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No te juzgues duramente: cómo llevarte bien contigo mismo
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No te juzgues duramente: cómo llevarte bien contigo mismo

En un mundo competitivo como en el que vivimos, la exigencia es alta, por lo que no podemos permitirnos fallar. De esa manera, generamos un nivel

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No te juzgues duramente: cómo llevarte bien contigo mismo

En un mundo competitivo como en el que vivimos, la exigencia es alta, por lo que no podemos permitirnos fallar. De esa manera, generamos un nivel de autoexigencia tan elevado que en la mayor parte de casos es prácticamente imposible alcanzar nuestras propias metas. Lo cual, a su vez, deriva en problemas de ansiedad, baja autoestima, tristeza, estrés o incluso depresión. Podemos ser nuestros peores enemigos, y aunque sea bueno plantearnos altas expectativas, también tenemos que saber cuándo parar y rebajar nuestro nivel de exigencia. Ello no quiere decir que nos hayamos dado por vencidos, sino simplemente que nos estamos tomando un respiro para contraatacar con más fuerza la próxima vez.

Quizá el problema se encuentre en que la psicología del bienestar se haya centrado demasiado en la autoestima durante las últimas décadas, y muy poco en la compasión hacia nosotros mismos, percibida como un sentimiento “débil”. Es la tesis que expone en su página web la doctora Kristin Neff, una firme defensora de la autocompasión, y que ha expuesto en su libro Self-Compassion. Stop Beating Yourself up and Leave Insecurity Behind (HarperCollins). La profesora asociada de Desarrollo Humano y Cultura de la Universidad de Texas (Austin), indica que mientras la autoestima depende en un alto grado de las opiniones de los demás, en cuanto que son los que nos dicen cómo somos, la autogratitud sólo depende de nosotros mismos. Como declaraba en una entrevista con el New York Times, “la razón por la que la mayor parte de la gente no es compasiva consigo misma es porque tienen miedo a ser autoindulgentes”.

Neff halló a lo largo de su investigación unos cuantos beneficios palpables de la autocompasión, que no debe confundirse con el egocentrismo o la ausencia absoluta de autocrítica. En primer lugar, en nuestra salud, ya que nos ayudará a ser más felices y optimistas, y también a evitar enfermedades como la depresión o la ansiedad. Además, señala que también puede ayudar enormemente a la hora de perder peso, en cuanto que determina la cantidad de comida que ingerimos. La autora desarrolló una prueba de 26 afirmaciones para determinar cuánto nos aceptamos a nosotros mismos. Dependiendo de las respuestas que se den, así se encontrará nuestra autocompasión. Pero, ¿qué podemos hacer para dejar de ser los peores jueces de nosotros mismos?

  • Critícate como criticarías a los demás. Salvo si eres despiadado con ellos, claro está. Generalmente, y con la excepción de aquellas personas a las que tenemos manía y que ya han pasado a formar parte de nuestra lista negra, solemos exigirnos más a nosotros mismos que a los que nos rodean, a los que en ocasiones disculpamos de maneras que nunca nos permitiríamos con nosotros mismos. Tú también tienes derecho a fracasar.
  • Lista tus virtudes y defectos. Una de las técnicas propuestas en el ensayo es racionalizar la visión que tenemos de nosotros mismos y poner en negro sobre blanco una lista de aquellas cualidades en las que pensamos que sobresalimos y en aquellas que consideramos que tenemos que mejorar. De esta manera, terminaremos entendiendo lo que debíamos saber desde un primer momento: que todas las personas tienen sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y que nosotros no somos la excepción.
  • Busca aquello en lo que destaques. La psicóloga habla del efecto “mejor-que-la-media” para explicar por qué necesitamos encontrar algo que nos diferencie de los demás. En un planeta en el que habitan casi siete mil millones de seres humanos, es probable que nos asalte la sensación de que somos prescindibles e intercambiables. A nadie le gusta sentirse uno más, por lo que frases como “estás normal” son interpretadas rápidamente como un ataque a nuestro ego, aunque sean bien intencionadas. Retorna a aquellas áreas en las que te sientas más a gusto para recibir un chute de adrenalina.
  • Concédete una tregua. Neff habla frecuentemente de las “pausas de compasión”, esos momentos en los que nos decimos a nosotros mismos que vamos a parar y en los que nos permitiremos ser más amables. Es un tiempo extra dedicado a nosotros mismos antes de volver a ese campo de batalla que es el mundo real.
  • Relaciónate con los demás y no te aísles. En muchas ocasiones, las personas con una mayor exigencia hacia sí mismas suelen marginarse del resto de la sociedad en su camino de perfeccionamiento. Pero compartir nuestras experiencias con los demás puede ayudarnos a reconocer que el fracaso y el error son parte consustancial de la condición humana, al verlos presentes en los demás.
  • Replantéate tus retos. Si estimamos que debemos conseguir estudiar dos carreras y un posgrado en cinco años al mismo tiempo que arrancamos nuestra carrera laboral, es probable que en algún momento del proceso terminemos sintiéndonos fracasados ante lo irrealizable de la empresa. Por eso mismo, no nos llevaremos ninguna decepción si nos planteamos objetivos a más corto plazo, pequeñas metas en nuestra larga travesía.
  • Deja de pensar que los demás son más felices que tú. Uno de los síntomas principales que indican que nuestros niveles de autocompasión están bajos es que sentimos que los demás lo hacen todo mejor que nosotros, son más felices, tienen menos problemas y sus capacidades son superiores. Probablemente, todo esto sea totalmente falso, pero la distorsión de la realidad que se origina en tales situaciones provoca que tarde o temprano terminemos cayendo en tal idea.
  • El afecto por encima del miedo. La autora mantiene que el origen de nuestro odio hacia nosotros mismos se encuentra en el miedo. Concretamente, el miedo al fracaso y a la autocrítica que, como sabemos, es un sentimiento profundamente inmovilizador. Por ello, es preferible sentir afecto hacia nosotros mismos, algo que puede sonar excesivamente obvio, pero que como señala Neff, es muy poco común. Paradójicamente, ya que solemos sentir más empatía hacia los demás que hacia nosotros mismos.
  • Ten una visión realista de ti mismo. Si consideramos que somos superiores a los demás, estaremos tan equivocados como si pensásemos que somos el último mono o personas incapaces. Mantener una imagen más o menos real de nuestras posibilidades y cualidades nos ayudará a saber qué podemos esperar de nosotros mismos, tanto para bien como para mal.
  • Escríbete una carta de ánimo. Muchas de estas estrategias parecen muy abstractas, por lo que en ocasiones parece complicado concretarlas en acciones prácticas. Una de estas útiles actividades, según la profesora, es redactar esa clase de texto que escribiríamos para mejorar el ánimo de otra persona, pero dirigida a nosotros mismos. De esta manera, nos veremos obligados a reconocer nuestras propias virtudes al mismo tiempo que recibimos palabras de apoyo. No es hacer trampa: es bastante probable que los piropos que nos dirigimos a nosotros mismos sean más sinceros que los de los demás.

En un mundo competitivo como en el que vivimos, la exigencia es alta, por lo que no podemos permitirnos fallar. De esa manera, generamos un nivel de autoexigencia tan elevado que en la mayor parte de casos es prácticamente imposible alcanzar nuestras propias metas. Lo cual, a su vez, deriva en problemas de ansiedad, baja autoestima, tristeza, estrés o incluso depresión. Podemos ser nuestros peores enemigos, y aunque sea bueno plantearnos altas expectativas, también tenemos que saber cuándo parar y rebajar nuestro nivel de exigencia. Ello no quiere decir que nos hayamos dado por vencidos, sino simplemente que nos estamos tomando un respiro para contraatacar con más fuerza la próxima vez.