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La desinhibición online o por qué somos tan groseros en internet
  1. Alma, Corazón, Vida
NO HAY QUE ALIMENTAR AL 'TROLL'

La desinhibición online o por qué somos tan groseros en internet

Hace tiempo que el lema “don’t feed the troll” –literalmente, “no alimentes al troll”– se extendió entre blogueros, administradores y autores de contenidos en internet para

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La desinhibición online o por qué somos tan groseros en internet

Hace tiempo que el lema “don’t feed the troll” –literalmente, “no alimentes al troll”– se extendió entre blogueros, administradores y autores de contenidos en internet para reivindicar una consigna clara: practicar la indiferencia ante los llamados trolls, aquellos que acuden a foros, chats y post de comentarios en internet con el único objetivo de crear confrontación.

La red, en efecto, está repleta de intercambios indiscriminados de improperios, exabruptos anónimos sin razón aparente e interminables discusiones entre usuarios que son de todo menos edificantes. Si algo está claro a estas alturas de la cultura 2.0 es que los seres humanos somos menos amables en línea que en persona y más proclives a la ofensa, la grosería y el mal gusto de lo que invitaba a pensar el entusiasmo con que emprendimos en los años noventa aquel proyecto tan bonito de la autopista de la información. Autores como John Gabriel –que lo bautizó como GIFT, Greater Internet Fuckwad TheoryKaren Kleiss y especialmente, el psicólogo John Suler, que le dio el nombre de efecto de desinhibición online, han estudiado su naturaleza y localizado sus causas entre algunos de los mecanismos más básicos de la interacción humana.

1. Invisibilidad

¿Quién no ha escrito alguna vez en internet “jajaja” sin hacer siquiera una mueca de risa? ¿Quién no ha utilizado un smiley para implementar una frase, porque sin un gesto facial–y en eso es en lo que consiste un smiley– ésta resultaba confusa?

El anonimato en internet es sólo una ilusión

Ese pequeño portento que es nuestro cerebro no se diseñó para hablar con alguien sin verlo u oírlo físicamente. Cuando utilizamos un foro, un chat o un post de comentarios nos dirigimos a personas virtualmente invisibles. Si lo hacemos sin problema es gracias a nuestra inteligencia adaptativa, pero aun así hay pequeños cambios en cómo nos hablamos los unos a los otros. La comunicación no verbal tiene un peso fundamental cuando hablamos con los demás, y tan importante como controlarla en la realidad cotidiana lo es controlarla en internet. Si prescindimos del smiley y de otros recursos no estrictamente verbales –en un contexto virtual formal, por ejemplo– tendremos que ser capaces de expresar con exactitud no sólo lo que queramos decir, sino cómo queremos decirlo.

Esta sensación de invisibilidad también lleva a muchas personas a caer en la ilusión del anonimato: si no me ves, soy una persona anónima. Y ejercen con despreocupación algunas de sus ventajas –la impunidad, por ejemplo, o la exención de responsabilidad– sin pensar que, en realidad, ese anonimato es sólo una ilusión.  

2. Anonimato disociativo

En los comentarios de un vídeo de Youtube sobre una famosa cineasta española –que no enlazaremos–, el más amable es el que dice que “Este tipo de personajes me revuelven el estómago”. Muchos otros comentarios contienen exabruptos, insultos machistas y hasta amenazas precedidas de la alusión al propio criterio –“en mi opinión es una perra”, podemos leer– como si nuestra desafección por un personaje nos diese legitimidad para vejarlo públicamente.

Todos dejamos un rastro de migas en internet

El internauta piensa que en internet, nadie le conoce. Es algo favorecido por la invisibilidad de nuestros contertulios pero también por las propias convenciones de la red, que en la mayor parte de las ocasiones no obligan a la inscripción con el propio nombre, sino bajo un seudónimo. Algunas personas parten de la noción de que nadie les conoce para comunicarse en internet de forma diferente a como lo hacen en el día a día –superando la timidez, por ejemplo–, mientras que otras no tienen inconveniente en saltarse las más elementales normas de la convivencia –la educación, la expresión amable o el trato respetuoso hacia los demás– creyendo que su identidad está a buen recaudo. Aunque respetar al prójimo es más una convicción personal, no hay que olvidar que todos dejamos un rastro de migas en internet al final del cual está nuestra identidad: la IP de nuestra conexión o nuestras cookies, por ejemplo. Ni que, por supuesto, el derecho al propio honor es una figura legal tan vigente en internet como en cualquier otro sitio.

3. Solipsismo y proyección

Todos hemos leído en foros, chats o comentarios frases como “tú y los que sois como tú”, “yo a estos me los conozco a todos” o “el autor de este contenido es” de tal o cual manera. Y cuando descubrimos que Esponza Aguirre, el alter ego paródico de Esperanza Aguirre en Twitter, es en realidad un hombre, muchos nos llevamos una sorpresa. ¿Por qué?

Como no vemos al interlocutor, tendemos a reconstruirlo

La ausencia de referentes visuales en nuestro interlocutor –y el desconocimiento de las características en que acontece su emisión comunicativa– tiene otra consecuencia: tendemos a reconstruirlo en nuestra cabeza. Cuando leemos un mensaje de otra persona sin tener idea de su edad, su sexo, su aspecto o su extracción sociocultural no podemos evitar imaginárnosla y, a la hora de responderla, utilizar esta imagen reconstruida para dirigirnos a ella. Es una necesidad humana porque, como se ha indicado, nuestra psique lleva muy mal eso de no conocer, ver u oír a su interlocutor.

Tenemos que ser conscientes, no obstante, de que la persona que imaginamos tiene mucho más que ver con nosotros que con ella misma: es un personaje basado en el estereotipo al que dotamos de atribuciones según sean nuestras expectativas, deseos y miedos. No podemos hacer otra cosa, lógicamente, más allá de tener presente que una cosa es aventurar las características de personas o hechos que desconocemos y otra muy distinta, darlas por sentado. Muchos internautas que incurren en el comportamiento antisocial lo hacen porque, en realidad, asumen por tajantemente ciertas cosas que en realidad no lo son –y proceden incluso a negar que lo sean–.

4. Asincronismo

Internet es un medio de comunicación asincrónico: la interacción no ocurre en tiempo real, sino con largos intervalos de tiempo entre una pregunta y una respuesta o entre una frase y su reacción. Esto afecta a nuestra inhibición, ya que a veces dejamos mensajes sólo porque su receptor no lo leerá inmediatamente, dándonos tiempo a huir. En este tipo de actitudes abundan quienes llegan a una web, dejan un mensaje crudo u ofensivo y jamás vuelven para comprobar cuáles han sido las reacciones –lo que más que un hecho comunicativo es un ejercicio de exhibicionismo o una simple catarsis verbal–. El asincronismo, no obstante, sí puede favorecer comportamientos no tan reprobables: es el retardo lo que permite a muchas personas elaborar mensajes más complejos o mejor expresados que los que suelen emplear en la comunicación verbal, lo que siempre enriquece el discurso.

5. Imaginación disociativa

Pensamos en la red como si no fuera un medio comunicativo, sino un espacio

Es muy significativo que con frecuencia nos refiramos a internet como “ciberespacio” o “mundo virtual”: pensamos en la red como si en lugar de tratarse de un medio comunicativo o un soporte documental, fuera un espacio. Uno paralelo, en todo caso, o disociado del real, que como lugar que es –virtual, pero lugar a fin de cuentas– obedecería a su propio código de conducta. Muchas personas de ordinario educadas y amables en su vida social cultivan una personalidad distinta en internet, a veces sólo ligeramente, a veces radicalmente, pues no le conceden a la red más importancia a efectos comunicativos de la que tendría un videojuego o una realidad virtual.

6. Minimización de la autoridad

Hace sólo unos días, el mensaje que un usuario de Twitter le dirigía al humorista y presentador Andreu Buenafuente le reprochaba que “no contestaba a los tweets” porque, según el usuario, tal no le reporta al showman ningún rédito. En realidad, críticas como ésta son constantes en la red social del pajarito, donde muchos usuarios se sienten frustrados porque sus ídolos no les atienden cuando hacen por llamar su atención.

La invisibilidad, el anonimato o pensar en internet como si fuera una realidad paralela da pie a un fenómeno curioso: con frecuencia, el estatus de las personas no se traslada a sus identidades en internet. Los seres humanos somos animales gregarios y, como tal, pensamos y nos organizamos siempre en términos de superioridad o inferioridad –social, política o intelectual–. Por alguna razón, no obstante, hay quien piensa que internet se sustrae de este comportamiento que aunque pueda sonar severo, no es más que pragmático.

Esto fomenta el tratamiento desde la informalidad, por ejemplo, prestar poca atención a la sintaxis y la ortografía o la desaparición de las fórmulas de cortesía, cuando no otros comportamientos verbales completamente imprudentes. Muchos internautas pretenden conseguir una respuesta de su ídolo ideológico –un autor, por ejemplo, o un político– o artístico sin percatarse de que ese ídolo tiene cientos de mensajes similares al día; otros pretenden emprender una confrontación con ellos y sólo consiguen indiferencia, inconscientes de que en la vida real –y fuera de las instituciones previstas al efecto– las personas desconocidas normalmente no se tratan entre sí para debatir. En general, muchos reaccionan con frustración ante la indiferencia, lo que da pie a la agitación pública del propio enfado.

Hace tiempo que el lema “don’t feed the troll” –literalmente, “no alimentes al troll”– se extendió entre blogueros, administradores y autores de contenidos en internet para reivindicar una consigna clara: practicar la indiferencia ante los llamados trolls, aquellos que acuden a foros, chats y post de comentarios en internet con el único objetivo de crear confrontación.