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El Síndrome del Tío Gilito: una defensa de la riqueza
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DEBATE SOBRE LA FUNCIÓN SOCIAL DE LOS RICOS (I)

El Síndrome del Tío Gilito: una defensa de la riqueza

Para aquellos que en su infancia no frecuentasen los cómics de Disney, aclararemos que el tío Gilito es un personaje no muy simpático, que desprecia a

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El Síndrome del Tío Gilito: una defensa de la riqueza

Para aquellos que en su infancia no frecuentasen los cómics de Disney, aclararemos que el tío Gilito es un personaje no muy simpático, que desprecia a su sobrino -el pato Donald- y que posee una enorme fortuna. La almacena en grandes silos con forma de caja de caudales y con un inmenso signo del dólar cubriendo la fachada. Dentro, montañas de dinero en efectivo –billetes y monedas- sobre las que el Tío Gilito se arroja, desde un trampolín, nadando literalmente en su riqueza, pasatiempo en que encuentra su máximo placer.

Lamentablemente, la idea de la riqueza que tienen la mayor parte de los miembros de nuestra sociedad, incluidos los políticos y los creadores de opinión, se corresponde con esta imagen, tan infantil como falsa. El grave equívoco de no entender que la riqueza es el producto final del trabajo conduce a decisiones y opiniones erróneas sobre la vida propia y la ajena. Y este síndrome de la percepción y el conocimiento, no menos grave que el de Estocolmo o el de Peter Pan, el de Cenicienta o el de Robin Hood, merece el nombre del Tío Gilito, porque defender tales planteamientos, si no fuera tan grave, entraría simplemente dentro del terreno de lo infantil y ridículo.  

Estos síndromes psicológicos no son necesariamente incurables, pero su tratamiento requiere de grandes dosis de pedagogía y coherencia. Combatir la fantasía malsana con la realidad empírica.

Primer error: qué significa ‘ser rico’

Para las víctimas del síndrome del Tío Gilito, ser rico significa acumular una enorme cantidad de dinero. Y como, lamentablemente, las grandes doctrinas morales no han evolucionado desde antes de la Revolución Industrial, la triste opinión de San Juan Crisóstomo (347-407 d.C.) de que "todo rico es un ladrón o el heredero de un ladrón" tiene infinidad de adeptos. Pero se trata de una afirmación tan rotunda como falsa. En una economía de subsistencia, en una sociedad cuyos limitadísimos recursos están restringidos a los frutos de la tierra, podría ser cierto que lo que uno tiene de más, otro lo tiene de menos. Pero por eso la Industrial ha sido la gran Revolución humana, porque desde ella, nuestra especie ha multiplicado exponencialmente las riquezas de la tierra, a través de la división del trabajo, el desarrollo tecnológico, el uso eficiente de los recursos energéticos y la acumulación sistemática de conocimiento, masivamente distribuido. Es decir, se puede crear riqueza nueva. Y eso no sólo no es un defecto, un pecado o un vicio: puede que sea una de las mayores virtudes morales.

Ser rico consiste en decidir sobre una cantidad mayor de riqueza

El siguiente error es olvidar que no se puede repartir lo que no existe. Si la mayor virtud es la caridad, como no se puede dar a alguien algo que no ha sido producido, la creación es anterior a la generosidad: la creación de riqueza es prerrequisito de su reparto. Y considerando que no todos están cualificados para producir nueva riqueza, o para subsistir, el que produce más y mejor es el mayor benefactor de una comunidad.

Pero es que la riqueza producida no está almacenada en ningún sitio físico, nunca, en ningún momento. Un ‘rico’ lo que tiene es la capacidad de decisión sobre esa riqueza, de determinar a qué uso estará destinada. En eso consiste ser rico: en decidir -no esconder- sobre una mayor cantidad de riqueza.

Imaginemos al hombre más rico de España. Un hombre, por ejemplo, con un patrimonio de 24.000 millones de euros. Un hombre cuyas acciones le produzcan un dividendo anual de 600 millones de euros. Creo que unánimemente consideraríamos que este señor es rico.

Al cobrar ese dividendo, esa persona decidirá en qué banco lo deposita -y el banco lo prestará al instante a alguien que quierA comprar un coche o una casa o construir un puente o una central eléctrica-. O decidirá comprar más acciones, por lo que ese dinero irá a parar a empresas que generen riqueza. O decidirá comprarse un avión, con lo que desarrollará la industria aeronáutica. Los ricos -y, ay, qué poco pensamos en esto- son la más sana fuente de innovación que existe en el mundo. Todos los adelantos tecnológicos proceden del desarrollo de la industria de armamentos, de la carrera espacial... o de la decisión de un rico. Porque un rico quiso volar más rápido que el sonido hoy cuesta 30 euros un billete de avión de Madrid a Roma. Porque un rico quiso llevar siempre consigo un teléfono, hoy existe telefonía móvil hasta en el último rincón de la tierra. Porque un rico ha decidido dedicar su fortuna a erradicar la malaria, esa gran plaga desaparecerá en un par de décadas.

La diferencia la marca la decisión

Todos disponemos de sólo 24 horas al día. Podemos disfrutar de una cantidad limitada de bienes en cada momento. Y todos precisamos de los mismos básicos. La gran diferencia entre el que gana 600 millones de euros y el que sólo gana mil euros es que el primero decide sobre una cantidad de dinero mayor. Parece una obviedad, pero no lo es. Como tampoco es obvio quién tomará las mejores decisiones. Quizás hemos de pensar que quien ha sido lo suficientemente hábil como para crear tanta riqueza lo siga siendo en los usos que dé a su dinero. En cualquier caso, seguirá en circulación en la sociedad y sin duda serán decisiones –las del rico y las del pobre- más eficientes y menos despilfarradoras que las que pueda tomar un político con un dinero que no es suyo.

El político difícilmente puede valorar un dinero que no ha producido, que ni siquiera le ha requerido el esfuerzo de la recaudación, tan penosa y hostil en la época de la economía de subsistencia, y ahora tan cómoda, invisible, a través de las transferencias electrónicas que llevan el 70% del producto del trabajo desde los bolsillos de los que se esfuerzan a los de los políticos. Así se entiende que una ministra llegase, en su ceguera, a afirmar recientemente, que "el dinero público no es de nadie". Como consecuencia de nuestros sistemas electivos y de organización de los cargos políticos, éstos no tienen que buscar el empleo de ese dinero de la forma más útil para la sociedad, sino en la más eficaz para su siguiente victoria electoral. Y como las consecuencias de los errores económicos no son inmediatas, y a veces toman bastante tiempo, los electores pueden ignorar la correlación entre las consecuencias nefastas de decisiones dañinas, y aquellos políticos que tomaron esas decisiones –con el dinero de otros-.

Pero nos hemos colado en la explicación del tercer error. Éste que acabamos de describir bien podría ser conocido como el Mal de Keynes: pensar que la mera circulación del dinero es riqueza. En absoluto. Un ascensor en un edificio de oficinas ocupado al máximo de su capacidad de arrendamiento, es un valor, una riqueza. Ese mismo ascensor en un aeropuerto que no se usará jamás, es un derroche. Y en ambos casos se dio trabajo a unos técnicos y a una industria, durante unas horas. Pero uno es un valor, por su uso, el otro un derroche, por su inutilidad. Por uno se paga dinero -el de los inquilinos del edificio de oficinas-, el otro no vale absolutamente nada, nadie pagará por él, y por tanto, esa riqueza se ha destruido.

Pero sigamos con el síndrome del Tío Gilito. Un norteamericano como Disney, defensor de la propiedad privada, sólo podría describir a los que pretenden robar al tío de Donald -los Golfos Apandadores, en la traducción más frecuente- como malos, aparte de estúpidos. Pero no es esa tampoco la opinión frecuente. De hecho, en las sociedades occidentales la expresión ‘propiedad privada’ es peyorativa. Ahí reside otro importante síntoma de su enfermedad, la manifestación de su cuarto error.

El malvado Robin Hood

El mito de Robin Hood, ya lo descubrió Ayn Rand, ha sido uno de los más dañinos de nuestra civilización: robar a los ricos para dárselo a los pobres. Una propuesta moral, desapercibida habitualmente en su perversión. Porque, en una sociedad que crea riqueza con el talento, robar a los ricos para darlo a los pobres, ¿no puede ser traducido como quitar a los que tienen más talento para dárselo a los que menos? ¿O quitar a los que más trabajan para darlo a los que menos se esfuerzan?

Cuanto más se respeta la propiedad privada, más civilizada es la sociedad

Aquellos que sufren el síndrome, pero que creen que no, suelen decir: "Su argumento está muy bien para la riqueza creada. Pero, ¿qué pasa con la heredada? ¿Por qué va a ser alguien rico por el mero hecho de que lo fuera su padre?". Pues bien: ¿por qué no? El dinero tiene una moral muy estricta. Y una de sus reglas más básicas es que nadie puede valer menos que su dinero. La historia está llena de tristes relatos de ricos herederos destruidos por una fortuna que les excedía. Se dirá que es un parásito el que vive así, opíparamente, disfrutando una riqueza que no merece. Pero ¿quién va a decidir si lo merece o no? ¿Un político? ¿Y por qué? ¿Por qué habrían de ser más dignos mil parásitos que uno sólo? La herencia y la propiedad residen en el mismo principio: en el derecho a disponer de los frutos de nuestro trabajo. Trabajar involuntariamente para otros se llama esclavitud. Ser privados por la fuerza de nuestros bienes, se llama robo.

Miremos el panorama del mundo y su historia: cuanto más se respeta la propiedad privada más civilizado es ese lugar de la tierra.

Es cierto que la extensión de la riqueza, la existencia de una amplia clase media, es señal y requisito de una sociedad sana y garantía de su desarrollo. Pero eso no se consigue robando a los ricos, sino ofreciendo libertad para que los pobres puedan desarrollarse, formación para que puedan aprovechar sus oportunidades y leyes justas que les garanticen los frutos de su trabajo, sin que su propiedad esté sometida al capricho de políticos irresponsables y demagogos.

Una sociedad enferma

Un mundo sin diferencias, en el que sólo tengan un poco más de poder adquisitivo aquellos que el partido designe, ya ha existido: es la pesadilla totalitaria soviética, la miseria igual para todos que el comunismo ha implantado en todas sus dictaduras.

La caza al "rico" que estamos viviendo en estos días; la aceptación de que se puede seguir exigiendo impuestos sobre cantidades que ya son el mínimo resto de unos impuestos abusivos y triplicados; el mentir como se hace, con descaro e ignorancia, acerca de la tributación de las SICAV -que actualmente es idéntica a la de cualquier otra inversión en fondos, sólo que está más regulada y restringida- son señales de una sociedad enferma.

Que la creación de riqueza debería ser promovida como bien moral está claro. Que su acumulación no es un mal, sino el fundamento del espectacular desarrollo de los últimos tres siglos, también. De la calidad de los políticos como administradores, esta crisis nos proporciona a diario pruebas suficientes. El síndrome del Tío Gilito no es incurable. Pero en la búsqueda de la verdad deberíamos tener la valentía de dar un paso más: analizar con sinceridad en el tribunal de nuestra conciencia si, a veces, sólo a veces, cuando decimos que nos mueve la justicia social, no estará agazapada, en el fondo de nuestro corazón, la más vulgar envidia.

*Antonio Rubio es directivo y autor del blog Piensa en Libertad.

Para aquellos que en su infancia no frecuentasen los cómics de Disney, aclararemos que el tío Gilito es un personaje no muy simpático, que desprecia a su sobrino -el pato Donald- y que posee una enorme fortuna. La almacena en grandes silos con forma de caja de caudales y con un inmenso signo del dólar cubriendo la fachada. Dentro, montañas de dinero en efectivo –billetes y monedas- sobre las que el Tío Gilito se arroja, desde un trampolín, nadando literalmente en su riqueza, pasatiempo en que encuentra su máximo placer.