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Los sentimientos que van a desaparecer en el siglo XXI
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VUELVE EL MITO DEL CONOCIMIENTO PROHIBIDO

Los sentimientos que van a desaparecer en el siglo XXI

Hace unos días se presentaba en sociedad Rex, anunciado como el primer hombre biónico. Sus órganos eran artificiales. Pero eso no impedía a sus creadores afirmar

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Los sentimientos que van a desaparecer en el siglo XXI

Hace unos días se presentaba en sociedad Rex, anunciado como el primer hombre biónico. Sus órganos eran artificiales. Pero eso no impedía a sus creadores afirmar que su criatura tiene ojos, corazón, manos, boca… Siempre que se anuncian avances de este tipo resurge el mito del “conocimiento prohibido”, la idea de que estamos desarrollando tecnologías que van a transformar decisivamente al ser humano y van a llevarlo a cambios insospechados ¿Transformaremos nuestra forma de ser al introducir elementos artificiales en nuestro cuerpo? Rex, por ejemplo, tiene un páncreas artificial y ese órgano es muy importante para nuestras emociones ¿Estamos iniciando el camino hacia una sentimentalidad a la carta?

Niels Bohr decía que “predecir es muy difícil, y sobre todo el futuro”. Prueba de ello es que a pesar de la gran cantidad de especulaciones y narrativa dedicadas a la predicción del porvenir, los aciertos son muy escasos. En ninguna de las millones de historias de ciencia ficción publicadas en el Siglo XX hay, por ejemplo, nada realmente parecido a Internet. Pero, para un psicoterapeuta, la tentación del vaticinio está ahí porque permite analizar tendencias actuales extrapolándolas al futuro. Sin necesidad de inventar desarrollos tecnológicos, usando sólo el material de lo que se escucha en una consulta clínica, es posible aventurar hacia dónde irán los afectos del Siglo XXI.

Nuestras vidas son cada vez más individuales y este tipo de pasiones no resultan útiles

Las emociones están ahí porque en ciertos momentos nos resultaron útiles. Los psicólogos evolucionistas (David Buss, Richard Dawkins, Steven Pinker…) han explicado cómo, durante el curso de la evolución, al ser humano le ha resultado adaptativo poder informar a los que le rodean de ciertas reacciones. Tuvimos ira porque eso hacía que los demás se alejaran de nosotros cuando nos estaban molestando. Sentimos miedo porque eso sirvió para no meternos en líos de los que hubiéramos salido mal parados. Experimentamos alegría porque así volvíamos otra vez a buscar las experiencias que nos llevaban al éxito evolutivo. Nos enamoramos –esa trampa de la naturaleza para perpetuar nuestros genes- para reproducirnos y cuidar a nuestra prole uniendo nuestras fuerzas.

Excesos melodramáticos

Pero las circunstancias cambian. Y con ellas varían también las necesidades en la lucha por la supervivencia. Nuestras vidas son cada vez más individuales y este tipo de pasiones pueden resultar cada vez menos útiles. Los sentimientos fueron moldeados en culturas colectivistas, en épocas en las que todos los seres humanos llevaban vidas similares. Lo que entristecía, daba miedo o avergonzaba a una persona producía el mismo efecto en los demás. Y por eso la transmisión de la información era tan útil.

Cada vez será menos adaptativo mostrar cobardía e inocular terror en los demás

Pero parece previsible que, en el futuro, el medio en el que se desenvuelva cada uno sea completamente distinto. La vida de las personas –que antes tenía ritmos uniformes de maduración, búsqueda de bienes materiales y reproducción- es cada vez más diversa. No se parecen en nada los objetivos de un single de clase media urbana de treinta y cinco años adicto al trabajo y los de un hombre de esa misma edad casado y con tres hijos que viva en un medio rural. Y de hecho, cada vez es más habitual que denominemos sentimentalismo a los sentimientos que no compartimos. Cada vez nos cuesta más tolerar los excesos melodramáticos: en las culturas individualistas es más fácil soportar la insuficiencia que la exageración emocional.

1. Una de las consecuencias de esta transformación es que, a medida que aumentan las diferencias, quizás tenga cada vez menos sentido comunicar datos que en realidad, al otro no le van a resultar útiles. Así que es fácil prever que uno de los fenómenos “nominados” a desaparecer progresivamente será el miedo. En las sociedades colectivistas, trasmitir alarma era muy fácil porque todo el mundo temía lo mismo. El historiador Jean Delumeau, en su libro El miedo en Occidente  nos enseña cómo podían hacerse comunes terrores –los duendes, las brujas, la noche…- que hoy nos parecen ridículos a la mayoría.

En el mundo actual, sin embargo, lo que constituye un peligro para una persona no tiene porque ser, necesariamente, un riesgo para la otra. Nuestros temores se hacen difusos, “líquidos” en expresión de Zygmunt Bauman. Por eso, probablemente, cada vez será menos adaptativo mostrar cobardía e inocular terror en los demás. Los traficantes de miedo, las personas que inoculaban sus pavores en los demás, son denostados. Franklin Delano Roosevelt, una de las mentes fundadoras del mundo moderno, afirmaba que "la única cosa de la que debemos tener miedo es del miedo". Y el proceso de quitárnoslo de encima está en marcha: los temores son cada vez más íntimos, nos avergüenzan. Tomamos ansiolíticos para evitarlos porque todo nuestro alrededor nos anima a arriesgarnos, a atrevernos a ir más allá, a perder el miedo y liberarnos.

2. Otro sentimiento que parece estar perdiendo adeptos es la tristeza. “¡La nostalgia ya no es lo que era!” se quejaba Simone Signoret. Es fácil que sea entendida como debilidad, como carencia emocional: al ser un fenómeno diseñado para conmover a los demás y conseguir su ayuda, parece poco conveniente en una sociedad egocentrista. Muchos científicos nos recuerdan su valor adaptativo: Eric G. Wilson, en un reciente libro provocadoramente titulado: Contra la felicidad. En defensa de la melancolía nos intentaba recordar que "fue el cavernícola melancólico y retraído que se quedaba atrás y meditaba, mientras sus felices y musculosos compañeros cazaban la cena, quien hizo avanzar la cultura".

Pero el proceso parece irreversible: habiendo tecnología para evitarla, preferimos evadir la pesadumbre. La depresión (incluso la reactiva, aquella que se produce por causas externas) es algo que preferimos no experimentar y hoy en día los antidepresivos son los medicamentos más vendidos en el mundo.

3. Un ejemplo de lo poco adaptativa que resulta la pesadumbre es el manejo que hacemos en nuestra sociedad del proceso de duelo. La nostalgia por los seres que se van de nuestras vidas -por fallecimiento o por ruptura- se tiende a hacer cada vez más corta. Cada vez tenemos más prisas en pasar las tradicionales fases definidas por la Dra. Kübler-Ross. Es fácil escuchar en terapia a personas que se quejan porque no acaban de reponerse… cuando no llevan ni una semana en proceso de duelo. Una preocupación por la “pérdida de tiempo” que supone añorar y entristecerse que parece ser compartida por muchos médicos que recetan medicamentos a las personas al día siguiente del fallecimiento de un ser querido.

4. Con un panorama así, parece que, desde luego, el gran candidato a desaparecer de la faz de la tierra es el amor romántico. Las disecciones que hacen de esta “imbecilidad transitoria” (la expresión es de Ortega y Gasset) científicos como Helen Fisher lo sitúan al borde de considerarlo como una enfermedad, una alucinación transitoria que produce estados emocionales ciclotímicos como efectos secundarios. A pesar de esos análisis devastadores, esta perturbación goza de aprobación social pero ¿qué ocurriría si se pudiera “curar”? Los mecanismos bioquímicos de “esa tontería llamada amor” (esta vez la expresión es de Queen) están, cada vez, más definidos. Y no es difícil especular sobre una sociedad futura en la que uno pudiera tomar una pastilla para quitarse de encima el enamoramiento. ¿Cuántas personas se la tomarían para ahorrarse los tres años de atontamiento vital y el posible sufrimiento de un desamor?

5. La atracción sexual, por supuesto, permanecería. Aunque ahora hay personas que asocian erotismo y romanticismo, éste no es el único mecanismo fisiológico que nos lleva a la excitación. Marvin Zuckerman ha investigado a fondo un factor de personalidad que se fomenta cada vez más en el mundo actual: la búsqueda de sensaciones. Esta apertura a la experiencia es un tipo de anhelo que resulta muy adaptativo en sociedades sobre-estimuladas como la nuestra. Para aquellos que hacen de esta búsqueda su principal motor vital, la mezcla perfecta es aquella que se da entre fenómenos novedosos que resulten estimulantes a nivel físico y mental. Y el sexo variado, sin ataduras emocionales, parece satisfacer muy bien estas dos condiciones.

6. ¿Un mundo sin sentimientos? Aunque parezca que la tendencia actual hacia el individualismo cuestiona el valor adaptativo de las emociones anteriores, no cabe duda de que seguiremos precisando algunas. Sobre todo, las de tipo “negativo”.

El psicólogo Nico Frijda es uno de los promotores de esa necesidad de malas vibraciones. Este científico nos recuerda que las emociones no son simétricas: las positivas tienen menos intensidad y duran menos. La alegría, la felicidad y la fascinación tienden invariablemente a desteñirse volviéndose neutras o de una alegría pálida.  Sin  embargo, da la impresión de que hay frustraciones a las que uno no llega a acostumbrarse y privaciones a las que uno no se adapta. Esta necesidad asimétrica de sentimientos explica, quizás, porque hay uno que cada vez está más en boga: la ira. En una sociedad en la que se trata de maximizar el beneficio personal, la indignación cuando uno se siente engañado y la rabia cuando no conseguimos nuestros objetivos son esenciales porque dan fuerzas para cambiar la situación. La mala baba, ya sea canalizada en forma de asertividad y comportamiento firme o de enojo furioso, seguirá siendo útil. Es un sentimiento en alza, no cuestionado y que seguirá estando ahí.  

En fin: este es el cóctel sentimental que parece augurar el mundo actual. El futuro tampoco es ya lo que solía ser: parece que se avecina un porvenir de autocontrol emocional casi psicopático del que habrán desaparecido subproductos evolutivos como la tristeza, el enamoramiento o el miedo… y en el que quedarán la ira, la atracción sexual y la necesidad de nuevas experiencias como los grandes sentimientos que nos harán humanos. Plasmaciones de estos augurios se intuyen en películas como Desafío Total, Terminator o Robocop y en libros como El juego de Ender, Neuromante o Más que humano

Pero no hay que preocuparse. Como ya se ha dicho, el futuro es difícil de prever. Y casi seguro que todas estos profetas se equivocan.

*Luis Muiño es psicoterapeuta y divulgador

Hace unos días se presentaba en sociedad Rex, anunciado como el primer hombre biónico. Sus órganos eran artificiales. Pero eso no impedía a sus creadores afirmar que su criatura tiene ojos, corazón, manos, boca… Siempre que se anuncian avances de este tipo resurge el mito del “conocimiento prohibido”, la idea de que estamos desarrollando tecnologías que van a transformar decisivamente al ser humano y van a llevarlo a cambios insospechados ¿Transformaremos nuestra forma de ser al introducir elementos artificiales en nuestro cuerpo? Rex, por ejemplo, tiene un páncreas artificial y ese órgano es muy importante para nuestras emociones ¿Estamos iniciando el camino hacia una sentimentalidad a la carta?