Es noticia
“El sentido último de la vida reside en nuestras neuronas”
  1. Alma, Corazón, Vida
LA CONCIENCIA ES PURA FÍSICA

“El sentido último de la vida reside en nuestras neuronas”

En 1997 Daniel Bor acababa de obtener el graduado de filosofía y psicología en la Universidad de Oxford. Tenía un futuro prometedor en ese campo académico,

Foto: “El sentido último de la vida reside en nuestras neuronas”
“El sentido último de la vida reside en nuestras neuronas”

En 1997 Daniel Bor acababa de obtener el graduado de filosofía y psicología en la Universidad de Oxford. Tenía un futuro prometedor en ese campo académico, pero un accidente hizo que se replanteara toda su carrera. En mayo de ese mismo año su padre tuvo un infarto cerebral. Los médicos le dijeron que se trataba de un derrame menor, pero tal como explica el propio Bor, enseguida se dio cuenta de que su padre había cambiado para siempre: “El hombre exhausto que me miraba se parecía a mi padre, pero sabía, en el fondo, que no lo era”.

Tras esta traumática experiencia, Bor empezó a preocuparse por entender qué mecanismos rigen nuestra conciencia, buscando respuestas para entender qué había pasado en el cerebro de su padre. Se volvió a matricular en la universidad, está vez en Cambridge, para estudiar neurociencia cognitiva. Entonces se metió de lleno en el estudio de la ciencia de la conciencia, un campo de estudio relativamente reciente que busca entender los mecanismos que rigen nuestra capacidad cognitiva y, en definitiva, busca respuestas a lo que Francis Crick, uno de los biólogos que descubrió el ADN, calificó como “el problema central de la biología”: la naturaleza de nuestra capacidad para sentir que estamos vivos.

Tras estudiar en profundidad el tema, dirigir investigaciones científicas al respecto, y divulgar profusamente sus descubrimientos, Bor ha escrito su primer libro sobre el asunto, The Ravenous Brain (Basic Books), una interesante obra dirigida al gran público que, desde un prisma exclusivamente científico, aborda un tema con fuertes implicaciones filosóficas y, en muchos casos, religiosas.

En busca del sentido de la vida

Para Bor, que ha atendido en exclusiva a El Confidencial, el estudio de la conciencia nos puede dar las respuestas que siempre ha buscado la humanidad sobre el sentido mismo de la vida pues, según el científico, es en ella dónde reside nuestra razón de ser: “Sin conciencia ni siquiera podríamos considerarnos como algo vivo, al menos no en ninguna forma que importe. Gracias a nuestra rica conciencia, podemos sentir en profundidad la alegría, la tristeza, y todas las experiencias que marcan realmente nuestra vida”.

Sin conciencia ni siquiera podríamos considerarnos como algo vivoLa diferencia entre la aproximación de Bor a la problemática de la conciencia y la de tantos otros filósofos que le precedieron, es que su trabajo es meramente científico. Para Bor la conciencia es un producto de nuestro cerebro, un mecanismo extremadamente complejo, pero que podemos llegar a entender desde el estudio científico. 

Este cambio de foco es fundamental para entender su planteamiento, y responde, tal como cuenta el propio Bor, a un cambio fundamental de discurso, que va de la filosofía cartesiana al trabajo actual de los neurólogos: “Descartes tuvo una importante influencia en el estudio de la conciencia y la filosofía moderna sigue debatiendo muchos de los argumentos que planteó. Sin embargo, la mayoría de estos argumentos giraron en torno a cuestiones como si la conciencia puede o no puede ser generada por el cerebro, o si debe ser estudiada por la ciencia. Pero cada vez que tomamos un café para provocar cambios químicos en nuestro cerebro, que modifican nuestra conciencia, se hace evidente que ésta es un proceso físico, que se origina en el cerebro. Así que gran parte de la filosofía tiene límites a la hora de entender la conciencia.” 

Unos límites que, en multitud de ocasiones, tal como señala Bor, la religión se ha encargado de apuntalar: “Cuando discuto sobre la ciencia de la conciencia con otras personas, y particularmente si estas tienen creencias religiosas, se enquistan en el primer obstáculo: se niegan a aceptar que algo tan íntimo como la conciencia, que ven como algo muy cercano al alma, pueda ser reducida a un objeto físico, el cerebro, y que cuando este muera junto al resto del cuerpo lo haga también nuestra conciencia. Se trata, a todas luces, de una perspectiva muy difícil de aceptar. Sin embargo, trato de contrarrestar esto inyectando un sentimiento de admiración en el proceso. El cerebro humano es, de largo, el objeto más complejo del universo conocido. Cada cerebro humano tiene 85.000 millones de neuronas y cada una de ellas está conectada, de media, a otras 7.000, lo que hace un total de 600 billones de conexiones. Dentro de cada uno de nuestros cráneos hay un sistema de cableado que mide 165.000 kilómetros, suficiente para rodear al mundo cuatro veces. Así que decir que la conciencia es un proceso físico que ocurre en el cerebro es algo de lo que deberíamos estar orgullos, incluso maravillados”.

¿Cómo funciona nuestra conciencia?

Desde que la ciencia empezara a estudiar la conciencia y, tal como explica Bor, “especialmente en las últimas dos décadas”, se han dado grandes pasos en la comprensión de qué es exactamente y cuál podría ser su propósito: “Ahora sabemos qué regiones del cerebro están relacionadas con la conciencia y cuáles no, y qué función de cada una podría ser responsable de sostenerla. Sabemos qué tipos de ritmos cerebrales están asociados a ella y conocemos qué papel juega en la evolución”.

Este último punto es clave, dado que la conciencia juega un papel determinante en la peculiaridad de nuestra especie y nuestra capacidad evolutiva. Muchos autores han advertido que nuestro cerebro ha alcanzado tal nivel de complejidad que la evolución se ha detenido, no opera la selección natural, y la humanidad, en resumidas cuentas, se encuentra estancada a nivel biológico.

El precio a pagar por tener un cerebro tan complejo, es el que tienen todas las máquinas complejas: se estropean con mucha más facilidadTodo esto conlleva un grave problema, que algunos científicos han calificado como “el precio de la inteligencia”: nuestro cerebro no se ha adaptado a nuestro actual modo de vida. Esta es una de las razones principales por las que, según Bor, es necesario entender los mecanismos de la conciencia: “El precio a pagar por tener un nivel tan intenso de sensibilidad, soportada por un cerebro tan complejo, es el que tienen que todas las máquinas complejas: nuestros cerebros se estropean con mucha más facilidad que los de otras especias. Por eso padecemos un catálogo tan amplio de desórdenes psiquiátricos y neurológicos que son terriblemente comunes. La enfermedad mental en particular es una sangría cada vez más devastadora para la sociedad, tanto a nivel personal como económico”.

Bor asegura que, no obstante, la evolución podrá llegar por otras vías: “Para la evolución futura hay limitaciones naturales de ingeniería en la complejidad de un cerebro. Por ejemplo, si las conexiones neuronales se hicieran aún más delgadas la señal se degradaría tanto que no podríamos mantener un pensamiento coherente. Pero por otra parte, en la actualidad, estamos asistiendo a fascinantes desarrollos en términos de almacenaje y transmisión de información, a través de los ordenadores e Internet. Así que, en cierta medida, estamos usando nuestro ingenio para superar nuestras limitaciones evolutivas de una manera acelerada según crece el potencial de Internet”.

Cómo la ciencia puede resolver problemas éticos

Otra de las consecuencias que, según Bor, puede tener a corto plazo el estudio de la conciencia es que podremos ser capaces de dar una respuesta científica, y contrastada, a determinados problemas éticos que atañen a la sociedad contemporánea. El investigador se plantea la siguiente pregunta, ¿cambiaría nuestra opinión sobre el aborto si supiéramos en qué momento exacto empieza un ser humano a ser consciente? Bor insiste en que, al menos, debería.

A mucha gente le gusta comer carne y prefiere no saber hasta qué punto son otros animales conscientes, para poder mantener sus hábitos sin sentirse culpablesSegún explica, es imposible que la conciencia, al menos en una forma que podamos reconocer como humana, aparezca hasta las 33 semanas de embarazo. Tal como explica en el libro, “no hay por tanto razones científicas para restringir el aborto bajo la tesis de que el feto va a experimentar algún tipo de dolor, al menos hasta que el parto llega a un estado muy avanzado”. Es por esta razón, por lo que el científico se declara partidario de las leyes de plazos y del derecho a decidir.

Para Bor el ser humano debería tomar las decisiones siguiendo razonamientos lógicos y contrastados pero, asegura, esto no siempre nos conviene: “Desafortunadamente, debido a la evolución, hay muchas cosas que no son óptimas en el pensamiento humano. Podemos quedar atrapados en ciertas creencias, especialmente si concuerdan con nuestros deseos, y nos negamos a considerar alternativas. A mucha gente le gusta comer carne, por ejemplo, y prefieren no saber hasta qué punto son conscientes otros animales, para poder mantener sus hábitos sin sentirse culpables.

Bor predica con el ejemplo, es vegetariano desde que cumplió 15 años y vegano –no come nada que proceda de un animal– desde los 20. Sus razones para serlo, en cualquier caso, han evolucionado: “En aquella época era vegano principalmente por razones éticas de acuerdo al siguiente razonamiento: los animales probablemente sufren para producir la carne que podría comerme. No me costó mucho dejar de comer carne y actualmente pienso que es una decisión que reducirá mi sufrimiento a largo plazo, debido a los beneficios sanitarios que tiene eliminar la carne de la comida. Así que, sólo en términos de niveles globales de sufrimiento, tiene sentido hacerse vegetariano. Ahora que conozco la ciencia de la conciencia animal, y me he dado cuenta de que muchas especiaes son aún más conscientes de lo que creía, me siento más seguro de la postura ética que he tomado”.

Preguntas sin respuesta

Por supuesto la ciencia de la conciencia tiene limitaciones, en la medida en que quedan muchísimas cosas por entender y su estudio es extremadamente complejo. La motivación principal por la que Bor comenzó a estudiar todo esto, conocer qué ocurre en los cerebros de la gente que tiene un infarto cerebral, o padece una enfermedad degenerativa, sigue sin tener una respuesta clara. ¿Qué pasa por la cabeza de nuestros abuelos con alzhéimer, que ni siquiera nos reconocen? ¿Son al menos felices? La respuesta que cuenta Bor no es alentadora: “Las personas con un alzhéimer avanzado tienen una conciencia muy reducida y muy fracturada. Es muy difícil saber que están pensando esos pacientes, si quiera sin son felices”. Lo que asegura, es que el estudio del cerebro seguirá respondiendo muchas incógnitas. 

En 1997 Daniel Bor acababa de obtener el graduado de filosofía y psicología en la Universidad de Oxford. Tenía un futuro prometedor en ese campo académico, pero un accidente hizo que se replanteara toda su carrera. En mayo de ese mismo año su padre tuvo un infarto cerebral. Los médicos le dijeron que se trataba de un derrame menor, pero tal como explica el propio Bor, enseguida se dio cuenta de que su padre había cambiado para siempre: “El hombre exhausto que me miraba se parecía a mi padre, pero sabía, en el fondo, que no lo era”.