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El secreto del éxito en los nuevos tiempos es ligar al viejo estilo
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"LAS MUJERES NO SOMOS PROMISCUAS"

El secreto del éxito en los nuevos tiempos es ligar al viejo estilo

La última vez que Clara tuvo una cita, hace un par de meses, llevó una rosa para su partenaire y pagó la cena. “Yo soy muy

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El secreto del éxito en los nuevos tiempos es ligar al viejo estilo

La última vez que Clara tuvo una cita, hace un par de meses, llevó una rosa para su partenaire y pagó la cena. “Yo soy muy masculina para estas cosas”, dice, “no tengo paciencia para esperar a que otro tome la iniciativa: siempre llevo un regalo en la primera cita; si quiero llamar, llamo; si quiero cenar, invito... y demás. A la mayoría de los tíos les parece original y divertido”. Y original y divertido, aunque chocante, le pareció a Juan, que recibió la rosa y se ahorró la cuenta. “Me gustó, pero me descolocó bastante”, reconoce, “porque no es lo habitual en una cita seria. Cuando uno se va a ligar por ahí es otra cosa, y en eso los tiempos han cambiado totalmente, se ha convertido en algo físico y puramente animal; pero cuando se trata de alguien que te gusta, las cosas suelen ir, férreamente, por el mismo camino por el que fueron siempre”. Y quizá sea ese, curiosamente, uno de los pocos ámbitos de nuestra sociedad que sigue casi intacto desde hace generaciones.

Paul Hollander es profesor emérito de sociología en la universidad de Massachussets en Amherst –ciudad natal de Emily Dickinson- y publicó el año pasado el libro Extravagant Expectations: New Ways to Find Romantic Love in America ("Expectativas extravagantes: Nuevos modos de encontrar el amor romántico en América"). Él reconoce que los apetitos humanos siguen siendo los mismos bajo la capa de los nuevos usos, pero concede importancia al cambio de escenario tecnológico: “las citas a través de internet”, nos comenta vía correo electrónico, “permiten a la gente disfrutar de perspectivas y posibilidades mucho más románticas que lo que solía ser el caso, y hace más fácil que la gente falsee su propia imagen antes de llegar a conocerse realmente”. Por otro lado, dice, “la enorme cantidad de gente anunciándose en internet da la impresión de que existen posibilidades y opciones infinitas, lo que hace más difícil asentarse en una relación de compromiso”.La enorme cantidad de solteros que se anuncian en internet hace pensar que la oferta es infinita

En todo caso, considera que “el problema básico es que los seres humanos, en su búsqueda de relaciones emocionales y personales, están motivados por valores que entran en conflicto: por ejemplo, quieren excitación, variedad y aventura, pero también estabilidad y rutinas familiares predecibles; o una familia bien unida y al mismo tiempo una carrera profesional, que implica pasar bastante tiempo lejos del grupo familiar, etc…”

“Si hoy pensamos en dos personas que intercambian miradas seductoras”, comenta la psicóloga Blanca Matalobos poniendo un ejemplo de esos conflictos que vienen a cuento, “la mayoría de los jóvenes defenderían públicamente que cualquiera de ellos podría tomar la iniciativa en el encuentro, y al mismo tiempo cuestionarían casi de manera inconsciente a la mujer o a su comportamiento ‘un poco atrevido’”.

Vocación de permanencia

Para Javier -ingeniero de 38 años, casado- deslindar todas esas pulsiones y atavismos no es tan difícil. La frontera entre el todo vale y los viejos usos y costumbres la marca lo que él llama “vocación de permanencia”. A este lado de la línea, todas las deferencias del hombre hacia la mujer no serían más que “una sutil forma de explicar que vas a poder mantener una seguridad económica, que vas a respetarla y que la protegerás, así de simple. Perviven ciertas viejas maneras porque estás buscando alguien con quien compartir mucho, mucho tiempo”.El cortejo es una de las pocas costumbres de nuestra sociedad que se conserva desde hace generaciones

“Yo crecí con la idea de que un hombre siempre va a aprovechar la ocasión de acostarse contigo”, explica Lourdes, desde el lado femenino, “así que es lógico que antes de dejar que alguien acceda a tu ámbito más íntimo necesites una cierta garantía de que no te la va a jugar, y eso se demuestra con insistencia: si me persigues el tiempo suficiente, es de suponer que aspiras a un ‘premio’ también duradero”. Más descarnado, aunque de manera semejante, lo pinta Elena, profesora de universidad de 40 años: “El instinto del hombre es simplemente aparearse, inseminar. El de la mujer, tener familia. Para aparearse el hombre miente. Para descubrir al mentiroso la mujer lo hace esperar y pasar pruebas. Suena un poco a los trabajos de Hércules, pero en el fondo es así”. Y añade que “por muy modernos que sean, si conocen a una chica en un bar y se la tiran en el baño, es difícil que eso se convierta en una relación”.

Pero no todo sigue igual. Algunos riesgos son ahora menores para el macho, dice Clara: “Está perfectamente tolerado, por ejemplo, que las mujeres busquen el acercamiento o hagan avances más inocentes: ‘podíamos tomar un café, ya que trabajamos cerca’, ‘a mí también me gusta Monet, podíamos ir a ver la exposición’, ‘a mí me encanta cocinar, tienes que probar mis platos’... esas cosas. En las sugerencias más comprometidas, como una invitación a cenar o a una copa tête à tête sí que le toca al hombre exponerse, y el paso decisivo (la declaración, el primer beso...) es de cuenta y riesgo de los hombres. Pero ahora la posibilidad de rechazo suele ser menor: es raro que un tío se tire a la piscina y la encuentre completamente vacía, porque ya le han dejado echar un vistazo. Las mujeres no damos grandes pasos, sólo hacemos señales, pero ya no hace falta que sean de humo: se admiten neones”.

Mujeres felizmente no liberadas

En lo que coinciden tanto Elena como Clara y no pocas amigas suyas es en que ya no quieren que nadie las siga liberando. “Una amiga noruega”, cuenta Clara, “decía que en su país la igualdad sexual había producido tal equiparación de roles, que la función del "nuevo feminismo" era buscar los signos identificativos de la feminidad... También conocí a una danesa que salía de copas con una mochila con una muda de ropa porque, si ligaba, no estaba bien quedarse hasta la mañana en casa ajena...”. No es su idea, ya que, afirma, “no creo que el feminismo pase por comportarse igual que los hombres. Desde luego, no por estar socialmente obligada a hacerlo, sino por tener esa posibilidad de hacerlo sin sufrir un reproche social grave”.

Algunas cosas van cambiando, pero ceder el paso o hacer regalos debe mantenerse siempre“Creo que precisamente la presunta liberación de la mujer”, reflexiona Elena por su parte, “es la que nos ha dado dos elementos trampa: que tengamos que trabajar fuera y dentro de casa y que tengamos que ser como hombres, es decir: que no podamos enamorarnos si nos acostamos con alguien y que tengamos que ser promiscuas, por narices, cuando nuestra naturaleza no es así”.

En todo caso, el juego de la seducción sigue siendo patrimonio común, ya que como apunta Cinta -30 años, veterinaria- “nos gusta a todos: la emoción enardece y la tensión es adictiva. Acabas más feliz cuando tu equipo gana in extremis que cuando tiene el partido solucionado en el primer tiempo, ¿no?”.

Imprescindibles

Para ella, entre los requerimientos imprescindibles del asunto están “que me recojan en mi casa, que lleguen puntuales (para esperarme un rato en el portal) y que me acompañen de vuelta o, si es imposible, al menos a coger un taxi. Luego, según el manual: cena (pagada) paseo y… ¿beso? Eso tu verás”. “Pagar la cena, acompañar a la chica a casa después de una cita y que no quiera decir que lo hace para subir”, enumera Sandra, amiga suya. “La llamada postcoital que no debe retrasarse más de 12 horas, hacer regalos, ceder el paso, proponer los planes… Bueno, algunas cosas van cambiando, pero ceder el paso o hacer regalos debe mantenerse siempre”.

Alguna gente prefiere dejar el sexo para cuando la pareja se conozca bienPara Juan, que volvió a quedar con Clara un par de veces más, las formas en el cortejo “dependen de la educación de cada uno y no son necesariamente mejores unas que otras, hay quien paga la cuenta y abre siempre las puertas y no por eso es un carca estúpido. Y hay quien no hace eso y sí otras cosas y no por eso tampoco es necesariamente un gañán”. Tampoco para él la búsqueda del sexo tiene por qué ser una prioridad inmediata y a toda costa, en lo que coincide con el análisis de Paul Hollander, que afirma estar seguro de que “alguna gente prefiere los viejos modos de cortejar y su menor énfasis en el sexo, o dejar el sexo para cuando las partes implicadas se hayan conocido la una a la otra por un periodo más largo de tiempo y estén más seriamente comprometidas”.

¿Qué hay de nosotros?

Por otro lado, las responsabilidades y riesgos del cortejo se quedan cortas comparadas con las que viene después, como observa Clara. “Hay otro paso”, recuerda, “igual de decisivo y que siempre ha sido y sigue siendo, de cuenta y (gran) riesgo de las mujeres: lo que los americanos llaman 'the us conversation'. Ese momento en que ellos parecen haberse repanchigado cómodamente en la rutina de tenerte a mano y tú sientes la irreprimible necesidad de arrancarles una declaración de intenciones... eso también es una pirueta sin red”.

Mientras llega ese momento, ella seguirá llevando rosas a las citas, aunque reconoce que a veces echa de menos la táctica de siempre que su madre definía tan bien: “Siempre decía que en ‘los bailes’ ella conseguía que la sacase a bailar el que ella quería, a base de mirar al tipo y volverse, ruborizada, cuando establecía contacto visual. Pero era él quien tenía que acercarse y exponerse a ser rechazado en público”.

La última vez que Clara tuvo una cita, hace un par de meses, llevó una rosa para su partenaire y pagó la cena. “Yo soy muy masculina para estas cosas”, dice, “no tengo paciencia para esperar a que otro tome la iniciativa: siempre llevo un regalo en la primera cita; si quiero llamar, llamo; si quiero cenar, invito... y demás. A la mayoría de los tíos les parece original y divertido”. Y original y divertido, aunque chocante, le pareció a Juan, que recibió la rosa y se ahorró la cuenta. “Me gustó, pero me descolocó bastante”, reconoce, “porque no es lo habitual en una cita seria. Cuando uno se va a ligar por ahí es otra cosa, y en eso los tiempos han cambiado totalmente, se ha convertido en algo físico y puramente animal; pero cuando se trata de alguien que te gusta, las cosas suelen ir, férreamente, por el mismo camino por el que fueron siempre”. Y quizá sea ese, curiosamente, uno de los pocos ámbitos de nuestra sociedad que sigue casi intacto desde hace generaciones.