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Ver porno hace que perdamos interés por nuestra pareja habitual
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Ver porno hace que perdamos interés por nuestra pareja habitual

Al menos una generación de niños asistió a la saga de Superman recibiendo la idea de que bajo ninguna circunstancia uno debía intentar saltar con su

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Ver porno hace que perdamos interés por nuestra pareja habitual

Al menos una generación de niños asistió a la saga de Superman recibiendo la idea de que bajo ninguna circunstancia uno debía intentar saltar con su capa por la ventana.

Todo servicio de urgencias hospitalarias recibe visitas en las que es claro que habría sido recomendable que algunos adultos hubiesen recibido similar advertencia antes de intentar reproducir en la intimidad de sus alcobas lo que han visto en las pantallas de sus ordenadores o televisores.

Este hecho, que puede parecer un asunto festivo (un salto del tigre mal dado,  un priapismo incorregible o un teléfono que vibra dentro del bajo vientre de alguien), deja de ser un cúmulo de divertidas ocurrencias en según qué circunstancias y se transforma en signo de un tiempo y de una forma de relacionarse mediatizadas por Photoshop, prótesis, efectos especiales, montajes de planos y chats de internet.

Abordar la influencia de la pornografía en nuestra cultura usualmente suscita posiciones defendidas con ardor y que se sustentan en antinómicas percepciones de lo que es moralmente correcto. Los últimos cuarenta años han supuesto al menos dos olas de permisividad y dos olas de censura, de las que la más influyente ha sido sin duda la de censura promovida por la administración Reagan en los años 80.

Incremento de la violencia sexual

El hecho incuestionable es que en la última ola de permisividad Internet se ha convertido en un elemento clave para universalizar el potencial acceso a los contenidos pornográficos, hasta el punto de que las búsquedas relativas a este área son mayoritarias en el gran buscador. Además, por primera vez, el acceso puede ser prácticamente indiscriminado y tan privado como la red permita.

Existe una extensa tradición de estudios psicológicos que han intentado determinar si semejante sobreexposición de seres humanos normales a contenidos abiertamente pornográficos determinan una mayor tendencia a la violencia sexual y a la falta de implicación afectiva en la forma de relacionarse íntimamente.

Una vez más, el clima político predominante en el momento de realización de estos estudios ha influido decisivamente en su diseño, de forma que obviamente se ha tendido a encontrar lo que los investigadores deseaban hallar.

Cualquier forma de asesoramiento sexológico prohíbe el acceso a contenidos pornográficos

Pero más allá de la cuantía en que la pornografía contribuye socialmente a aspectos como la violencia entre los sexos, encontramos el terreno de la pareja concreta, en el que existe un mayor consenso científico sobre sus efectos, diferenciando las respuestas de hombres y mujeres a los mismos materiales.

Si seguimos uno de los estudios más consistentes realizados sobre las dificultades sexológicas comunes en Estados Unidos, hallamos que la situación más frecuente y que podría afectar a casi 1 de cada 4 individuos es la falta de deseo (deseo sexual hipoactivo). Pues bien, cualquier forma de asesoramiento sexológico firme prohíbe la exposición a contenidos pornográficos, en pareja o en solitario, durante buena parte de la terapia.

Probablemente esta recomendación terapéutica se deriva de la comprensión de un mecanismo biológico diferencial en ambos sexos. La excitación sexual en el hombre se produce esencialmente a través de la vista y de la activación del sistema nervioso simpático, siendo la oxitocina y la dopamina sustancias químicas determinantes de esta regulación.

El porno activa los sentimientos maternales

La exposición continuada a imágenes de contenido abiertamente sexual produciría en el hombre un patrón de tolerancia (es decir, necesidad de incremento de la dosis para generar la misma respuesta) similar al que produce el alcohol u otras drogas que actúan sobre la dopamina y la oxitocina. Como resultado, se perdería “interés” por cualquier estímulo procedente de la pareja habitual, buscándose estímulos más y más novedosos y/o potentes.

Pero además, el sistema nervioso simpático se activa igualmente en el sexo masculino en situaciones de lucha, con lo que en algunos sujetos podrían dispararse conductas más agresivas o violentas que quedarían desinhibidas cuando el nivel de excitación excediese un límite individual.

En oposición, muchas mujeres rechazarían la pornografía y la estimulación visual demasiado obvia ya que en ellas el incremento de oxitocina está esencialmente ligado a los procesos de parto y lactancia. Al parecer, la oxitocina activaría las conductas de amparo y maternidad, incongruentes y disonantes con imágenes cargadas de un simbolismo más o menos descarnadamente agresivo. Por otra parte, en la mujer es esencial un tono nervioso de predominio parasimpático (de relajación, digamos) para que el encuentro sea satisfactorio.

Según algunos teóricos esto explicaría por qué, según el chiste, ellas suelen esperar el final de la película porno para ver si los protagonistas se casan, mientras ellos ya se están descargando la parte 3 porque segundas partes nunca fueron suficientemente buenas. Si están en lo cierto, la sobreexposición de las nuevas generaciones a un estímulo que separa y no acerca a los sexos, puede agravar el desencuentro privado y la creciente insatisfacción relacional que vemos y atendemos.

 *Javier Sánchez. Psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial

Al menos una generación de niños asistió a la saga de Superman recibiendo la idea de que bajo ninguna circunstancia uno debía intentar saltar con su capa por la ventana.