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¿Pero hay alguna edad buena para casarse?
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MEJOR A LOS TREINTA QUE A LOS VEINTE

¿Pero hay alguna edad buena para casarse?

La incorporación tardía al mercado laboral, la prolongación de la formación académica, la inestabilidad económica, la cada vez más retrasada emancipación o el mero alargamiento de

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¿Pero hay alguna edad buena para casarse?

La incorporación tardía al mercado laboral, la prolongación de la formación académica, la inestabilidad económica, la cada vez más retrasada emancipación o el mero alargamiento de la esperanza de vida son factores que explican razonablemente bien una realidad incontestable, como es que cada vez nos casamos más tarde. Otra razón para ese retraso es que tendemos a vivir en pareja mucho antes de contraer matrimonio formalmente, mientras que hace décadas la boda y el inicio de la coexistencia solían producirse al mismo tiempo. Del mismo modo, la presión social ejercida para casarse cuanto antes es mucho menor hoy en día.

Durante las últimas décadas, la media de edad en la que la población española contrae matrimonio ha aumentado sensiblemente. Ahora mismo se encuentra en 32 años para los hombres y  29,8 para las mujeres, mientras que en 1991 los hombres se casaban a los 28,5 años de edad y las mujeres, a los 26,1. Es decir, casi cuatro años de diferencia. No se trata, claro está, de algo particular de nuestro país: en Estados Unidos, por ejemplo, se ha pasado de una media de 22,8 años de edad durante los años sesenta a los 27,5 años actuales, según un estudio realizado por el censo estadounidense.

Con 30 años no se piensa en el divorcio

Según la mayor parte de estudios, es preferible esperar un poco más a formalizar la relación que hacerlo a una edad temprana, pues de esa forma aumentarán las probabilidades de éxito. Las parejas con más peligro de separación son las que contraen matrimonio como adolescentes, mientras que la edad más aconsejable para pasar por el altar se encontraría alrededor de los treinta y cinco años.

La demora del matrimonio es inversamente proporcional a la probabilidad de la separación

Uno de los estudios más minuciosos en este sentido es el ensayo de Paul Amato, de la Universidad de Pennsylviana Alone together: how marriage in America is changing (Harvard University Press), que llegaba a la conclusión de que "retrasar el matrimonio es positivo y mejora sensiblemente su calidad". Así, la diferencia esencial se establece entre aquellos que se casan en sus veinte y los que lo hacen en los treinta: estos últimos comparten más actividades como pareja que los primeros, y apenas piensan en la posibilidad del divorcio, al contrario que los más jóvenes.

Resultados estables

Amato partía de la premisa de que el matrimonio en Estados Unidos, como ocurre en la mayor parte de Occidente, ha pasado durante las últimas décadas de ser una institución eminentemente social, en la que lo público y la relación con otras familias tenía una gran importancia, a ser una relación privada, cuyo objetivo último es garantizar el bienestar de la pareja y de sus descendientes. Se trata de una evolución que se ha acompañado de cambios demográficos como los anteriormente citados, además del descenso de la natalidad, la incorporación de la mujer al mundo laboral, etc.

La inestabilidad económica de los casados puede ser un gran inconveniente

"La inclinación al divorcio es mayor entre aquellos que se han casado de adolescentes y menor entre los que se han casado a los treinta y cinco años o más tarde; la demora del matrimonio es inversamente proporcional a la probabilidad del divorcio", recapitulaba Amato sobre los resultados de su estudio, al mismo tiempo que recordaba que estos datos habían permanecido estables en las dos etapas de su investigación, que tuvieron lugar en 1980 y 2000.

La mayor parte de investigaciones coinciden en apuntar como causa principal de esta divergencia a la falta de madurez sentimental de la pareja joven que, como se dice popularmente, sólo se cura con la edad; también, aunque en un menor grado, a la inestabilidad económica de los casados, que puede significar un difícil hándicap en el caso de que no gocen de los recursos materiales necesarios. ¿Pero de qué forma evolucionamos de cara al amor, y por qué estamos más preparados a partir de los treinta y cinco años?

Seis tipos de amor

Una de las principales diferencias que señalan los estudios es que la forma de amar de un adolescente o un joven es muy diferente a la de una persona que ha superado la barrera de los treinta. La clasificación canónica trazada por los Hendrick (Clyde y Susan) de la Universidad de Texas delimitaba seis distintos tipos de amor: Manía (amor obsesivo), Ágape (amor desinteresado), Eros (amor físico), Ludus (amor como juego), Storge (amor nacido de la amistad) y Pragma (amor racional). Esta división ha sido recurrentemente utilizada para explicar de qué forma cambiamos nuestros usos amorosos según crecemos.Cuando los adolescentes crecen y maduran, averiguan de lo que trata verdaderamente el amor

Pues bien, la principal conclusión a la que se ha llegado es que el perfil de la Manía y el Ludus, es decir, el amor obsesivo y el que se considera un juego, van desapareciendo con el paso del tiempo, de forma más acentuada aún en el caso del sexo femenino. Differences in love attitudes across family life stages, un estudio realizado por Marilyn J. Montgomery y Gwendolyn T. Sorell, señalaba que las actitudes relacionadas con lo lúdico y lo obsesivo se encontraban con más fuerza entre los jóvenes dado que tienen más que ver con el cortejo y el amor romántico que con las relaciones largas, mientras que los mayores dan prioridad al Ágape, ese amor incondicional que subordina el interés particular al de la pareja o la célula familiar.

Sin embargo, diversos investigadores de la Universidad de Ohio refutaron la idea de que el amor desinteresado se dé en mayor grado en los adultos en el estudio Age and responses to the love attitudes scale: "a diferencia de los resultados habituales, nuestra encuesta concluye que los jóvenes son más desinteresados en su visión acerca del amor que los más mayores", explicaban. "Ello se puede deber a que la madurez conlleva aceptar un cierto grado de realismo sobre lo que podemos esperar de nuestras relaciones con los demás. En este contexto, el decrecimiento en el Ágape con el paso de los años puede simplemente reflejar una visión más realista y menos idealista de estas relaciones".

Ni muy temprano…

Una de las características que definen habitualmente el mundo psicológico de los adolescentes también explicaría por qué estos suelen fracasar con mayor frecuencia en sus matrimonios: el mito de invulnerabilidad, que alude a esa sensación propia de la adolescencia de que nada malo puede pasarle a uno mismo, y que se une a la distorsionada e inmadura visión del amor que se tiene en dicha edad.

Una relación con el mejor amigo o amiga se ve más como una cuestión de supervivencia que como una preferencia personal

Los investigadores estadounidenses Jeri M. Petersen y Charles L. Thompson señalan en  Perceptual differences between adults and adolescents on meeting their need for love que "los adolescentes toman determinadas decisiones que resultan peligrosas y que pueden tener impacto durante el resto de sus vidas basándose en ideas y creencias del amor que no son verdad. Creen que se aman unos a otros cuando, de hecho, tienen una idea muy limitada de lo que es de verdad el amor. Cuando los adolescentes crecen y maduran, terminan dándose cuenta de que las creencias que habían mantenido con anterioridad eran incorrectas, al mismo tiempo que obtienen experiencia y averiguan de lo que trata verdaderamente el amor".

También apuntan que cuanto más joven se es, más probabilidades existen de confundir la pasión romántica con el largo, arduo y exigente proceso de la relación amorosa, que lleva a una percepción exagerada y deformada de la importancia de la relación: "una relación con el mejor amigo o amiga se ve más como una cuestión de supervivencia que como una preferencia personal. Y la ruptura de la misma puede ser percibida falsamente como una última oportunidad perdida para la felicidad", señalan los autores.

…Ni demasiado tarde

Pero también tardar demasiado en contraer matrimonio puede ser negativo. Según indican encuestas como la realizada por la doctora Amanda Smith Barusch, autora de Love stories of later life: a narrative approach to understanding romance (Oxford University Press), se tiende a revivir el amor romántico con más fuerza partir de los cincuenta años, lo que puede llevar en determinados casos a un mero encaprichamiento más propio de otras etapas anteriores de la vida, debido a una necesidad de reconocimiento semejante a la de la adolescencia.

¿Será cierto que el número de separaciones corre paralelo al Producto Interior Bruto de cada país?

Además, Paul Amato realiza una última salvedad que alude a un problema muy distinto: la elección de la pareja. "La gente que pospone su matrimonio más allá de los treinta se encuentra con que la oferta de parejas potenciales es cada vez menor", recuerda. "Una situación que puede incrementar la probabilidad de establecer uniones con compañeros no especialmente adecuados. En otras palabras, casarse 'demasiado tarde' puede derivar en relaciones complicadas".

La estadística de divorcios en España ha disminuido significativamente entre 2006 y 2009, casi en un 30%, a pesar del pequeño repunte de 2010: ¿signo de que llevamos mejor nuestro matrimonio o, como muchas voces apuntan, de que la crisis económica, la incertidumbre personal y los costos económicos del proceso frenan los divorcios? ¿Una evolución lógica tras el pico histórico que causó la aprobación de la llamada Ley del Divorcio Express en 2005? ¿Será cierto, como parecen indicar algunos datos, que el número de separaciones corre paralelo al Producto Interior Bruto de cada país, o es que cada vez maduramos más nuestras decisiones?

La incorporación tardía al mercado laboral, la prolongación de la formación académica, la inestabilidad económica, la cada vez más retrasada emancipación o el mero alargamiento de la esperanza de vida son factores que explican razonablemente bien una realidad incontestable, como es que cada vez nos casamos más tarde. Otra razón para ese retraso es que tendemos a vivir en pareja mucho antes de contraer matrimonio formalmente, mientras que hace décadas la boda y el inicio de la coexistencia solían producirse al mismo tiempo. Del mismo modo, la presión social ejercida para casarse cuanto antes es mucho menor hoy en día.