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"¿Que tú no cogerías la pasta si pudieras? Venga ya..."
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¿DE VERDAD SIRVE DE ALGO LA ÉTICA?

"¿Que tú no cogerías la pasta si pudieras? Venga ya..."

(Este artículo es la segunda del reportaje publicado ayer, sábado, bajo el título: "Quien es honesto y sigue las normas es porque es tonto".

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"¿Que tú no cogerías la pasta si pudieras? Venga ya..."

(Este artículo es la segunda del reportaje publicado ayer, sábado, bajo el título: "Quien es honesto y sigue las normas es porque es tonto".

Javier trabaja en una empresa de ingeniería en la que ha ocupado varios cargos directivos. Varios de sus compañeros, responsables de la fábrica, montaron una especie de ETT para contratar a los trabajadores de la planta, un método que era utilizado para abaratar costes y mejorar la cuenta de resultados de la empresa, pero también para meterse en el bolsillo comisiones por la contratación de cada empleado. Javier nunca quiso formar parte de ese chanchullo, lo que le generó algunos problemas, ya que los corruptos tendían a observarle con mucha desconfianza: querían que todo el mundo hiciera lo mismo que ellos.

En las oficinas, donde se diseñaban los planos, el gerente, que había visto lo bien que les iba a los directivos de la fábrica, propuso organizar algo similar para contratar a los delineantes, lo que Javier también rechazó. Una actitud que acabó por crearle complicaciones, entre ellas, la falta de promoción profesional. A pesar de que nunca tendrá puestos de verdadera responsabilidad en la compañía, el gerente le dijo que no le echaría nunca. Preguntado si esto es porque le respeta por el hecho de tener el valor de llevarle la contraria cuando así lo considera, como hay muchos casos, dice que no. A él sencillamente le necesitan como profesional que siempre cumple, que no es tan fácil de encontrar a partir de cierto nivel técnico.Los corruptos desconfiaban de él porque no quería cobrar comisionesJavier no es sindicalista, su forma de actuar nada tiene que ver con la militancia. De hecho, tuvo problemas con una de las formaciones mayoritarias a raíz de la celebración no conforme a ley de unas elecciones sindicales en las que él fue presidente de mesa, y donde votaron los temporales sin tener derecho a ello. El sindicato le pidió que modificase el acta, a lo que él se negó, alegando que si se habían dado ilegalidades habría que repetirlas, Al final, sospecha que el sindicato falsificó el acta por su cuenta, ya que los resultados no se modificaron.

Para no enfrentarse continuamente a quienes actúan de forma incorrecta, Javier dice "estar templando gaitas a menudo", "gastando saliva y tragando quina", para no tener la sensación de que es un problema para los demás. A pesar de su molesta honradez, cuenta con el respeto y consideración de los trabajadores del taller, porque cuando algo no sale, está con ellos hasta el final, y trabaja las horas necesarias. Sin cobrarlas, eso sí: "Si yo cobrase mis horas extras tendría una cuenta en Suiza mejor que la de Bárcenas".

No, no cobra las horas extras, ni tampoco obtiene ninguna otra recompensa. Más bien lo que consigue son miradas torcidas de gente que piensa que es demasiado escrupuloso. Quiere actuar conforme a sus valores y a los principios de su oficio, lo que supone un fastidio para muchas personas a su alrededor, que le ven como alguien, más que problemático, latoso. Los que no hacen eso, suben mucho más rápido, cree Javier, porque dicen que sí a todo y terminan metiendo la mano sin ningún miramiento. Como sentencia el sociólogo Juan Carlos Jiménez, profesor en el CEU, “no hay más que mirar a quién se está promocionando en las empresas para darnos cuenta de que hemos pervertido los incentivos sociales. Incentivamos las malas prácticas”.

El padre de Alberto tenía un negocio de venta de faxes bastante próspero, hasta que varias grandes empresas japonesas pusieron en marcha un cártel para echarle del mercado. Como cuenta Alberto, “se trataba de algo ilegal, pero lograron sobornar a varios funcionarios. El paso siguiente fue hacerle una oferta por la empresa. Mi padre se negó a pactar. Decidió defenderse y con la ayuda de un funcionario amigo suyo fue a por ellos y presentó una denuncia en Competencia de la Unión Europea. Su amigo le dijo justo el día antes que le apoyaba a muerte, pero se vendió en el último momento. Iba a ser su testigo en la denuncia. Le hundió que le dejase tirado. Le arruinaron. Le jodieron la vida y la salud. Le jodieron todo. Perdió a su mujer, lo único que no pudieron quitarle fue a sus hijos”.

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El doble rasero de la justicia

La indefensión en la que vive la gente común es muy llamativa, asegura el psicólogo social Enrique García Huete, porque tenemos la sensación de que da igual lo que se haga "porque hay un grupo de gente que siempre tendrá patente de corso. La justicia no funciona con ellos. Sin embargo, si eres alguien sin poder, el peso de la ley va a caer sobre ti seguro. Un doble rasero que perturba especialmente porque transmite una idea de la sociedad muy perversa: si estás arriba y bien arropado, puedes hacer lo que quieras".Tenemos la sensación de que da igual lo que se haga porque hay un grupo de gente que siempre tendrá patente de corso

Curiosamente, más que rechazo, “esa situación termina por generar empatía, ya que, al fin y al cabo todos haríamos lo mismo. La gente comienza a creer que ellos también colocarían a sus familiares si pudieran y se llevarían el dinero que les dieran. Y no creen a quien les dice que no actuaría así. Suelen contestarle con un “¿Qué pasa, que tú no te lo llevarías calentito? Venga ya…eso lo dices ahora. Si tuvieras poder, ya me dirías otra cosa”.

Por suerte, las cosas no son tan diáfanas, y no siempre quienes actúan de modo poco ético salen ganando. Ese fue el único consuelo del padre de Alberto, quien llegó a ver cómo “la Comisión Europea metió una multa alucinante a los del cártel. Después de los años malos que pasó cuando se enfrentó al cártel, ahora ya le da igual todo. No es rico, pero ha visto caer a los que le jodieron y al menos está tranquilo”.

Los valores también se construyen con sanciones

Su consuelo no parece en exceso reconfortante, pero sí ofrece la clave esencial para combatir este clima corrupto. Como asegura Juan Carlos Jiménez, aprender a comportarnos con honradez y responsabilidad es esencial, pero para ello hemos de incentivar los comportamientos adecuados. Y eso incluye la sanción a las conductas deshonestas. “Hasta ahora, vemos al típico tío que viene con su Mercedes o su Porsche, del que se sabe que ha salido de un sitio raro, y sin embargo la gente lo admira. Eso tiene que cambiar, pero no lo hará mientras no existan los incentivos adecuados. Si vas diciendo que la gente tiene que comportarse en su profesión de un modo ético, y luego le enchufas 60.000 euros por contar en la tele que se ha acostado con este y con el otro… Podrás hablar de principios éticos y de lo que quieras, pero los estarás construyendo sobre una base social que has ayudado a pudrir”.

Si los corruptos, los deshonestos o las personas sin principios no reciben la sanción adecuada, sino que además se les premia, como está ocurriendo ahora, no hay posibilidad de cambio. Por eso, señala Jiménez, tendríamos que dejar de pensar el problema de la corrupción como el resultado de los privilegios de la casta política, para empezar a abordarlo en términos mucho más amplios. “Hay que transformar la sociedad para que refuerce los valores”.

(Este artículo es la segunda del reportaje publicado ayer, sábado, bajo el título: "Quien es honesto y sigue las normas es porque es tonto".