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“No hay que saber medicina sino cómo tratar a la gente”
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CÓMO ES LA MEJOR RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE

“No hay que saber medicina sino cómo tratar a la gente”

“Lo que más nos reconforta y da sentido a nuestro trabajo es ver la gratitud y el reconocimiento del paciente; es la cosa que más hondamente

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“No hay que saber medicina sino cómo tratar a la gente”

“Lo que más nos reconforta y da sentido a nuestro trabajo es ver la gratitud y el reconocimiento del paciente; es la cosa que más hondamente nos llena”. Íñigo Gredilla, médico residente del Hospital 12 de Octubre muestra una singular empatía con sus enfermos más mayores: “A mí me gusta preguntarles de dónde son, cómo era su pueblo y cómo es, cómo fue su juventud al llegar a Madrid, qué saben de su enfermedad, cómo afrontan el dolor…”. Entonces, “les cambia la cara, se sienten de nuevo en un ambiente que ellos conocen y dominan; y se crecen. Pasan de ser un abuelito con un pijama tumbado en una cama y con un pañal, a recordar que ellos han sido gente importante en sus familias, en sus redes de confianza”.

El médico quiere al paciente precisamente por estar enfermo, por padecer un dolor, recalca Gredilla. Más aún, este doctor especialista en medicina interna admira a sus enfermos porque “saben que una parte de la vida es sufrimiento y lo aceptan con valentía y con generosidad”.  La relación médico-paciente ha sido una constante en la historia de la medicina y se ha fundado en la confianza. Cuando el paciente acude en busca de ayuda para su enfermedad espera obtener, además de alivio, un diagnóstico entendible.

En el siglo XX, el médico tomó conciencia de la importancia de la personalidad, subjetividad y biografía del enfermoEl psicoanálisis de Freud abrió el camino a una relación interpersonal médico-paciente, la cual se da cuando estos dos se tratan como personas. De este modo, señala el doctor Gredilla “entró en juego la trasferencia, que es básicamente las emociones que despierta en ti el paciente y las que tú despiertas en él”. Anteriormente, la concepción de cómo vivir y, simultáneamente, dónde morir cambió radicalmente. La enfermedad de los trabajadores ocasionaba un obstáculo para la economía basada en la producción, de modo que la seguridad social resolvía parte del problema. La muerte se alejó de las casas y pasó a gestionarse en los hospitales. El médico en las ciudades ya no iba al hogar, lo cual, produjo pérdida de iniciativa de los cuidados personales.

Nelson R. Orringer observa en un estudio que con la carga industrial a principios de siglo XX surgió la necesidad de humanizar la medicina. Entonces, se empezaron a cuestionar los diagnósticos puramente lógicos y positivistas, e importantes médicos declararon independencia clínica frente a los laboratorios. Después, Pedro Laín Entralgo (1908-2001), antropólogo y pensador médico, definió a esa transformación como “la rebelión del sujeto”. Paulatinamente el enfermo quiso ser escuchado en su condición de persona. Por su parte, el médico tomó conciencia de la importancia de incluir la personalidad, la subjetividad y la biografía del enfermo a su examen clínico.

El paciente activo

En una relación redonda uno necesita al otro. La interpersonal es igualmente recíproca; depende tanto de la calidad del doctor como del paciente. Cuando es más paternalista se ignora la vida del enfermo y puede colmar su paciencia. Este último, calificativo esencial del paciente, de quien espera quieto, pasivo, subordinado para ser estudiado y obediente al dictamen del doctor. Por una parte, el enfermo es desprovisto de su acción, por otra, cae sobre la bata del médico la responsabilidad de un salvador moderno. Hoy, en el contexto actual de menoscabo de la asistencia sanitaria, se brinda de nuevo la oportunidad de reformular la relación médico-paciente.

Según el punto de vista del doctor Genís Carrasco, autor del libro El paciente inteligente, la mejora de la actividad sanitaria se debe al factor humano y no a los avances fármaco-tecnológicos. Porque “de todos los cambios que ha experimentado la medicina en las últimas décadas, el más significativo ha sido la aparición del nuevo paciente”, que destaca por su health literacy (conocimiento en salud), y representa a un 40% de las personas que utilizan los servicios sanitarios.

Por el contrario, los pacientes mayores de Gredilla, muchos de procedencia humilde, carecen de formación académica pero, a su entender, atesoran una sabiduría muy valiosa que se está perdiendo. Como interlocutor, este joven internista se preocupa de escuchar al enfermo. “Para ser un buen médico no sólo hay que saber medicina, hay que saber tratar con personas”, afirma. Estrechar la mano y establecer ese vínculo de confianza “es la base de nuestro oficio. Porque sin eso nos convertiríamos en poco más que administradores de pastillas”.

Ninguna relación médico-paciente está completa si no trasciende las respuestas científicasA otros doctores, menos empáticos, conviene contenerles en la consulta. Al menos, teniendo en cuenta las recomendaciones de Genís Carrasco, ese paciente (informado) deberá interrumpir al doctor cada 23 segundos. Está claro que para cualquier interacción entre personas se requiere comunicación. Ya que la entrevista médica resulta un elemento clave tiene que haber un diálogo.

Precisamente, la adherencia terapéutica ―el paso que debe dar el paciente para ser activo en su propia curación― ocurre cuando la comunicación médico-paciente es interpersonal; es decir, afectiva al existir un encuentro entre dos personas con papeles complementarios, donde uno debe conocer e informar, y otro ha de comprender y, así, ser libre para aceptar ―o consentir― el tratamiento.

Al sumar el componente humano se llega a entender la globalidad de la enfermedad. “Ninguna relación médico-paciente está completa si no trasciende las respuestas científicas”, valora Gredilla. Tanto es así, que el interés por la vida del paciente consigue francos resultados. Ana Molina, dermatóloga de la Fundación Jiménez Díaz, apunta: “Muchas veces diagnosticas al paciente sólo hablando, viendo su situación familiar o su contexto” puedes conocer lo que le pasa, ya que “muchas enfermedades están relacionadas con el estrés o las emociones”, señala.

El médico y sus enemigos

Toda información se procesa de manera diferente cuando está dicha con afecto. Si bien, las cualidades técnicas se adquieren en la Universidad, el don de gentes y el buen trato solo se cultivan con la experiencia. “Aunque se aprende mucho de los libros y de la ciencia, el aprendizaje del arte médico está siempre pegado a la cama del paciente” observa Gredilla al respecto.

Cualquier médico joven puede suplir la falta de seguridad con una relación más cercana con el pacienteEl peor enemigo de un médico es su soberbia. Por mucho que sepa un doctor, está obligado a reflexionar sobre su práctica. Si piensa que lo está haciendo bien, no aprende. De ese modo lo sopesa Mariano Provencio, jefe del servicio de oncología del Hospital Puerta de Hierro: “El mejor médico es aquel que tiene una idea de capacidad de mejora”. A veces, cuenta la doctora Molina, se ponía a la defensiva cuando el paciente no respondía como ella quería. Luego “vas aprendiendo que cuando eres agradable, te tranquilizas y explicas bien las cosas siempre son agradecidos”. Además, señala que cualquier médico joven puede suplir la falta de conocimiento o seguridad con una relación más cercana, próxima a la amistad.

Para no quebrar la confianza y el interés por su consulta, el doctor ha de presentar un reconocimiento sincero. “Cuando el paciente viene por primera vez, en vez de directamente ponerle el tratamiento y ya está, siempre tienes que explicarle muy bien la patología para que él tenga las expectativas reales”. Así cualquier enfermo, no sentirá una frustración al no mejorar y considerará la enfermedad como parte natural de la vida.

Los que eligen la carrera por su prestigio y reputación son susceptibles de nefastos doctores. Gredilla cree que la mayoría se decanta por esta profesión por la vocación de servicio por los demás y el gusto por superarse personalmente. Ana Molina, en su caso, no tenía vocación, “pero fue empezar a estudiarla y hacer prácticas en el hospital, y me enamoré de la carrera”.

El médico, por complicado que parezca, tiene que aprender cada día de la condición humana. Respecto a su profesión, pensaba Un médico rural en el relato de Kafka: “Es fácil escribir recetas, pero, fuera de eso, entenderse con la gente es difícil”. En lo que respecta al paciente, está en su voluntad aceptar la condición de su salud, y esa aceptación es clave para afrontar el destino final de cada una de las personas: la muerte como parte de la vida.

“Lo que más nos reconforta y da sentido a nuestro trabajo es ver la gratitud y el reconocimiento del paciente; es la cosa que más hondamente nos llena”. Íñigo Gredilla, médico residente del Hospital 12 de Octubre muestra una singular empatía con sus enfermos más mayores: “A mí me gusta preguntarles de dónde son, cómo era su pueblo y cómo es, cómo fue su juventud al llegar a Madrid, qué saben de su enfermedad, cómo afrontan el dolor…”. Entonces, “les cambia la cara, se sienten de nuevo en un ambiente que ellos conocen y dominan; y se crecen. Pasan de ser un abuelito con un pijama tumbado en una cama y con un pañal, a recordar que ellos han sido gente importante en sus familias, en sus redes de confianza”.