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“Si el amor es ciego, el sexo es braille”
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CÓMO INTERNET HA CAMBIADO NUESTRAS RELACIONES AMOROSAS

“Si el amor es ciego, el sexo es braille”

“El prejuicio nostálgico hacia todo lo que altere nuestras formas de relacionarnos, tan común en nuestra sociedad, me preocupa especialmente”. El profesor de la Universidad de

Foto: “Si el amor es ciego, el sexo es braille”
“Si el amor es ciego, el sexo es braille”

“El prejuicio nostálgico hacia todo lo que altere nuestras formas de relacionarnos, tan común en nuestra sociedad, me preocupa especialmente”. El profesor de la Universidad de New School de Nueva York y autor de diversos ensayos Dominic Pettman ha pasado la mayor parte de su vida investigando de qué forma los cambios tecnológicos influyen en nuestra vida cotidiana. Y se ha dado cuenta de que, aunque convivimos a diario con una realidad muy diferente a la de generaciones precedentes, aún regimos nuestras relaciones mediante conceptos y nociones del pasado, lo que provoca que no sepamos muy bien cómo afrontar nuestra vida en la red y nos guiemos por ideas anticuadas.

En declaraciones exclusivas a El Confidencial, Pettman recuerda que “todos dicen que pueden amar a una única persona, y muchos descubren con el tiempo que no es así. La pareja, la forma básica del amor romántico durante tantos siglos, se encuentra amenazada por el vértigo de todas las posibilidades de la vida posmoderna”. Utilizando la terminología habitual de Umberto Eco, podría decirse que Pettman se encuentra más cerca de los integrados que los apocalípticos. Y considera que podemos aprender grandes cosas de nuestra vida íntima y sexual a través de la forma en que nos relacionamos en red.

Personas y avatares

La tesis principal de Pettman es que las redes sociales y las amplias posibilidades de la sociedad de la información han potenciado la subjetividad del individuo, enfrentado a múltiples estímulos atraCtivos, frente a la objetividad del ser amado, único e irrepetible. Fragmentamos nuestro objeto de deseo entre múltiples figuras que, en muchos casos, no son propiamente humanas.

El próximo reto es expandir nuestra noción de quién o qué consideramos humano, y por lo tanto, merecedor de amor verdadero“No se trata, como mucha gente piensa, de una lucha entre la vida real y la falsa, sino entre lo propio y lo creado”, señala el investigador. “El aspecto artificial de la gente es lo que nos empuja a enamorarnos, ya que es lo que nos diferencia a unos de otros. Todos podríamos haber sido configurados de otra forma, ya fuese por la sociedad o por nosotros mismos. Lo que amamos de una persona es que tiene una configuración específica, y no otra”.

“Es completamente ingenuo convertirse en un tecnófobo. No tiene sentido decir algo como ‘sí, me gustan las guitarras y los antibióticos, pero no los ordenadores’. La línea entre lo orgánico y lo artificial ha desaparecido”, recuerda Pettman para explicar que no existe una frontera clara que separe las personas del mundo real y las del mundo virtual. “Para mis estudiantes, la división entre lo “online” y lo “offline” está siendo eliminada a una velocidad asombrosa. La distinción probablemente terminará pareciendo pintoresca muy pronto”.

“El próximo reto es expandir nuestra noción de quién o qué cuenta como “gente”, y por lo tanto es merecedor de amor verdadero”, concluye Pettman al recordar que la evolución de la vida en la era 2.0 puede derivar en que terminemos amando aquello que no es humano. O, mejor dicho, que terminemos considerando humano aquello que no lo es. Pero no se trata de un problema, sino de una evolución natural de los avances tecnológicos.

De Platón a la Red

Nuestras relaciones físicas están mediatizadas por lo tecnológico“A los humanos nos gusta pensar que la tecnología es una herramienta que podemos utilizar o descartar a placer, pero que en ningún caso afecta a nuestra personalidad. Pero por supuesto, lo que nos convierte en humanos, frente a otros animales, es el uso de la tecnología. Es una ilusión que podamos separarnos de ella, y mantener nuestra esencia. Esa es la gran enseñanza de Marshall McLuhan: que todo, desde el alfabeto, hasta la ropa, la música, el dinero, es tecnología. El poema amoroso que acabas de escribir para tu amado, y la comida que esperas que te ayude a seducirle, son inherentemente tecnológicas”, resume Pettman a propósito del papel de la tecnología en nuestras vidas.

Una de las ideas más recurrentes de todo el trabajo del investigador es que, al contrario de lo que pensamos, todo acto sexual puede ser considerado cibersexo. ¿Por qué? “Desde una cierta perspectiva, todo el sexo trata de la retroalimentación. No quiero sonar demasiado científico, sino señalar de qué manera el placer, la comunicación y el deseo circulan en un bucle entre dos (o más) cuerpos”.

A veces nos reímos del patetismo de la gente que intenta hacer el amor vía Internet, pero siempre existe un aspecto técnico en el sexo, ya se traduzca en forma de autoconciencia, o como protocolo de acción: si ella hace X, yo debería hacer Y”, recuerda Pettman, poniendo de manifiesto cierta estructura puramente mecánica y técnica presente en toda relación física, que evoca las relaciones que se establecen en, por ejemplo, un chat erótico.

El investigador recurre a uno de los mitos clásicos de la filosofía griega para recordar de qué forma las relaciones que se establecen en nuestra era no son más que una evolución de la compleja relación que el ser humano mantiene con la tecnología. “En la célebre historia de Platón sobre los hermafroditas divididos, que intentan desesperadamente fundirse una vez más con su otra mitad, Hefesto, el dios de la tecnología, es necesario para fundirlos juntos gracias a sus instrumentos”, sintetiza Pettman. “Así que en el mismo origen del amor sexual occidental, nos encontramos con la necesidad de una prótesis”. De ahí surge su sonora afirmación de que “si el amor el ciego, el sexo es braille”, en cuanto que nuestras relaciones físicas, están mediatizadas por lo tecnológico.

Entes aislados, nuevas relaciones

 A pesar de ello, Pettman recuerda que las relaciones físicas gozan de unas características que no pueden ser reproducidas (aún) en el ámbito de la comunicación en Internet. “Sin lugar a dudas, la máquina más potente de todas es lo que Gilles Deleuze y Felix Guattari llamaron ‘la máquina de los cuatro ojos’. Es decir, los circuitos dinámicos de reconocimiento o rechazo que se ponen en marcha cuando nos encontramos cara a cara con otro ser humano”, recuerda.

Espero que algún día, ligar sea considerado como un arte o una forma de vida válida“Por el contrario, la comunicación online impulsa el comportamiento troll ya que no tenemos que responder a la mirada de los demás”. Es, precisamente, la ausencia de esa mirada recíproca la que condiciona la vida en red, que ha dado lugar, como Pettman señala en su artículo El amor en la era del Tamagotchi, a un nuevo tipo de amor vectorial. Este ya no se basaría en el objeto sino en el sujeto, en el que “las cualidades deseadas se distribuyen a lo largo de una gran cantidad de gente, personajes, imágenes y avatares, no en una única persona amada”.


Un recurso limitado

Pettman considera que otro déficit existente en nuestra concepción de las relaciones amorosas es que no nos acercamos a las mismas con seriedad. “Espero que algún día, ligar sea considerado como un arte o una forma de vida válida (más que una forma frívola, amoral y casi patológica de comportamiento)”, señala para concluir.

Y prosigue dejándonos con la idea que le preocupa especialmente estos días, y que será el tema central de su próximo libro. “Espero que las redes sociales conduzcan a un mayor alivio libidinal”, apunta. “El gran peligro hoy en día es lo que llamo ‘libido cumbre’, una idea sugerida por el trabajo del filósofo francés Bernard Stiegler. Aquí la libido (considerada no como simple deseo, sino la fuente de afecto y compasión) es considerada un recurso que se acaba rápidamente, cuanto más lo usamos de forma instrumental”. Pettman, siguiendo al citado francés, argumenta en su libro Human Error: Species-Being and Media Machines que el deseo en el mundo contemporáneo es un recurso en peligro de desaparición, precisamente, por su sobreuso, que lo ha convertido en un mero impulso ciego, sin ningún significado adicional. “Pero mejor dejamos ese tema para otro día”, conluye Pettman.

“El prejuicio nostálgico hacia todo lo que altere nuestras formas de relacionarnos, tan común en nuestra sociedad, me preocupa especialmente”. El profesor de la Universidad de New School de Nueva York y autor de diversos ensayos Dominic Pettman ha pasado la mayor parte de su vida investigando de qué forma los cambios tecnológicos influyen en nuestra vida cotidiana. Y se ha dado cuenta de que, aunque convivimos a diario con una realidad muy diferente a la de generaciones precedentes, aún regimos nuestras relaciones mediante conceptos y nociones del pasado, lo que provoca que no sepamos muy bien cómo afrontar nuestra vida en la red y nos guiemos por ideas anticuadas.