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Cuándo nos volvemos viejos
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NOS PERCIBIMOS ENTRE 10 Y 19 AÑOS MÁS JÓVENES DE LO QUE SOMOS

Cuándo nos volvemos viejos

Para muchos españoles nacidos durante la posguerra, sus padres siempre fueron ancianos, o al menos eso han contado a las generaciones que les sucedieron. En la

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Cuándo nos volvemos viejos

Para muchos españoles nacidos durante la posguerra, sus padres siempre fueron ancianos, o al menos eso han contado a las generaciones que les sucedieron. En la mayor parte de los casos, sus progenitores apenas superaban los cuarenta años y a pesar de ello, ya parecían personas mayores a los ojos de los niños de la época. Muy pocos de los que ahora se encuentran en plena jubilación son capaces de recordar con claridad a sus abuelos. La noción del momento en el que empieza la vejez ha sido mucho más discutida de lo que podría parecer a priori, a pesar de que exista un consenso social en equipararla con la edad de jubilación, es decir, los sesenta y cinco años (hasta ahora), y el aumento de la esperanza de vida es clave en este aspecto.

La razón es, en gran parte, histórica: los 65 años fue el límite que durante el siglo XIX las sociedades industriales definieron para comenzar a prestar las pensiones de retiro, una edad en la que gran parte de los trabajadores ya habían muerto o se encontraban a punto de hacerlo. La esperanza de vida era entonces mucho menor (según la Organización Mundial de la Salud, entre los 30 y 40 años a comienzos del siglo XIX, frente a los 69,6 actuales), por lo que cabe esperar que las fronteras que se han trazado con anterioridad ya no puedan ser las mismas. Es decir, simplemente aumentar la edad de retiro a los sesenta y siete años no parece ser la fórmula mágica para la eterna juventud.

La percepción de la entrada en la vejez está sujeta a la subjetividad de cada persona Que en multitud de ocasiones se equipare la jubilación con el momento de inicio de la vejez no es baladí: al fin y al cabo, es el momento en el que el trabajador deja de formar parte del tejido productivo y pasa a dedicarse a otras labores porque, se entiende, sus capacidades ya no son las mismas. Razón por la que un amplio sector de la población no desea ser prejubilado, aunque este se encuentre en retroceso: según un estudio realizado por la Universidad de Valencia en 1990, un 39% de los retirados deseaban volver a trabajar, mientras que según una encuesta realizada por Randstadt el pasado año, apenas el 4% deseaba alargar el momento de su jubilación. En lo que parecen coincidir todos los expertos es que el momento que marca el fin de la edad adulta y el comienzo de la vejez es aquel en el que se deja de mejorar y aprender y se inicia el inevitable declive físico y mental. Algo que recuerda a la sentencia del poeta italiano Arturo Graf, que decía que “el hombre comienza a ser viejo cuando deja de ser educable”. Un proceso natural que, en muchos casos, puede ralentizarse a través de nuestras propias acciones.

Luchando contra el envejecimiento

En el mito de Edipo, la esfinge planteaba al trágico hijo de Layo el siguiente acertijo: “¿cuál es el animal que camina por la mañana a cuatro patas, al mediodía a dos, y por la noche con tres?” La respuesta es, obviamente, el hombre: la división en tres etapas –desarrollo, madurez y declive– es, por lo tanto, milenaria y se encuentra vinculada a las diferentes etapas vitales. La lucha se encuentra en qué lugar ha de situarse la frontera: una reciente encuesta realizada en Reino Unido señalaba que un tercio de los consultados de entre 65 y 74 años manifestaban sentirse entre 10 y 19 años más jóvenes que su edad real, mientras que los más jóvenes consideraban que los 60 marcaban el comienzo de la vejez. En la misma encuesta, la mayor parte de consultados señalaban que uno es viejo a los 68 años, precisamente los mismos los que no se consideraban como tales a dicha edad. En definitiva, un galimatías que sirve para recordar lo subjetivo de la percepción de la entrada en la Tercera Edad. No hay más que preguntarle a una persona mayor quién es un anciano para descubrir que los viejos siempre son los demás.

Hoy en día, la vejez se define ante todo por sus síntomas, tanto físicos como psicológicos o conductuales. Entre los primeros se encuentran la pérdida de audición y vista, el empeoramiento de la capacidad pulmonar y los cambios en la voz, la aparición de arrugas, la alopecia y el dolor de huesos; entre los segundos, la pérdida de memoria, una mayor inclinación hacia la depresión, la pérdida de la libido y los primeros signos de demencia. Incluso en la revista humorística Cracked señalaban con tino algunos de los factores que marcan la diferencia entre una persona madura y un anciano. Entre ellos, citaban “no poder disfrutar de la música nueva”, “tu cerebro comenzará a disfrutar las cosas aburridas” y “te resultará imposible conciliar el sueño”.

La Cuarta Edad de nonagenarios está sustituyendo a la TerceraNo van tan desencaminados: John Horn y Raymond B. Catell afirmaron en los años sesenta que en la Tercera Edad, la inteligencia ya no es fluida, sino cristalizada. La primera, propia de los jóvenes, es la relacionada con el razonamiento abstracto y la resolución de problemas. La cristalizada es aquella que se basa en los conocimientos ya adquiridos, lo que explicaría el tópico del conservadurismo y reticencia a lo nuevo de los ancianos.

Pero cada vez es menos frecuente que estos síntomas aparezcan en los recién jubilados. Si los jóvenes cada vez lo son por más tiempo, los ancianos también retrasan su entrada en la última etapa de su vida, como resultado de la mejora de la medicina moderna. Habitualmente también se ha considerado la vejez como ese momento en el que generacionalmente uno está destinado a ser el próximo en fallecer. Es decir, que cuyos padres y tíos ya han muerto de forma natural y, por lo tanto, el próximo turno es el suyo. Pero ni siquiera esta noción es aplicable a la sociedad contemporánea: la aparición de una Cuarta Edad cuyos miembros son cada vez más numerosos hace cada vez más frecuente que algunos de estos nonagenarios sobrevivan a sus descendientes. En realidad, la Cuarta Edad es lo que en un pasado fue la Tercera, una época caracterizada por las enfermedades crónicas y enfermedades degenerativas como el alzhéimer.

Envejecimiento exitoso

Diversos investigadores han demostrado cómo los hábitos de la persona juegan un papel esencial en el retraso o adelanto de estos síntomas. La Teoría de la Actividad enunciada por R. Tartler señala que la persona sólo puede ser feliz si es activa. Por ello mismo, la pérdida de responsabilidad, exigencia y autoeficacia que implica el abandono de la actividad profesional después de la jubilación puede venir acompañada de esta pasividad forzada. Pero no es trabajar durante más tiempo lo que mejora la salud de la persona, sino ser capaz de alcanzar en el tiempo de ocio recién adquirido las mismas metas que en la vida profesional. Frente a esta teoría de la Actividad se encuentra la de la Desvinculación, que mantiene que los ancianos desean vivir en el aislamiento social del que muchas veces son víctimas. Esta polémica visión recuerda que no es sentirse útiles lo que desean los ancianos, sino tener la seguridad y protección suficientes. Actualmente, se considera que la felicidad en la vejez no responde a un modelo preconcebido, sino a las exigencias personales de cada persona que, en todo caso, requieren del apoyo social necesario para garantizarse.

Las personas no se consideran viejas mientras se sienten productivasEstudios más recientes como el realizado por John W. Rowe, antiguo presidente del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, han intentado delimitar cuáles son los factores que influyen de manera decisiva en un envejecimiento tardío. En Successful Aging, Rowe y sus colaboradores identificaban tres características esenciales para envejecer de una manera adecuada. Que no es lo mismo, señalan, que vivir una vejez al margen de enfermedades, sino de aprovechar el tiempo aun cuando se goce de buena salud y de mantenerse al margen de hábitos de vida que conduzcan a la enfermedad. Estos tres factores son realizar actividades que mantengan a raya las dolencias crónicas, ejercitar la capacidad cognitiva y física y mostrar un compromiso activo con la vida.

Entre los consejos proporcionados por Rowe se encuentran mantener unas buenas relaciones personales y realizar actividades productivas ya que, señala, “el aislamiento y la falta de conexión con los demás es uno de los precedentes más claros para la mortalidad y los pensamientos morbosos”. También, realizar actividades físicas, ya que como descubrieron, son beneficiosas para la capacidad cognitiva. Mantener alta la autoeficacia, es decir, la confianza en la posibilidad de conseguir las metas deseadas, es clave. Además, Rowe recuerda que “las personas no se consideran a sí mismas como viejas aunque los demás si lo piensen mientras se sientan productivas en alguna actividad”. O, como cantaban Wilco en When You Wake Up Feeling Old, “cuando te levantes sintiéndote viejo, camina por cualquier calle, mira el reloj, bebe el vino más raro y canta el verso más raro, y estarás donde quieres estar…”

Para muchos españoles nacidos durante la posguerra, sus padres siempre fueron ancianos, o al menos eso han contado a las generaciones que les sucedieron. En la mayor parte de los casos, sus progenitores apenas superaban los cuarenta años y a pesar de ello, ya parecían personas mayores a los ojos de los niños de la época. Muy pocos de los que ahora se encuentran en plena jubilación son capaces de recordar con claridad a sus abuelos. La noción del momento en el que empieza la vejez ha sido mucho más discutida de lo que podría parecer a priori, a pesar de que exista un consenso social en equipararla con la edad de jubilación, es decir, los sesenta y cinco años (hasta ahora), y el aumento de la esperanza de vida es clave en este aspecto.