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"Todo era guay y muy libre, pero poco después, todo el mundo tenía un cargo"
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LOS ESPAÑOLES SOMOS EGOÍSTAS Y PÍCAROS

"Todo era guay y muy libre, pero poco después, todo el mundo tenía un cargo"

Miriam trabaja como técnico de campo y responsable de calidad en Los Infiernos (Murcia). Su situación laboral es estable pero, como todos, nota la crisis. Ella

Foto: "Todo era guay y muy libre, pero poco después, todo el mundo tenía un cargo"
"Todo era guay y muy libre, pero poco después, todo el mundo tenía un cargo"

Miriam trabaja como técnico de campo y responsable de calidad en Los Infiernos (Murcia). Su situación laboral es estable pero, como todos, nota la crisis. Ella es una de las personas que utiliza una página de internet que sirve de punto de encuentro para concertar viajes en grupo y así compartir gastos. Un funcionamiento que hace pocos meses hubiera parecido anacrónico y que ahora suena perfectamente lógico. Desde hace un año, sus trayectos habituales entre Murcia y Madrid, su ciudad natal, han pasado de ser unas horas solitarias de coche a convertirse en un recorrido compartido: más charla y menos gasto y el trato amistoso con un montón de gente que, dice, no tiene un perfil definido. Viaja con universitarios, obreros o profesores, gente de izquierdas, de derechas o de centro (si eso existe aún), y con algunos ha terminado, incluso, trabando una cierta amistad.

“Hay gente que va de ocio, o de fin de semana, o a ver al novio, no es una cuestión simplemente de necesidad”, comenta. “Esto ya se hacía desde hace muchos años en Europa, y ahora se ha extendido”. Para ella, no se trata simplemente de un producto de la carestía coyuntural, sino que es señal de un cambio social: “hay un cambio de mentalidad general que no depende exclusivamente de la crisis, conozco comunidades de vecinos que están pagando el wifi en común, hay un camino hacia un rollo más sostenible”. La razón de este cambio, opina ella, es que la crisis no depende solo de los euros: “Se ha producido una crisis a muchos niveles, no sólo al nivel económico. El modo en el que funciona todo está cambiando, igual que están cambiando los valores y las relaciones, la mentalidad. Yo trabajo en temas de agricultura y ahí, por ejemplo, se está yendo hacia una visión más social y con una mayor preocupación por los valores”.

Sea real o no ese atisbo de cambio de paradigma, al menos los viajes en común funcionan: “Hace un tiempo éramos cuatro, ahora entras en la página y echa humo”. El precio de la gasolina, a todo esto, debe andar a 1,45 el litro.

Todo eran comisiones: la comisión para los conciertos, la comisión para el teatro, la comisión para el cine, la comisión para el yoga...Menos optimista sobre la revolución de pensamiento es Manu. Es gallego, tiene treinta años y desde los diecisiete lleva trabajando en proyectos alternativos, incluyendo una temporada que pasó en Madrid, viviendo en una casa ocupada que “tenía las mejores intenciones”, pero que, dice, “terminó de la peor manera posible”. “Uno de los primeros aprendizajes cuando empiezas a madurar”, opina, “es que la gente tiene ideas más grandes y más nobles que ellos mismos. Al final todo consiste en evitar el desastre”. Su último intento de construcción comunal fue una asociación cultural en su pueblo de La Coruña, al que volvió a vivir hace cuatro años. Salió más que escaldado.

“Mi idea siempre ha sido que hay una manera distinta de hacer las cosas, que la manera ortodoxa es respetable, pero hay otros caminos. El problema es que cuando intentamos cambiar las cosas repetimos los esquemas en los que hemos sido educados. Mira, montamos la asociación, todo muy guay, todo muy libre. Cuatro días después –o dos meses, da igual– todo el mundo tenía un cargo, este era el presidente, este era el tesorero, esta era la secretaria...”, se queja el gallego. “No dudo que esos papeles tenían que ser desarrollados, pero creo que la mayor parte de la gente lo hacía por vanidad, se ponían los galones como si fueran ministros. Para mí decir que soy el presidente de una asociación cultural alternativa es un contrasentido en sí mismo. Sobre todo si llevo quejándome de los presidentes toda la vida. Si quieres hacer algo que esté en el lado opuesto del espectro, algo que no sea una empresa, algo que no sea puro lucro, no puedes empezar por replicar sus organigramas”.

No es la única crítica que le hace a la asociación por la cual luchó durante dos años. “Todo eran comisiones, ¿sabes?: la comisión para los conciertos, la comisión para el teatro, la comisión para el cine, la comisión para el yoga, la comisión para los talleres de costura. Al final quería ir a mear y había una comisión. Y ya me cansé”. Ahora ha vuelto a ser un ciudadano más y lleva su anarquismo con discreción y en la intimidad. “El gran problema”, comenta, es que no somos capaces de escapar a nuestra educación, a la manera en que nos han programado: montamos esquemas a la contra que funcionan según las mecánicas de aquello contra lo que combatimos”.

Una sociedad individualista

“En el tejido asociativo, como en todo”, comenta Luis Muiño, psicoterapeuta y divulgador, “se nota que la sociedad tiende a ser cada ser más individualista. En países como España hasta hace no tanto tiempo se vivía en una sociedad colectivista tradicional”. Ahora eso, dice, ha cambiado radicalmente. El concepto mismo del bien común, sobre el que orbitaban esas sociedades, casi ha desaparecido. “Ya raramente se busca el bien común, se vive en un concepto más anglosajón en el que cuidamos lo nuestro y ya está. Ahora se crean lobbys, se busca el bien particular”. “El problema”, añade, “es juntarse, trabajar en equipo, porque partimos de la desconfianza; la gente se junta con recelos, de ahí los cargos. ‘Que quede bien claro que buscamos lo mismo, si no estoy seguro de eso, no trabajo’. Ese es el gran problema de una sociedad individualista”.

Aunque sea posible un cambio, la actual deriva ahonda en el individualismoDe todas formas, tal como apunta Muiño, “en una sociedad más colectiva también había problemas, porque de hecho había menos libertad”. En todo caso, afirma el psicólogo, algo esencial sí ha cambiado: “Ahora se discuten papeles sociales que jamás se habían discutido porque todo depende de lo que haces. Se discute a la Iglesia, a los políticos o a los sindicatos, no hay nada sagrado”. Su visión es que, aunque fuese posible un cambio, la actual deriva ahonda en el individualismo: “En consulta lo puedes ver. Los chavales de 15 años son más individualistas que nunca. Los trabajos en equipo se vuelven más difíciles. Antes siempre había esa persona que no aportaba mucho pero a la que se toleraba como parte del esquema, ahora eso ya no se permite. Tampoco verás a los profesores hacer una huelga por nada que no sean sus condiciones de trabajo, por los derechos de los estudiantes o cosas así”.

En toda esa deriva, dice, no todos los países funcionan de la misma manera porque todo parte de una raíz antropológica. “Hay culturas que tienen más respeto a la autoridad y otras que tienen menos. Desde siempre las culturas latinas han tenido poco respeto hacia ella. Aquí lo malo no es la falta, sino que te pillen. Y no parece que vaya a cambiar”.

Al fin y al cabo, vivimos en el país de la picaresca. Una picaresca que para Julio Martín, periodista especializado en historia, es “una constante”, sin duda acentuada por una situación de crisis. Sin embargo, apunta, “hay que diferenciar entre eso, que es buscarse la vida, sacarse las castañas del fuego, y que es un beneficio simplemente particular y momentáneo, y el ingenio. Esa es la clave de todo. El ingenio es lo que te permite afrontar una crisis y hacerla trabajar a tu favor. Las crisis del petróleo, por ejemplo, hicieron que EEUU cambiase de manera radical su manera de fabricar coches”. “Es cierto”, reconoce, “que replicamos funcionamientos determinados. Por eso en los movimientos sociales recientes no se ha tomado la calle. Se dicen unas determinadas cosas y ya está”. Para él, el –moderado– cambio está viniendo por la vía tecnológica. “Es verdad que antes el emprendedor tenía que tener más valentía en el sentido clásico, patear más despachos y mirar a la gente cara a cara, pero ahora la gente está mas conectada y es más independiente. Ahí si hay algo cambiando”.

Miriam trabaja como técnico de campo y responsable de calidad en Los Infiernos (Murcia). Su situación laboral es estable pero, como todos, nota la crisis. Ella es una de las personas que utiliza una página de internet que sirve de punto de encuentro para concertar viajes en grupo y así compartir gastos. Un funcionamiento que hace pocos meses hubiera parecido anacrónico y que ahora suena perfectamente lógico. Desde hace un año, sus trayectos habituales entre Murcia y Madrid, su ciudad natal, han pasado de ser unas horas solitarias de coche a convertirse en un recorrido compartido: más charla y menos gasto y el trato amistoso con un montón de gente que, dice, no tiene un perfil definido. Viaja con universitarios, obreros o profesores, gente de izquierdas, de derechas o de centro (si eso existe aún), y con algunos ha terminado, incluso, trabando una cierta amistad.