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“Decimos que no nos gusta el porno por una cuestión social; si hay amor es otra cosa”
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DOS NARRADORAS ANALIZAN '50 SOMBRAS DE GREY'

“Decimos que no nos gusta el porno por una cuestión social; si hay amor es otra cosa”

Fátima ha pasado todo el verano trabajando en el norte de África. En las noches de agosto su compañía ha sido un viejo ejemplar de Anna

Foto: “Decimos que no nos gusta el porno por una cuestión social; si hay amor es otra cosa”
“Decimos que no nos gusta el porno por una cuestión social; si hay amor es otra cosa”

Fátima ha pasado todo el verano trabajando en el norte de África. En las noches de agosto su compañía ha sido un viejo ejemplar de Anna Karenina que un amigo le regaló al salir de España. Le ha vuelto a gustar, casi veinte años después de la primera vez, aunque ha llegado a una conclusión distinta que en aquel entonces: “A este libro yo le llamo pornografía emocional, sin duda. Tiene algo sospechoso la manera en que engancha, es como muy doméstico, muy sabiamente escrito, pero como una telenovela: lo coges para enterarte de quién se lía con quién, y cómo resuelve aquel el tema del deshonor, etc, y por más que te guste la profundización que hace el autor del personaje, de la situación y de la conversación, en realidad lo sigues leyendo con ese hambre por eso”.

Una definición casi perfecta de lo que un experto en marketing editorial querría para “sus” libros. En todo caso, a causa del viejo Leon Tolstoi, Fátima se ha perdido –o ha evitado- la última sensación literaria mundial, 50 sombras de Grey, que ha conquistado a millones de lectores a base de pornografía suave (no precisamente emocional), “Sí, todas mis amigas, hasta las que no leen, se lo han tragado”, ríe Fátima, “pero la verdad…”.

La verdad es que las razones del éxito de un producto de tal calibre son variadas. La misma autora, Erika Mitchell (su nombre real), apunta dos. Primera: el “viejo romance” según el que se desarrolla la historia. Segunda: el actual uso de e-books y similares permite a las mujeres “leer los libros sin sentirse avergonzadas”. De qué deberían sentirse avergonzadas es otra cuestión. ¿Quizá de consumir eso que los publicistas y periodistas anglosajones ya han bautizado como “Mummy Porn” (porno para mamás)? Curiosamente el fenómeno pega más, como apunta Luis, periodista “entre la clase media y alta”, acaso porque el resto ya tiene cubierta su cuota de simpleza y sordidez. Ben Salter, amigo suyo y músico, afirma que “hay algún tipo de pulsión sádica, o masoquista, que conecta los últimos grandes éxitos. Mira Juego de Tronos, es tremendamente sádica. Quizá hay una generación que necesita ser castigada”.

De los cuentos de hadas a las propuestas radicales

Fuera de la calle y de las impresiones a vuelapluma, en la red  los críticos difieren de manera radical: un vistazo rápido permite localizar a quien afirma que los libros “ayudan a que las mujeres se sientan valoradas y a entender que está bien ser vulnerable y sensible, además de comprender que el sexo es una forma importante de comunicación que no sólo consiste en la penetración” mientras que otros no se cortan en afirmar que pertenecen de lleno a “la cultura de la violación”.

La educación de los adolescentes viene del porno de internet, que muchas veces es brutalDesde Madrid, dos novelistas de éxito y calidad demostrada, una que proviene de la novela negra, Marta Sanz, (Black, Black, Black, Un buen detective no se casa jamás) y otra de la novela para masas, Silvia Grijalba, (Alivio Rápido, Contigo Aprendí, premio Fernando Lara), reflexionan para El Confidencial sobre el fenómeno. “Hace ya un montón de años apareció un cómic que tuvo mucho éxito. Creo que se llamaba Blancanieves y los siete enanitos viciosos, dice Sanz. “Desde el punto de vista de la satisfacción del imaginario sexual, era perfecto porque combinaba la posibilidad romántica del cuento de hadas con el hardcore. Tanto el cuento de hadas como el hardcore eran propuestas radicales. Cada una en un extremo.  La diferencia con un libro como el de Grey es que, en el último caso, la combinación se da entre géneros retóricamente conservadores que responden a maneras también conservadoras de concebir la familia, el sexo y el sexo en la familia, incluidas infidelidades y sueños incumplidos, represiones. Precisamente, ese conservadurismo, esa concepción neurótica, sadomasoquista, vampírica y enferma de las relaciones amorosas responde al "deber ser" de un amor no aburrido y no rutinizado y no doméstico”.

Grijalba, por su parte, cree que “las mujeres no nos permitimos decir que nos gusta el porno por una cuestión básicamente social. Pero si hay amor ya es otra cosa. Que en una escena le den con el cinturón a una chica que no siente nada por el chico se supone que está mal, pero si está enamorada de él, es bueno”. En todo caso, tampoco considera la trilogía como pornográfica: “Lo porno no podía escandalizar esto sí. Es como paso con ‘Emmanuel’ en los 70. Las mujeres podían decir que la habían visto porque tenía argumento, era erótica”.

A favor de la educación y del misterio

En cuanto al eterno tema de si es necesaria una mayor y mejor educación sexual - subyacente de manera inevitable en el éxito de la saga Grey-, Sanz opina que “hay un déficit educativo general”. “Creo”, reflexiona, “que la educación sexual es imprescindible como medida sanitaria y de control de la natalidad. Pero también tengo la fantasía romántica de que resulta más inquietante que cada uno descubra por sí mismo sus propias maneras de alcanzar el placer. Sin aleccionamientos o sin esos relatos hiperbólicos sobre el sexo que hacen a la gente muy, muy desgraciada, por comparación con las frecuentes limitaciones de la vida misma. En cuanto a la verbalización de la sexualidad, me preocupa la enseñanza de la lengua -en sentido literal y figurado-, pero creo que desde el psicoanálisis ese tipo de verbalización está sobrevalorada. A no ser que consideremos las palabras como una forma de acción...”. 

Somos tan pacatos porque estamos viviendo en un mundo neoliberal y ultraconservador

¿Somos, en todo caso, demasiado pacatos? ¿Nos escandalizamos demasiado rápido? “Somos tan pacatos”, dice Sanz, “porque estamos viviendo en un mundo neoliberal y ultraconservador que, de algún modo, va dejando impreso en nuestro código genético diferentes muescas que afectan a nuestra sentimentalidad. No hay más que ver la reforma paleolítica de la ley del aborto”. Grijalba difiere ligeramente al afirmar que “no creo que no hace que la gente sea más pacata, sino al contrario. La educación de los adolescentes viene del porno de internet que muchas veces es brutal. No es lo mismo iniciarse con el Playboy que con vídeos de bondage. Creo que como ahora el acceso es mas indiscriminado se debería insistir en la educación sexual y emocional”.

Escribiendo el sexo

En cuanto al estilo de los libros de la saga, no parece haber nadie que salga a defenderlo, aunque tampoco parece que a sus lectores les importe nada un modo de narrar que convierte a Corín Tellado en un peso pesado. ¿Es más difícil describir el sexo que cualquier otra cosa? “No es más difícil escribir sobre sexo que sobre gastronomía, enfermedades o partidas de ajedrez”, reflexiona Sanz. “Lo que ocurre es que, con la narración del sexo, seguimos partiendo del presupuesto místico-romántico de la inefabilidad: como si el orgasmo fuera algo tan intenso, mágico, divino que resultara inenarrable y hubiese que buscar un lenguaje nuevo para dar cuenta de ese insólito contacto con los dioses o con la muerte o con la vida en su máxima eclosión. Lo mismo le pasa a San Juan de la Cruz que a Cortázar cuando escribe aquello de ‘Apenas él le amalaba el noema’...".

El actual uso de ‘e-books’ permite a las mujeres leer novela erótica sin sentirse avergonzadas

Para ella, en todo caso, la novela tiene de manera inevitable, una carga ideológica: “Una novela no es un libro de autoayuda -cierto-, pero seríamos muy ingenuos si pensáramos que una novela no es, en cierta medida, la concreción de ciertos patrones ideológicos. Esos patrones ideológicos o esas visiones del mundo pueden ser abiertamente moralizantes, políticamente correctos o eficazmente aleccionadores en su capacidad para ponerse la máscara sutil del ‘oye, no te estoy aleccionando’. Junto a esas posibilidades están también las de los libros realmente buenos que, para mí son los que me remueven, me rompen los esquemas y abren el mundo... Eso no se puede conseguir con el abc de lo políticamente-correcto, de lo previsible y de lo gratificante. Eso solo se consigue metiendo el dedo en el ojo y diciendo lo que no queremos oír o no sabíamos que mereciese la pena ser oído”.

De toda la reflexión sale la autora con un giro brillante y que hace pensar: “Tal vez, hoy, lo que aparentemente se sale de la norma es alienante y la norma y el compromiso pueden empezar a leerse en clave progresista. Me parece que todos creemos que estamos muchísimo más liberados de lo que realmente estamos y tengo muchísimas dudas respecto al hecho de que las fantasías de seducción/matrimonio clásicas se circunscriban solo a las mujeres. Lo mismo sucede con la idea de la redención: enamorarse de alguien con la fantasía de poder redimirlo de su homosexualidad, de su alcoholismo, de su falta de interés por los estudios... La idea de que el amor es una cuestión de poder que se ejerce contra el otro y la seducción un especie de violencia encubierta”.

Fátima ha pasado todo el verano trabajando en el norte de África. En las noches de agosto su compañía ha sido un viejo ejemplar de Anna Karenina que un amigo le regaló al salir de España. Le ha vuelto a gustar, casi veinte años después de la primera vez, aunque ha llegado a una conclusión distinta que en aquel entonces: “A este libro yo le llamo pornografía emocional, sin duda. Tiene algo sospechoso la manera en que engancha, es como muy doméstico, muy sabiamente escrito, pero como una telenovela: lo coges para enterarte de quién se lía con quién, y cómo resuelve aquel el tema del deshonor, etc, y por más que te guste la profundización que hace el autor del personaje, de la situación y de la conversación, en realidad lo sigues leyendo con ese hambre por eso”.

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