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¿Por qué hay cada vez más jóvenes sin ilusión por la vida?
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CÓMO SE CULTIVA EL DESEO

¿Por qué hay cada vez más jóvenes sin ilusión por la vida?

La idea de deseo ha quedado acaparada por esa fuerza que nos lleva a atraernos, el imperioso ardor por abandonarnos en la busca del otro, en

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¿Por qué hay cada vez más jóvenes sin ilusión por la vida?

La idea de deseo ha quedado acaparada por esa fuerza que nos lleva a atraernos, el imperioso ardor por abandonarnos en la busca del otro, en el interés dirigido a detectar y ser detectados. Esta forma de deseo, que llamamos eros, se incluye en otra concepción del deseo más amplia, que sería aquella fuerza o motivación que nos aventura en pos de un objetivo: el deseo vital o existencial.

Pero, ¿por qué el deseo es tan esencial, y por qué su falta es el principio del fin?, ¿cómo se produce su aniquilación y la muerte emocional que le sigue? Estudios realizados en animales para probar la eficacia de los antidepresivos revelan de forma consistente que la aparición de un microepisodio de “depresión” es factible a través de la generación de una realidad de desesperanza aprendida (una situación traumática externa sin escapatoria). En una primera fase los animales analizados tratan por todos los medios posibles de escapar a su “destino”. Sin embargo, si la situación adversa se mantiente lo suficiente, se bloquea su tendencia a luchar o escapar, “resignándose” a lo que consideran inevitable.

Ya en humanos, los estudios sobre daño neurológico en áreas cerebrales como corteza prefrontal o la desaparición de la voluntad de vivir presente en depresiones graves indican que existe un vínculo poderoso entre la capacidad cerebral de generar metas, objetivos o conquistas, y la inercia que Spinoza asoció al seguir viviendo.

Nuestro cerebro está genéticamente diseñado para abalanzarnos sobre la gratificación del deseo

Estos y otros muchos hallazgos neurobiológicos han apoyado el planteamiento “hedonístico” de Demócrito revitalizado por la filosofía francesa más reciente: debemos entender el deseo erótico, y por extensión el existencial, no tanto como falta sino como abundancia, como energía y no como necesidad. Esta perspectiva aporta una visión distintiva también del eros que no ofrecería su comprensión a través de la explicación platónica de carencia, y que nos permite entender fenómenos que encontramos tanto en los ámbitos clínicos como en la vida doméstica de niños y adolescentes.

El análisis de las conductas infantiles en estadios previos a una educación formal revelan cómo nuestro cerebro está genéticamente diseñado para abalanzarnos sobre la gratificación del deseo, mientras que en otros sujetos existe una mayor tendencia a esperar y demorar la misma si ello implica un mayor premio. En ambos casos, los sujetos sin grave daño cerebral están inclinados a desear y obtener, sin que esta actividad de la voluntad venga determinada por carencias identificables.

La educación tradicional ha tenido siempre muy claro que fomentar aquella última posibilidad en los niños (demorar la gratificación para conseguir algo mejor o más cuantioso) era de interés disciplinario. Sin embargo, condicionantes sociales, históricos y económicos han relegado esta tendencia, para favorecer el satisfacer cumplidamente toda demanda infantil o adolescente, por desproporcionada o impropia que parezca, a la mayor brevedad posible, con los resultados desastrosos a los que venimos asistiendo y asistiremos más en los próximos años.

Sin un reto ante nosotros el deseo vital mengua hasta desaparecer

De ahí que consideremos tan relevante enseñar a demorar las consecuciones y conductas de gratificación en los tratamientos no sólo de las disfunciones sexuales por falta de deseo, sino en subgrupos de reacciones depresivas dominadas por el tedio vital. Aún más, en los campos preventivos y educativos es esencial que los sujetos en formación y desarrollo potencien extender el tiempo entre la aparición del deseo y su materialización como una necesidad para una vida adulta más feliz.

Sin un reto ante nosotros, bien por la total indulgencia que aflige a quien “obtiene todo con sólo pedirlo” o ante la imposibilidad de luchar contra un ambiente asfíctico, el deseo vital mengua hasta desaparecer. La piel de zapa, novela de Balzac que Freud leyó en su lecho casi de muerte, es una excelente manifestación de lo que el miedo al deseo y su ulterior bloqueo generan en el ser humano, pero también de lo que la gratificación inmediata de nuestros apetitos supone. Su trama nos coloca ante el artilugio mágico que concede inevitablemente a su poseedor cualquier cosa tan pronto como su deseo es concebido. El único inconveniente es que la mágica piel de zapa decrece con cada uno de esos deseos pensados y de inmediato concedidos, aún por pequeños o estúpidos que sean, amenazando con desintegrarse.

Las fulgurantes tecnologías de información que aniquilan nudo y desenlace para dirigirse al clímax, los consumos tóxicos de estimulantes que aceleran los sistemas cerebrales de recompensa y el encuentro amatorio que no se ha enriquecido día a día con deseo son fenómenos que están favoreciendo la emergencia de biografías desvitalizadas, repletas de experiencias carentes de significado para quienes las protagonizan y que aventuran un futuro desolador dominado por la falta de propósito.

*Javier Sánchez García es psiquiatra en 'Salud y bienestar Sangrial'.

La idea de deseo ha quedado acaparada por esa fuerza que nos lleva a atraernos, el imperioso ardor por abandonarnos en la busca del otro, en el interés dirigido a detectar y ser detectados. Esta forma de deseo, que llamamos eros, se incluye en otra concepción del deseo más amplia, que sería aquella fuerza o motivación que nos aventura en pos de un objetivo: el deseo vital o existencial.