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Aquí se hace lo que yo digo, aunque sea una chorrada
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LAS EXTRAVAGANCIAS DE LOS POLÍTICOS

Aquí se hace lo que yo digo, aunque sea una chorrada

El nuevo ministro de justicia, Alberto Ruíz Gallardón, no deja que nadie pase con tacones por su pasillo y cuando va a salir de su despacho hace que

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Aquí se hace lo que yo digo, aunque sea una chorrada

El nuevo ministro de justicia, Alberto Ruíz Gallardón, no deja que nadie pase con tacones por su pasillo y cuando va a salir de su despacho hace que despejen el mismo para no tener que encontrarse con nadie. Las salas de reuniones del edificio que ocupa son para su uso exclusivo por lo que, si hay una reunión en la que no participa, el resto de trabajadores del ministerio tienen que usar una sala situada en otra sede. Parece que las excentricidades del exalcalde de Madrid no han desaparecido tras su nombramiento como ministro. Es un secreto a voces entre los trabajadores de su entorno y no parece que las duras críticas que recibió por tener en nómina del municipio a un mayordomo cuando era primer edil hayan mitigado sus manías.

Mohamed VI gasta una fortuna en todo tipo de caprichos sin sentidoGallardón es quizás el ejemplo más cercano, pero lo cierto es que las excentricidades de todo tipo abundan entre los grandes líderes mundiales. El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, no permite que nadie a su alrededor sobrepase demasiado su altura, algo que le descoloca especialmente, y ha tenido que pedir perdón por pasar unas vacaciones en el yate de un empresario amigo suyo. Y aunque haya desaparecido del foco mediático, nadie olvidará las fiestas del expresidente italiano Silvio Berlusconi.

El abuso de poder se multiplica si nos acercamos a otros países. Los periodistas franceses Cathérine Graciet y Éric Laurent, acaban de publicar en Francia el libro Le Roi Prédateur (El rey depredador) que cuenta cómo el monarca marroquí, Mohamed VI, gasta una fortuna en todo tipo de caprichos sin sentido. Entre ellos destacan el envío de un Aston Martin –sólo una pieza de su alargada colección de coches de lujo– en un avión Hércules al fabricante británico sólo para un pequeño ajuste; o la obligación de mantener 12 palacios a una temperatura constante de 17 grados por si en algún momento él, o algún miembro de la familia real, decide pasar por alguno de ellos. Teniendo en cuenta su fortuna es evaluada en 2.500 millones de dólares se lo puede permitir. 

La ecuación nunca falla. A más poder y más permanencia en el mismo, más manías y boato. Basta recordar al deceso expresidente de Libia, Muamar al Gadafi, que exigió plantar su jaima en pleno parque de El Retiro de Madrid, y cuyo nombre siempre estará asociado a lo excéntrico –de hecho aparece nada más buscar la propia palabra en Google–; o al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, otro líder extravagante, que en su última visita a Madrid exigió al hotel en el que se alojaba dormir en la misma cama en la que había pasado la noche la cantante Madonna semanas antes.

Una sociedad narcisista acepta el abuso de poder

“La conducta excéntrica se tiene por propia de alguien genuino, genial, y los políticos confunden la creación de una imagen carismática con esto”, explica Iñaki Piñuel, psicólogo experto en recursos humanos y autor del libro Mi jefe es un psicópata. Según éste, los políticos practican extravagancias como una forma de diferenciarse frente a los demás ante la opinión pública: “Vivimos en una sociedad narcisista que es sensible a los líderes narcisistas. Se valora a éstos por su imagen, por su fascinación, que puede venir dada por cualidades poco loables, que a veces implican un maltrato a sus compañeros”.

Algunos políticos necesitan trasmitir una idea de fortaleza, dada su propia inseguridadUna característica común a todos los líderes políticos maniáticos es su permanencia en el poder. La psicóloga Elisa Sánchez, del Centro PSH, cree que los comportamientos excéntricos tienen una base psicológica anterior a la llegada de los políticos a puestos de responsabilidad, pero asegura que el poder, y el estrés asociado a la práctica política, potencian este tipo de actitudes. “Algunos políticos necesitan trasmitir una idea de fortaleza, dada su propia inseguridad, y lo hacen mediante despachos grandes, mayordomos, o cualquier cosa que haga patente su poder”, explica la psicóloga.

Más contundente es Piñuel, que asegura que el poder hace perversas a las personas y produce cambios permanentes en su personalidad. “Se trata de un paulatino proceso de paso al lado oscuro”, explica el psicólogo, “que convierte a los líderes en personas capaces de cualquier cosa por mantener su posición”.  

José Antonio Sainz, socio director de la asesoría Eurotalent y antiguo diputado de la Asamblea de Madrid, cree que este tipo de comportamientos, concretamente en España, aparecen por la mediocridad de la clase política, cuya “calidad no aguanta comparación con la gente de la sociedad civil”. Según el exdiputado “hacer ministra a cualquiera tiene ciertos inconvenientes”, y el hecho de que no exista una cultura del mérito en nuestro país hace que algunos políticos sean “un reflejo de patéticos nuevos ricos”.

El oropel de la administración

Más allá del comportamiento especialmente esnob de algunos líderes, y volviendo a nuestro país, lo cierto es que la propia administración ha consentido durante mucho tiempo ciertos caprichos que no parecen justificables para un cargo público. Aunque cada vez se critican más este tipo de cosas, lo cierto es que todas las administraciones públicas siguen teniendo gastos de representación –hasta hace muy poco eran habituales las comidas de restaurantes de lujo en la mayoría de ministerios– y coches oficiales. Especialmente característico es el caso de ciertas embajadas españolas en el extranjero: auténticas mansiones del patrimonio nacional con una alargada cartera de personal de servicio, toda una corte a servicio del embajador de turno.

Es necesaria la alternancia entre los políticosSainz cree que este tipo de gastos no se deberían permitir nunca, no sólo con motivo de la crisis económica, y cree que “es uno de los aspectos con los que hay que acabar para ser un país moderno”. En su opinión, nuestros políticos se acomodan “al oropel de la vetusta administración española” y es muy difícil sustraerles del mismo. Sainz cuenta como en las tres legislaturas en las que ocupó su escaño de diputado en la Asamblea de Madrid sólo recibía unas dietas por asistencia. En la cuarta legislatura, la primera de Gallardón como presidente, se estableció un sueldo para los diputados de las 17 cámaras autonómicas. Sainz tiene claro que es necesaria la alternancia entre los políticos, que no deberían pasar demasiado tiempo en un cargo público, y lanza una pregunta: “¿Es posible fabricar un espíritu crítico respecto a quién te paga la nómina?”

La solución pasa por la alternancia

“Cuando se lleva mucho tiempo en un sitio uno se acaba creyendo que es para siempre”, explica Francesc Pallarés, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra. Según el politólogo, en democracia los votos sirven, precisamente, para corregir esto. El problema es que nuestros políticos permanecen en el poder durante mucho tiempo, algunos, de hecho, han estado ostentando cargos públicos durante toda su vida profesional.

El economista Pedro Schwartz cree que “los políticos hacen lo que quieren porque los representados no tienen mucho tiempo para pensar”. Es lo que se conoce como “ignorancia racional”: “El coste de informarse es tan alto que es más fácil no razonar”. Schwartz es defensor de la Teoría de la elección pública, según la cual los políticos buscan priorizar sus propios intereses sobre el bienestar social, y el Estado tiende necesariamente a elevar el poder material del que goza. Según Schwartz sólo la participación de los individuos en las decisiones políticas, mediante sistemas como referendos, podría evitar las excentricidades y el abuso de poder de estos.

La solución pasa por exigir una alternancia a los políticos, algo perfectamente posible según Sainz, estableciendo pautas para que éstos salgan de la vida pública de forma ordenada y coherente, “fomentando sistemas de traslación”. Según el analista, “hay un problema de estancamiento que es real y que es necesario corregir”.

El nuevo ministro de justicia, Alberto Ruíz Gallardón, no deja que nadie pase con tacones por su pasillo y cuando va a salir de su despacho hace que despejen el mismo para no tener que encontrarse con nadie. Las salas de reuniones del edificio que ocupa son para su uso exclusivo por lo que, si hay una reunión en la que no participa, el resto de trabajadores del ministerio tienen que usar una sala situada en otra sede. Parece que las excentricidades del exalcalde de Madrid no han desaparecido tras su nombramiento como ministro. Es un secreto a voces entre los trabajadores de su entorno y no parece que las duras críticas que recibió por tener en nómina del municipio a un mayordomo cuando era primer edil hayan mitigado sus manías.