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Por qué nos gusta mentir
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LA DESHONESTIDAD DE LA GENTE HONESTA

Por qué nos gusta mentir

Nadie es ajeno a la mentira, y todos nos encontramos predispuestos a engañar a los demás, en un mayor o menor grado. Es la principal tesis

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Por qué nos gusta mentir

Nadie es ajeno a la mentira, y todos nos encontramos predispuestos a engañar a los demás, en un mayor o menor grado. Es la principal tesis que el psicólogo Dan Ariely de la Universidad de Duke defiende después de una década de investigaciones sobre el tema, sintetizadas en The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie To Everyone, Especially Ourselves (Harper), que recién editado en Estados Unidos recoge algunos de los descubrimientos más importantes sobre las motivaciones de la mentira en los últimos tiempos. Ariely aspira a extrapolar sus observaciones al campo de la conducta económica, en el que es especialista, y ha llegado a la conclusión de que el principal problema no son tanto los grandes engaños como el cúmulo de las pequeñas transgresiones, justificadas por su reducido tamaño y aparente intrascendencia.

La gente miente, pero no lo suficiente como para considerarse mentirososSegún el investigador, la división tradicional –y tranquilizadora para la gran parte de la población– entre gente sincera y gente que miente es falsa. Salvo casos patológicos y extremos, todos estamos expuestos a la posibilidad de engañar a los demás. Según el escritor, existen en el ser humano dos motivaciones principales en perpetuo conflicto. Por un lado, triunfar material y personalmente, lo que justificaría la mentira, y por otro, considerarnos a nosotros mismos personas honestas y fieles a sus principios. Dos potentes fuerzas que unas veces se inclinan hacia un lado y otras veces, hacia otro, dependiendo del contexto.

Pequeñas mentiras frecuentes

La mayor parte de investigaciones realizadas por Ariely han utililizado la prueba de la matriz. En ella se pide a los participantes que, a partir de una larga lista de números decimales, identifiquen aquellas parejas que sumen 10. En el grupo de control, las pruebas eran corregidas por los propios investigadores. Pero en el grupo estudiado, se facilitaba la posibilidad de engañar: cada individuo debía ser el que dijese a los investigadores cuántas preguntas había adivinado, en teoría de manera sincera, dejando abierta la puerta al perjurio. Fue entonces cuando descubrieron que el ser humano es mucho menos honesto de lo que todos queremos creer.

Al contrario de lo que la mayor parte sospecharía, no se identificó la presencia de un reducido grupo de mentirosos patológicos frente a una mayoría de honestos participantes, sino todo lo contrario: la mayor parte de los encuestados mintió, aunque de forma poco significativa, al asegurar que habían adivinado alrededor de un par de parejas más que el grupo de control. La mentira parece estar mucho más presente de lo que parece en nuestra vida cotidiana, si bien esta suele pasar inadvertida al no ser significativa.

¿Cuáles son los factores que nos llevan a mentir? Para Ariely, el engaño no es el resultado de un proceso racional, de una evaluación de pros y contras, sino más bien una reacción ante determinados estímulos que facilitan una coyuntura en la que el ser humano puede mentir. Son otros mecanismos los que se ponen en marcha en tal momento, y que tienen mucho que ver con la autoimagen y el comportamiento de nuestro entorno.

Que la recompensa no se recibiese en dinero contante y sonante impulsaba a mentir a la mayor parte de encuestadosEngañar está permitido siempre y cuando tal actuación no entre en conflicto con la idea que tenemos de nosotros mismos, señala Ariely en su estudio La deshonestidad de la gente honesta: una teoría del mantenimiento de la autoimagen. La gente miente, sí, pero no lo suficiente como para traspasar la línea que le convertiría en un mentiroso. En otras palabras, sólo nos permitimos mentir hasta cierto punto. El límite se encuentra en el punto en el que el engaño pondría en tela de juicio la consideración que cada persona tiene hacia su propia honestidad. Si no se cruza tal línea, nos consideramos legitimados para mentir.  

Miento si los demás lo hacen

En Contagio y diferenciación en el comportamiento no ético. El efecto de la mala manzana en el cesto, el investigador se preguntaba si ver a los demás comportarse de forma poco honesta influía en nuestra conducta. Y descubrió que efectivamente, así era. Un actor llamado David fue introducido en el grupo de encuestados y, apenas un minuto más tarde, se levantó y aseguró haber respondido correctamente a todas las preguntas, por lo que se le dio inmediatamente una amplia cantidad de dinero. Pues bien, los presentes en aquella prueba aseguraron haber acertado el doble de respuestas que aquellos en los que no había participado el citado actor. Un experimento que ha llevado a Ariely a pensar que la mentira es, ante todo, producto de la imitación.

Otro dato recogido en los estudios de Ariely es que el hecho de que la recompensa no se recibiese en dinero contante y sonante impulsaba a mentir a la mayor parte de encuestados. Por ejemplo, sustituyendo los billetes por unas fichas que se podrían canjear más tarde. La razón, que este sistema de fichas atenta de forma menos directa contra la honestidad del individuo, que considera que recibir un fajo de billetes a cambio de un acto poco honesto es una gran mancha para su autoestima.

La mayor parte de engaños son casi inapreciables, y por ello, pasan desapercibidosRecuerda: debes ser bueno

Para Ariely, el factor decisivo a la hora de garantizar nuestra sinceridad es la presencia cercana de un precepto moral. El investigador llegó a dicha conclusión después de preguntar a un grupo de 450 jóvenes de la Universidad de California si eran capaces de recordar diez libros leídos durante la infancia y los Diez Mandamientos. Mientras en el primer caso el número de engaños fue previsible –frecuentes, pero no exagerados–, en el segundo no se produjo ningún intento de mentir. Tampoco cuando fueron preguntados por los principios éticos de la escuela, ni al jurar encima de una Biblia, por mucho que los encuestados se declarasen como ateos. Nada de nada: el resultado fue la verdad y nada más que la verdad. Una situación que sorprendió enormemente a Ariely y sus colegas.

Esto ha llevado al investigador a concluir que no es la educación o el adoctrinamiento en sí lo que influye en el comportamiento de la gente, sino que esté expuesta al recuerdo de la autoridad moral (religiosa, legal, etc.) en el momento en que se ha de tomar una decisión. En ese momento, cada persona recordará de forma más acuciante que se le ha enseñado que la mentira es mala, por lo que descartará la posibilidad del engaño.

Ariely mantiene, en definitiva, que los grandes mentirosos no existen, ya que no ha sido capaz de encontrar en toda su investigación a nadie que asegurase haber respondido una gran cantidad de respuestas muy por encima de la media, sino que la mayor parte de engaños son casi inapreciables, y por eso mismo, pasan desapercibidos. Una peculiaridad que le lleva a preguntarse si tal cúmulo de pequeñas mentiras no será, en su aparente inocuidad, más peligrosa que una gran mentira fácilmente identificable.

Nadie es ajeno a la mentira, y todos nos encontramos predispuestos a engañar a los demás, en un mayor o menor grado. Es la principal tesis que el psicólogo Dan Ariely de la Universidad de Duke defiende después de una década de investigaciones sobre el tema, sintetizadas en The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie To Everyone, Especially Ourselves (Harper), que recién editado en Estados Unidos recoge algunos de los descubrimientos más importantes sobre las motivaciones de la mentira en los últimos tiempos. Ariely aspira a extrapolar sus observaciones al campo de la conducta económica, en el que es especialista, y ha llegado a la conclusión de que el principal problema no son tanto los grandes engaños como el cúmulo de las pequeñas transgresiones, justificadas por su reducido tamaño y aparente intrascendencia.