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Cómo vivir sin angustia bajo la amenaza del próximo ERE
  1. Alma, Corazón, Vida
"EL PRIMER ERROR TONTO Y ERES TÚ EL QUE SE VA"

Cómo vivir sin angustia bajo la amenaza del próximo ERE

“A un hombre puede llegar a gustarle la mierda, si su sustento depende de ella, si está por medio su felicidad”. Así lo afirmaba Henry Miller

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Cómo vivir sin angustia bajo la amenaza del próximo ERE

“A un hombre puede llegar a gustarle la mierda, si su sustento depende de ella, si está por medio su felicidad”. Así lo afirmaba Henry Miller en Trópico de Cáncer, y nuestra actual crisis parece darle la razón: todo el mundo se aferra con avidez al trabajo que hasta hace poco no dudaban en criticar. La otra opción, la calle, es más dura de lo que las épocas de vacas gordas les habían permitido advertir. Resultado: quien no tiene trabajo está peor, pero un número no desdeñable de quienes lo “conservan”, viven en un estado permanente de angustia, bajo la poco afectuosa sombra del ERE. Para completar el cuadro clínico, sumemos a la angustia un creciente grado de paranoia (acaso justificada) que se puede observar en el siguiente dato: todas las personas consultadas en este artículo prefirieron que no se citase su nombre real ni el de la empresa para la que trabajan.

Estás en una celda con mucha gente, fuera están fusilando cada día, y sabes que la mitad no van a sobrevivir“La situación es kafkiana. O mejor, orwelliana. Estamos en 1984”, reconoce K., uno de los entrevistados, que trabaja en una empresa relacionada con la construcción y el medioambiente. En su opinión “se están dando al mismo tiempo una situación de control y otra de paranoia de control. Las empresas nos tienen en sus manos a los trabajadores, ahora más que nunca, y están abusando de nosotros -y me refiero a un abuso psicológico en toda regla- pero el caso es que si mañana dejasen de presionarnos, probablemente seguiríamos angustiados porque ya nos han enseñado a vivir así”. Para él, la clave del daño es la incertidumbre: “Estás en una celda con mucha gente, fuera están fusilando cada día, y sabes que la mitad no van a sobrevivir, pero nunca sabrás si tú eres de los unos o de los otros hasta que sea inevitable. Salvando las distancias con el ejemplo, porque no es lo mismo, creo que la tensión psicológica de esperar un ERE es similar en su mecánica”. Además, la opacidad en el comportamiento de “los jefes” no ayuda. “Y en España”, concluye, “somos los reyes de lo opaco. Aquí todo lo ha ordenado otro siempre y nunca sabes qué ha ordenado hasta que estás en la calle. El verdadero porqué, por supuesto, nunca se te comunicará, así que adivínalo si puedes”.

La espada de Damocles

Antonio Cano, doctor en Filosofía y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS) define este tipo de situación: “La persona se encuentra ante la amenaza de un resultado negativo, y cuanta más envergadura tiene esa amenaza mayor es la emoción de inquietud y de ansiedad que provoca”. Los síntomas que se pueden desarrollar ante esa amenaza potencial, cuenta, empiezan por la lógica y a veces positiva preocupación. Se anticipa el daño y sus posibles consecuencias: “a veces nos ponemos en lo peor y se da una gran activación, pensamos más rápido y hay mayor actividad de músculos y corazón”. También, de una manera más subjetiva, un creciente nerviosismo y, acaso, iniciales problemas para conciliar el sueño y otros trastornos comportamentales, como disminución de la fluidez en el habla, más errores en la articulación de palabras, etc.

Tampoco las razones de despido o no despido son siempre puramente profesionalesEl experto lo define comparándolo con “la tensión de alguien antes de un examen”. El problema es que en este caso estamos ante una evaluación continua y, como comenta E., que trabaja en el departamento de publicidad de una multinacional del entretenimiento, “uno no sabe qué es lo que tiene que estudiar para aprobar”. Dice que en su ámbito, “hay un cambio de paradigma absoluto: está claro que el modelo clásico no es válido y que se va hacia otro, pero nadie sabe cual es exactamente ese otro y cuales son las capacidades y conocimientos cuya adquisición te puede asegurar el puesto o cuya falta te puede condenar. Así las cosas, y teniendo en cuenta además que tampoco las razones de despido o no despido son siempre puramente profesionales, andamos todos acojonados. Los de arriba también, ¿eh? Aunque en mi opinión los que lo tienen peor son los de cincuenta y pico, esa sí es una edad difícil para tener la espada de Damocles encima”.

La angustia por perder el trabajo puede acabar derivando en un trastorno de pánicoY en ese cuadro que pintan tanto K. como E., la angustia no aflora y se soluciona, sino que permanece por periodos largos. “Cuando esta situación se da de manera continuada”, reflexiona Antonio Cano, “provoca agotamiento e incapacidad para atender las demandas del medio, y la alta activación que puede provocar otros trastornos: insomnio, problemas digestivos y cardiovasculares, arritmias, aumento de la tasa cardíaca, problemas epidérmicos...”. Explica que “la mente y el cuerpo están empleados a fondo en esa activación y esa alerta y no se tienen recursos para otras cosas, como regenerar la piel, por ejemplo”. Hay más: problemas musculares que pueden cronificarse, infertilidad...  trastornos múltiples y que pueden incluir los de corte más mental, como “la perdida del deseo sexual, los trastornos de la conducta alimentaria, o los trastornos ansiosos o depresivos”, e incluso los ataques de pánico, un cuadro que se da cuando la persona “percibe riesgo para la vida o la salud mental”, no es capaz de manejarlo y, por lo general, acaba en urgencias donde se le administra un tranquilizante. Estos ataques no son leves y, explica Cano, “pueden acabar derivando en un trastorno de pánico”. E. confirma que la principal ocupación del médico de su empresa, en estos días de ERE, reales o ficticios, es atender ese tipo de problema: la época en que una contractura o un dolor de cabeza preocupaban es cosa del pasado.

Lotería y soluciones

Una situación así hace estallar tensiones y malos rollos que pudiera haber anteriormenteJ. es periodista y trata de verlo con ecuanimidad, aunque es difícil. En su medio un ERE se llevó por delante a un buen número de compañeros y otro –como el tsunami que sucede al terremoto- acaba de aparecer en el horizonte. Encuentra, sin embargo, que a veces la situación se usa en cierto modo como excusa: “debido a la situación coyuntural de crisis económica generalizada, todo el mundo se aferra a que un posible despido no se debe a tu desempeño sino a una causa externa. No te despiden porque hagas mal tu trabajo, sino porque está todo muy mal y es una lotería”. Lo cual, lógicamente, tiene sus matices y excepciones. “Lo primero que pasa es que una situación así hace estallar tensiones y malos rollos que pudiera haber anteriormente. Además hay más nervios, y el estrés se agrava en el caso del periodismo, porque si ya se tiene tensión por cada artículo que se escribe en circunstancias normales -los errores son muy fácilmente evaluables a corto plazo- pues con un ERE se multiplica: el primer error tonto y eres tú el que se va fuera”.

En su opinión, la reacción es múltiple: “Hay respuestas y situaciones de muchos tipos: mientras hay proyectos que se paralizan por la incertidumbre, otros toman de repente un impulso inusitado. Esto depende directamente de las diferentes formas de afrontar un posible despido de las personas implicadas. Unas se conforman y no se mueven hasta que queden a salvo o no, y otras se lanzan a acumular todos los méritos que antes les traían sin cuidado”.

Hay problemas emocionales que no tiene uno porqué crearseSea la técnica del avestruz, la del camaleón o la del simple currante la que se use para tratar de conservar el puesto, en el interludio hay que lidiar con el estrés, y Cano propone algunas ideas para minimizar la exposición a una ansiedad excesiva: dice que hay que intentar no magnificar el problema, y no estar todo el día pensando en él. “Un aumento momentáneo de ansiedad puede ser bueno, pero cuando se convierte en crónico es malo. Hay que entender, además, que hay problemas emocionales que no tiene uno porqué crearse, y que uno debe preocuparse siempre que pueda hacer algo al respecto del problema que se le plantea”. Desde su punto de vista, el uso de tranquilizantes puede ser a menudo perjudicial o inútil, ya que “el tranquilizante desactiva, mientras que por otro lado la ansiedad está produciendo una alta activación”. En otras palabras, el tranquilizante relaja, pero no nos enseña a relajarnos, para lo que sí son útiles, indica el psicólogo, actividades como el deporte.

No son pocos los que apuntan, como P. -una publicista que se va al paro doce días al año y luego es repescada- que la verdadera angustia es la de encontrarse frente a la cola del INEM cuando uno lleva trabajando y trabajando bien toda la vida. “Me pone tan nerviosa y me provoca tal confusión”, dice, “que ahora ya ni voy. Prefiero perder ese dinero”. Cano apunta, en esa línea, que la incidencia de cuadros de ansiedad y depresión entre parados es más del doble que la registrada entre empleados.

Y, sin embargo, dice K., mientras ordena papeles y facturas, “siempre es mejor una misión positiva que una negativa: si no tengo trabajo debo buscarlo, pero yo aquí ya no sé ni qué hacer”.

“A un hombre puede llegar a gustarle la mierda, si su sustento depende de ella, si está por medio su felicidad”. Así lo afirmaba Henry Miller en Trópico de Cáncer, y nuestra actual crisis parece darle la razón: todo el mundo se aferra con avidez al trabajo que hasta hace poco no dudaban en criticar. La otra opción, la calle, es más dura de lo que las épocas de vacas gordas les habían permitido advertir. Resultado: quien no tiene trabajo está peor, pero un número no desdeñable de quienes lo “conservan”, viven en un estado permanente de angustia, bajo la poco afectuosa sombra del ERE. Para completar el cuadro clínico, sumemos a la angustia un creciente grado de paranoia (acaso justificada) que se puede observar en el siguiente dato: todas las personas consultadas en este artículo prefirieron que no se citase su nombre real ni el de la empresa para la que trabajan.