinero lo destinamos a champán"

Esta es la segunda parte del reportaje Nuevos símbolos de estatus. La primera parte puede leerse aquí.

“En Madrid sí es distintivo utilizar marcas. La sociedad madrileña es más aspiracional, le gusta más comprar lujo y enseñarlo, mientras que Barcelona es más exigente, más intelectual, más de búsqueda. En Cataluña, el lujo por  el lujo no está bien visto, el bling bling es old fashion”.

Esta tensión entre los signos puramente económicos de estatus y los más ligados al gusto, a la complejidad y al disfrute de un cierto capital cultural, que Susana Campuzano, directora del programa superior del Lujo de IE Business School, establece en su variable geográfica (en esa pugna entre Madrid y Barcelona),  es prototípica en las diferencias de estatus contemporáneas. Mientras que un sector social apostaría por distinguirse a partir de la exhibición de su poderío económico, y por tanto, de la posesión de bienes exclusivos, otra parte de ese estrato social de elevado poder adquisitivo, pretende diferenciarse a partir de elementos ligados al placer estético, al bienestar y al capital cultural. Eso es lo que separaría a Madrid y Barcelona, lo que explicaría “que la ciudad catalana haya apostado masivamente por el diseño o que haya sido la promotora de la gastronomía de calidad”, y que Barcelona sea más cosmopolita que Madrid: “mientras Cataluña mira más hacia el exterior, la capital lo hace hacia el interior y especialmente hacia el sur. Son otros códigos: a los madrileños les gusta ir a Andalucía de vacaciones, a Jerez, a la feria de Sevilla, o a Marbella”.

En Madrid, ir a la ópera o a algún museo es poco distinguido. Eso ya lo hace la clase media

Las clases adineradas están viviendo una bifurcación significativa, ligada a los cambios culturales de nuestra época. Siendo la distinción elemento fundamental, los caminos por los que esas diferencias quieren hacerse valer son notablemente distintos hoy que en el pasado reciente. Incluso en el seno de ese estrato social al que su poder adquisitivo separa radicalmente de las demás, también hay diferencias de estatus. Quizá no lo verbalizan en esos términos, pero la pelea de fondo entre una facción más “paleta”, más de nuevos ricos, y otra más creativa y sofisticada (o, por decirlo de otra manera, entre el dinero y la clase) está en el centro del problema.

Las provincias, más sofisticadas que la capital

En este orden, una de las variaciones más significativas tiene que ver con el valor que se asigna a la cultura, antaño elemento de prestigio y hoy en pleno declive. “En los años 50 y 60, la filosofía tenía un peso importante, no hay más que ver los respetados que eran entre las clases más adineradas los complejos cursos que impartía Zubiri, mientras que hoy lo que les fascina son los consejos de los coach”, asegura José Luis Moreno Pestaña,  profesor de filosofía de la Universidad de Cádiz. “En Madrid, acudir a los museos se ha convertido en una actividad poco distinguida, propia de la clase media, como la misma ópera, y carece del prestigio que tuvo en el pasado reciente. Sin embargo, en Barcelona, y también en provincias, ese elemento sigue haciéndose valer. Ir a la ópera, por ejemplo, continúa teniendo mucho peso”.

La otra gran diferencia, alerta Campuzano, es consecuencia directa del surgimiento de esa sociedad hipermoderna en la que las clases ya no están vinculadas a la producción y al trabajo, sino al consumo y al crédito, en la que “todo el mundo parecía tener derecho a todo, también al lujo” y en la que el consumo y el placer se han convertido en los refugios más habituales. El consumismo ha adquirido un lugar predominante, hasta el punto que la principal forma de ocio de una tarde de fin de semana es acudir al centro comercial.

Nos recompensamos con pequeñas cosas que nos vienen bien psicológicamente

Esa tendencia ha tenido también su reflejo en las clases con mayor poder adquisitivo, aunque elevando varios peldaños la exigencia. El marquismo estaba presente en ellas, incluso “de forma exacerbada”, advierte Campuzano, lo cual era muy evidente en esa parte de las capas altas que pretendían hacer valer sus diferencias sólo a través de la exhibición de bienes de lujo. Pero esa insistencia en lo puramente económico también generó hartazgo, y parte de ese estrato social (el relacionado con la descripción que Campuzano hace de Barcelona) prefirió distinguirse a través de los viajes, de la gastronomía, del vino y del lujo relacionado con las emociones y las experiencias. Esa división entre quienes prefieren la apariencia y el relumbrón y quienes abogan por experiencias sofisticadas y placenteras, está hoy plenamente vigente, aun cuando se articule a través de una amplia gama de matices, y más tras la llegada de la crisis. Como señala Campuzano, “el lujo está volviendo hacia lo racional. No se gasta por gastar sino que se buscan marcas que además de prestigio ofrezcan calidad. Por otro lado, el arte de vivir se sigue desarrollando muchísimo, aunque de otras maneras. Ahorramos en la lista de la compra, y ese poco dinero que reservamos lo destinamos a cosas que nos dan placer. Puede ser un buen vino, una botella de champán,o un pequeño tratamiento de estética, algo que te permita sentirte bien. Son autorrecompensas que te vienen bien psicológicamente y que no son caras”.  

Pero esa búsqueda de bienestar psicológico y físico no es sólo una tendencia coyuntural. El cuerpo vuelve a estar en el centro de los símbolos de estatus. Ser y estar guapo/a es hoy un claro signo distintivo.

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Cómo los ricos copian a los pobres

En el pasado, la obesidad era un signo de abundancia y poder económico, mientras que la delgadez caracterizaba a los desposeídos, quienes no tenían qué llevarse a la boca. No sólo eso, sino que los cuerpos escultóricos solían ser propiedad de la clase trabajadora o dedicada a la tierra que era la que, debido al carácter físico de su labor, se encontraba en un mejor estado de forma. Las peculiaridades del trabajo moderno y los cambios en las prácticas alimenticias han revertido esa situación, y son ahora las clases más desfavorecidas las que suelen sufrir problemas de sobrepeso, mientras que los que pertenecen a un estrato social superior gozan de cuerpos más estilizados. Entre otras cosas, porque tienen más tiempo y dinero (pero también, más conocimientos) para cuidarlo. Ejemplo claro de esta situación son las estadísticas sobre los problemas de obesidad entre las clases bajas de Estados Unidos. Como señalaba un estudio realizado en 2004, los ciudadanos americanos que padecen sobrepeso son la mitad de ricos que los que no lo hacen.

Los tiempos han cambiado y el 'running' y el triatlón se encuentran cada vez más de moda entre las clases pudientes“Mantener el cuerpo en forma requiere inversión de tiempo, dinero y cultura”, señala José Luis Moreno Pestaña. Y, precisamente, lo que menos tienen las actuales clases media y trabajadora es de esos tres factores, como señalaba esta misma semana una investigación de la BBC. Esto se nota, especialmente, en lo que las clases pudientes emplean su tiempo libre, y cuyos efectos se empiezan a notar principalmente a partir de cierta edad. “Cuando se empieza a envejecer, todo el mundo tiende a engordar. Pero se hace en un menor grado si se ponen medios para no hacerlo, si se tienen entrenadores y se goza de más tiempo y energía”, indica Moreno. “Las diferencias en el cuerpo empiezan a ser muy marcadas a los cuarenta y cincuenta años”.

Tiempo y dinero

No se trata de algo nuevo, pero que sí ha cambiado durante los últimos tiempos. Hasta hace relativamente poco, los deportes preferidos por las clases adineradas eran aquellos que, si bien requerían una gran inversión de tiempo para llegar a controlarlos en profundidad, las exigencias físicas eran reducidas. Era el caso, por ejemplo, del golf. Los tiempos han cambiado y el running y el triatlón se encuentran cada vez más de moda entre las clases pudientes. Existe, además, un componente que distingue este tipo de actividades físicas de otras: ya no se trata únicamente de hacer deporte sino de superar un reto. Como ocurría en el caso de las vacaciones en entornos paradisiacos, la experiencia a vivir es lo más importante.

Ello explica, por ejemplo, que cada vez más expedicionarios se atrevan a escalar por los catorce ochomiles repartidos por todo el planeta. Como ocurría en el caso de la vela o la hípica, otros dos deportes vinculados con las élites, la inversión económica que se ha de realizar para llevar a cabo estas prácticas es muy alta, por lo que están al alcance de unos pocos.

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Estereotipos de la clase baja para ricos

Esta atención por el cuidado del cuerpo y por la apariencia física no es más que otro de esos habituales desplazamientos por los cuales prácticas de una clase terminan siendo recogidas por la opuesta. El estatus funciona por imitación, de modo que los hábitos y las aficiones que poseen mayor prestigio son adoptados con el tiempo por las capas sociales inferiores. El sociólogo George Simmel aseguró, a comienzos del siglo XX, en el contexto de un sistema de clases abiertas que los miembros de las clases más bajas intentan aparentar la pertenencia a grupos superiores a través de la adopción de los signos distintivos que los caracterizan. Las élites y la burguesía, cuando detectaban que los trabajadores y capas medias comenzaban a imitarlos buscaban nuevos signos de manera que nunca pudiesen ser identificados con aquellos de un menor nivel social.

Joyas, chicas y coches son los símbolos de estatus de los raperos

Pero esta  tendencia funciona en doble dirección, y a menudo prácticas de las clases bajas son recogidas de modos novedosos por las más pudientes. Sin duda, el físico musculado y fibroso es una de ellas, pero probablemente la más significativa sea la que se da en el plano de la estética. Hay una nueva clase alta, más moderna, que se ha caracterizado por la apropiación de los estilos que marcaban las tendencias populares. Numerosos diseñadores buscan inspiración en las tendencias de los barrios más populares, y buena parte de los jóvenes de clase media alta acogen una estética alternativa extraída de la cultura pop. Según explica Moreno Pestaña, “ahora es muy frecuente encontrar jóvenes adinerados cuya forma de vestir está marcado por la moda indie, vaciando así una estética de todo contenido ideológico y potencialmente subversivo”.  El indie, nacido en círculos de izquierda, del underground y del punk, ha terminado siendo abrazada por los hijos de las clases conservadoras, a través “de la banalización de su estética”, en palabras del filósofo.

Un caso peculiar, en este sentido, es el de la cultura hip-hop, especialmente la relacionada con el gangsta rap. Fascinados por la estética de los grandes mafiosos, suelen hacer gala de manera fanfarrona de limusinas, anillos y colgantes de oro y de estar rodeando siempre de mujeres ligeras de ropa, signos que podrían encajar en el viejo canon de los símbolos del poder, es decir, lujo, amantes y bólidos. Sin embargo, existe un inequívoco carácter kitsch, en la adopción de estos símbolos. El rapero no intenta pasar por lo que no es y renunciar a esos orígenes sociales de los que tan orgulloso se encuentran, sino de recordar que se trata del chico pobre que llegó a rico.

El bienestar de los que están bien

En este contexto en el que la apariencia saludable se ha convertido en una señal de estatus, lo externo ha conocido un correlato en lo interno. En un pasado, la devoción religiosa había servido de consuelo e inspiración a los estratos inferiores de la sociedad, así como de dedicación y realización personal de las clases altas. Y este tendencia sigue viva en nuestra sociedad, por con lecturas muy peculiares. De una parte, elementos típicamente populares ligados a la religión son objeto de estatus entre determinados grupos de las clases adineradas. La asistencia a eventos especiales, como la Semana Santa o el Rocío sevillanos son también señal de que se es alguien en la sociedad. De otra, elementos dirigidos a la clase media están siendo acogidos, y cada vez con mayor intensidad en esa parte de la clase alta que privilegia el bienestar personal.  Así, la autoayuda ha arrasado y la psicología positiva y técnicas para el bienestar de lo más variado está siendo muy bien acogidas entre las élites. De igual manera que cuidarse de manera externa era un signo distintivo, también lo es hacerlo internamente.

Esta es la segunda parte del reportaje Nuevos símbolos de estatus. La primera parte puede leerse aquí.