Es noticia
“Todos los jefes que tengo son unos trepas; no es casual”
  1. Alma, Corazón, Vida
SI NO ERES UN 'SHERPA', NO ASCIENDES

“Todos los jefes que tengo son unos trepas; no es casual”

“¿Te acuerdas de las tiras cómicas de Dilbert? Eran muy buenas y el protagonista era un oficinista gris que prácticamente vivía en su cubículo. Lo clavaban

Foto: “Todos los jefes que tengo son unos trepas; no es casual”
“Todos los jefes que tengo son unos trepas; no es casual”

“¿Te acuerdas de las tiras cómicas de Dilbert? Eran muy buenas y el protagonista era un oficinista gris que prácticamente vivía en su cubículo. Lo clavaban al hacer la radiografía del mundo laboral, eran casi como profecías. A veces me parece que hemos acabado viviendo dentro de una de esas tiras cómicas. En una de ellas se hacía la pregunta: ‘¿Por qué siempre asciende el más tonto?’ Y la respuesta era: ‘Porque los demás son imprescindibles en su puesto’. Esa es una de las explicaciones”. El que habla, reflexionando sobre la figura del arribista y su incontrolable floración en el mundo de la empresa española es Juan C., un periodista de largo recorrido que afirma que “todos y cada uno de los jefes que he tenido en una vida laboral de veinte años eran trepas, y son demasiados como para considerarlo una cadena de casualidades”. Su opinión sobre los entresijos del mundo del trabajo tras siete u ocho empleos en periódicos de provincia, generales, revistas y gabinetes de prensa es fatalista: “Somos un país en el que más que trepas hay verdaderos ‘sherpas’, el trepa no es un elemento nocivo aislado, es un modo de ser que se ha generalizado y que, prácticamente, se enseña desde la infancia”.

Para Patricia N., también periodista, la clave para subir es “ser un pelota y pertenecer a un grupo. Los más inteligentes y los más brillantes no suelen ser trepas, se amparan en su propio talento y, paradójicamente, eso es lo que al final los condena. Miras atrás al cabo de los años y todos los jefes que ves no son los brillantes, son los lameculos. Se les recompensa por unos servicios que no tienen mucho que ver con su trabajo. Es como en los partidos políticos, cuando ganan los tuyos te va bien, aunque seas un cero a la izquierda”.

Paranoia, mentiras, manía persecutoria

Pero, ¿qué es realmente lo que conocemos como trepa? ¿Obedece a un cuadro psicológico concreto o a la coyuntura cultural y socio-empresarial? ¿Es síntoma, consecuencia o ambas cosas? ¿Empeora con la crisis?El trepa no es un elemento nocivo aislado, es un modo de ser que se ha generalizado

Ade Pérez, psicóloga, explica que “un trepa no es un caso patológico, así que no se puede considerar desde la psicología clínica. Se trata de personas que consideran que el fin justifica los medios, y por tanto pueden hacer cosas como atribuirse los logros de los compañeros o propagar rumores falsos. Carecen de escrúpulos. Tienen una cierta obsesión por  figurar, son controladores y gente peligrosa, que contamina mucho la vida en un trabajo”. Sin embargo, lo cierto es que, en un caso extremo, esas características, explica la experta, sí pueden lindar con diversas patologías, ya que “pueden ser gente muy obsesiva, que piensan que tienen que estar arriba y brillar por encima de todo, muy celosos de su intimidad y tendentes a sufrir ciertos grados de paranoia o manías persecutorias”. A estar en guardia, en definitiva, para que nadie les haga lo que ellos mismos están dispuestos a hacer a los demás. “También son gente que miente mucho. Y no es raro que la mentira sea patológica”.

¿Por qué un cuadro tan negro, que en la vida común debería ser raro, se repite tan a menudo en el trabajo? Pérez apunta que, además de la predisposición de carácter, el contexto tiene una importancia capital: en determinados agrupaciones y filosofías no tienen cabida, otras, en cambio, los fomentan, literalmente, estableciendo una cultura fratricida en lugar de caminar hacia el concepto de equipo. En su opinión, el trepa crece más fácilmente en las estructuras piramidales y se da en la empresa privada más que dentro de la cultura funcionarial. En todo caso “hace falta alguien que te pueda mover y quitar a otro a su libre albedrío”.Se trata de personas que consideran que el fin justifica los medios

Vanessa M., ingeniera de caminos, por su parte, coincide con Juan en ver el problema como endémico y español: “Los ciudadanos en este país, desde edades tempranas, son enseñados a competir con el vecino, no con el fin de llegar a ser los mejores en cualquier aspecto de sus vidas, sino para ganar más dinero y reconocimiento y tener más que el de al lado, haciendo para ello cualquier cosa. En otros países puede haber individuos que sean ‘trepas’, pero el concepto no está extendido a toda la sociedad como aquí. En los países del norte de Europa, por ejemplo, la gente puede competir con los demás pero con otra finalidad muy distinta: por conseguir ser el mejor posible en su trabajo. Yo asocio el ser trepa con la ignorancia y la falta de confianza en uno mismo: cuando tú eres bueno en tu trabajo y lo puedes demostrar, no es necesario que vayas haciendo imposible la vida a los demás”.

Capaces e incapaces

Para Aser A., documentalista y politólogo, el fenómeno no se da más en lo privado que en lo público, sino que es “más transversal”. “No es”, dice, “un mecanismo unidireccional, sino que se retroalimenta”. Para él, el ejemplo perfecto es el mundo de la política: “Ahí se ve perfectamente. Los políticos se rodean de incompetentes, en lugar de buscar asesores buenos y críticos. Se traslada a la política lo que pasa en la sociedad, aunque hay variaciones y existen sectores punteros donde las cosas van mejor”. Apunta que, con la crisis, algunos funcionamientos erróneos ya existentes se hipertrofian: “En la crisis ahora se empieza a notar que la gente, por ejemplo, aumenta su jornada laboral y se queja de ello todo el tiempo: ‘Trabajo de sol a sol’. Y sin embargo seguimos siendo uno de los países con menor productividad de Europa. Es un problema, creo, de falta de civilización: somos un país muy poco civilizado en algunos aspectos”. Daniel Z., de origen hispanoalemán, comenta, precisamente, que esa fue una de las cosas que más le chocó cuando llegó a trabajar a Madrid: “En Alemania, si te quedas más horas de las que debes, alguien se acabará preguntando por qué no eres capaz de hacer tu trabajo en el tiempo requerido. Aquí he visto a decenas de personas haciendo solitarios en el ordenador esperando a que el jefe saliese por la puerta. Era un poco kafkiano, pero sigue siendo así. No sé si esa gente entra en la definición oficial de trepa, pero opino que sí. Están fingiendo hacer algo que no hacen para quedar bien, están jugando sucio”.En Alemania, si te quedas más horas de las que debes, alguien se acabará preguntando por qué no eres capaz de hacer tu trabajo en el tiempo requerido

Juan C. comenta que en realidad hay “muchos tipos de trepa distintos” y que “algunos de ellos tienen talento y son ambiciosos y muchas veces no se diferencian demasiado de lo que muchos consideran el empleado modelo del siglo XXI, el tipo agresivo y demoledor que se nos ha vendido que debemos ser”. “También es cierto”, añade, “que el sistema está tan mal montado que a veces acaba pareciendo que es un trepa el que simplemente es medio tonto y se queda parado en su sitio. En ámbitos degradados de trabajo, y la mayoría de los periódicos hoy lo son, por ejemplo, el material humano más válido está pensando en montar un proyecto propio, el que sea, para poder largarse. El que no tiene esas capacidades, en cambio, se queda quietecito, y cuando los otros se largan y sólo queda él, acaba, lógicamente, llevando el cotarro. No es un trepa, es sólo un inútil. No me preguntes qué es peor”.

“¿Te acuerdas de las tiras cómicas de Dilbert? Eran muy buenas y el protagonista era un oficinista gris que prácticamente vivía en su cubículo. Lo clavaban al hacer la radiografía del mundo laboral, eran casi como profecías. A veces me parece que hemos acabado viviendo dentro de una de esas tiras cómicas. En una de ellas se hacía la pregunta: ‘¿Por qué siempre asciende el más tonto?’ Y la respuesta era: ‘Porque los demás son imprescindibles en su puesto’. Esa es una de las explicaciones”. El que habla, reflexionando sobre la figura del arribista y su incontrolable floración en el mundo de la empresa española es Juan C., un periodista de largo recorrido que afirma que “todos y cada uno de los jefes que he tenido en una vida laboral de veinte años eran trepas, y son demasiados como para considerarlo una cadena de casualidades”. Su opinión sobre los entresijos del mundo del trabajo tras siete u ocho empleos en periódicos de provincia, generales, revistas y gabinetes de prensa es fatalista: “Somos un país en el que más que trepas hay verdaderos ‘sherpas’, el trepa no es un elemento nocivo aislado, es un modo de ser que se ha generalizado y que, prácticamente, se enseña desde la infancia”.