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La indignación como ejercicio de autocomplacencia
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SÓLO SON VISIBLES LAS TRAGEDIAS CON LAS QUE SE OBTIENEN RÉDITOS IDEOLÓGICOS

La indignación como ejercicio de autocomplacencia

Consumimos por entregas las grandes tragedias de la Humanidad, como si fueran series de televisión, y algunas terminan por engancharnos y por producir varias temporadas (el

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La indignación como ejercicio de autocomplacencia

Consumimos por entregas las grandes tragedias de la Humanidad, como si fueran series de televisión, y algunas terminan por engancharnos y por producir varias temporadas (el conflicto Palestino, los Saharauis, el accidente nuclear de Fukushima, y hoy por hoy, la única que nos importa: la Crisis...) y otras fracasan a los cuatro capítulos y son retiradas inmediatamente del prime time (Congo, Darfur, Corea del Norte y un largo e infame etcétera que acaba de devorar a Haití y a Somalia). Es interesante analizar por qué los espectadores eligen empatizar con ciertas tragedias humanas, y hacerlas populares, televisivas y recurrentes, y por qué otras tragedias se quedan en uno de esos fugaces titulares de Reuters que atraviesan la pantalla bajo una presentadora de la CNN que nos habla de la prima de riesgo.

Las grandes tragedias colectivas que en España han terminado por convertirse en fetiches de los agitadores oficiales de conciencia son aquellas que ofrecen la oportunidad de reducir las cosas a una lucha en la cual los que generan la injusticia son fácilmente asociados a adversarios políticos locales: en definitiva, aquellas que permiten imaginar a Aznar como asesino de niños iraquíes o a los despiadados banqueros como impunes causantes de la crisis. Estas tragedias que logran monopolizar el espacio común de la indignación colectiva no son necesariamente las que más muertos, más injusticias y más miseria causan: si miramos con honestidad e imparcialidad hacia lo que ocurre en cada lugar del mundo, concluiremos pronto que el grado de injusticia, el número de muertos o la miseria provocada son factores marginales a la hora de construir el sentimiento de indignación y empatía hacia las tragedias humanas.

Ningún artista apoyará a Sierra Leona

En Ruanda se mataron casi un millón de personas entre Hutus y Tutsis. Ninguno de nuestros tertulianos, políticos, actores o “concienciadores” habituales movilizó a la opinión ante el genocidio más grande de la Historia reciente como lo han hecho con la causa de Palestina, la Saharaui o con la Gran Crisis. Ninguno de los grandes genocidios de las últimas décadas ha adquirido las dimensiones mediáticas de, por ejemplo, la segunda Intifada, a pesar de que sólo en Ruanda la cifra de muertos superó en más de un 2000% a la de la segunda Intifada Palestina. Hay cientos de conflictos en este mundo globalizado que no tienen la atención ni de nuestros concienciadores oficiales ni de los asiduos a las manifestaciones, y son fundamentalmente aquellos que no brindan una oportunidad de posicionarse ideológicamente en un lugar que les eleve moralmente. ¿Alguien vio alguna manifestación por el genocidio que se llevó a cabo en Darfur o por las criminales hambrunas de Corea del Norte? Mueren cientos de miles de personas, pero como no se puede extender la responsabilidad última a un rivalidad ideológica identificable, la causa no interesa especialmente. Es más sencillo salvar mil vidas en Sierra Leona que una sola en Palestina, pero no veremos a ningún artista apoyando a una flotilla que viaje hacia allí, ni habrá jóvenes libertarios que tengan en el armario, junto a sus kufias palestinas, un atavío tradicional tutsi, ni obispos católicos que saquen a sus feligreses a la calle como lo hicieron con el tema del matrimonio gay. A esos conflictos en que no somos capaces de identificarnos con ninguna de las partes, en que sólo hay un horror inexplicable que no nos devuelven un reflejo de nuestra visión del orden moral, no se les concede un minuto de silencio: se les otorga el silencio entero.

Pregunte por los Interahamwe: nadie le dará una opinión porque no saben quiénes son

Salvo contadas excepciones, nuestra presunta clase intelectual o nuestros líderes religiosos decepcionan por su forma interesada de mirar hacia el mundo para ejercer su tarea de denuncia social dando siempre prioridad a las causas rentables en su lucha ideológica contra cualquiera de sus demonios. Al final, el sufrimiento del hombre y la injusticia no es lo que les saca a la calle o lo que les hace opinar vehementemente en una cafetería, una radio o un púlpito, sino el sufrimiento y la injusticia en la medida en que ello reafirme su concepción moral del mundo. Pregunte usted en un bar sobre la guerra de Irak, sobre Israel y Palestina, sobre la Gran Crisis, y la opinión predominante será la misma: es una guerra por petróleo, los neocons son los culpables, los judíos controlan la política americana, los banqueros y especuladores nos han estafado y se van de rositas, etc...). Pregunte sobre los Interahamwe, y nadie le dará una opinión porque no saben quíénes son y además no interesan a nadie.

Ahora que las grandes tragedias de la humanidad que siguen afectando a lugares lejanos han dejado de importarnos frente a esta Gran Crisis, la mirada sigue siendo igual de pervertida y distorsionada: los culpables son banqueros y políticos, así de simple, y por favor, que el Papa ni se acerque a dar misa por aquí. Tenemos a nuestra disposición un enorme arsenal de argumentos para adherirnos a ese complaciente sentimiento de indignación, que nos permite creer que el orden moral que defendemos es violentado por los que no son como nosotros, que la injusticia la provoca el que piensa de manera diferente a la nuestra, y mediante el cual sólo miramos aquellos conflictos en los que nos reconocemos como los buenos.

*Jacobo Bergareche es productor y guionista.

Consumimos por entregas las grandes tragedias de la Humanidad, como si fueran series de televisión, y algunas terminan por engancharnos y por producir varias temporadas (el conflicto Palestino, los Saharauis, el accidente nuclear de Fukushima, y hoy por hoy, la única que nos importa: la Crisis...) y otras fracasan a los cuatro capítulos y son retiradas inmediatamente del prime time (Congo, Darfur, Corea del Norte y un largo e infame etcétera que acaba de devorar a Haití y a Somalia). Es interesante analizar por qué los espectadores eligen empatizar con ciertas tragedias humanas, y hacerlas populares, televisivas y recurrentes, y por qué otras tragedias se quedan en uno de esos fugaces titulares de Reuters que atraviesan la pantalla bajo una presentadora de la CNN que nos habla de la prima de riesgo.