¡Qué peligro tienen los treintañeros casados!
Ramón (nombre supuesto) ha salvado la situación de milagro y con la ayuda de un amigo que ha puesto el dinero que él ya no tenía.
Ramón (nombre supuesto) ha salvado la situación de milagro y con la ayuda de un amigo que ha puesto el dinero que él ya no tenía. Hace tres años, en la despedida de soltero de ese mismo amigo, estuvo por primera vez en un club de alterne. Esa noche no pasó nada, pero dos semanas después volvió por su cuenta. Durante los meses siguientes se convirtió en un usuario habitual de prostitución, algo que su mujer jamás sospechó. Tampoco lo sospecharon sus compañeros de trabajo de un bufete de abogados importante. Sólo estaban al tanto sus íntimos, los del grupo de toda la vida, quienes hacían lo mismo de cuando en cuando. Poco después, entró la cocaína en la ecuación, y todo comenzó a ir a mucho peor. Dos años más tarde estaba involucrado sentimentalmente con una de las prostitutas que frecuentaba (y que acabó siendo la única a la que iba); hasta el cuello de deudas con su camello colombiano, un ex militar del que en algún momento llegó a pensar que era, como reconoce, “su amigo”; y con la economía familiar, el colegio privado de los niños y todo lo demás a punto de volar por los aires. Ahora está, dice, “desenganchado”, aunque reconoce que durante mucho tiempo todo aquello le pareció “lo normal”.
Podría parecer un caso extraño, pero esa doble vida, en la que la afición por el sexo y las drogas es escondida tras una pantalla de normalidad, en la que los padres que acuestan a sus hijos todas las noches, pero se pierden ocasionalmente en una juerga de sexo y drogas, no es nada infrecuente en la sociedad española. Según el estudio realizado por las investigadoras Águeda Gómez Suárez y Silvia Pérez Freire, de la Cátedra de Estudios Feministas de la Universidade de Vigo, Prostitución en Galicia: clientes e imaginarios femeninos -basado en parte en entrevistas con clientes y extrapolable, con matices, a otras comunidades-, más o menos la mitad de los consumidores de sexo en clubes eran varones en la treintena y, en su mayoría, con pareja estable.
El “consumo” de prostitución es una realidad tremendamente extendida (se calculan unas 400.000 prostitutas ejerciendo en todo el país) y vive un proceso de visibilidad progresiva. Los datos más rigurosos (de 2009, facilitados por el Centro de Investigaciones Sociológicas) apuntaban que un 32 por ciento de la población masculina española, casi uno de cada tres, recurría a las prostitutas y que un 15 por ciento lo hacía de manera habitual. Según el estudio citado, el porcentaje podía elevarse hasta el 45 por ciento o más.
Para las investigadoras, como nos comenta Águeda Gómez, la palabra que define la situación es “normalización”, un proceso que, dice, “es parte de la estrategia de legitimación hecha por el cliente. Por un lado, se parte de la visión antropológica del varón como un ser irremediablemente hipersexual y, por otro lado, se asume una lógica de compraventa donde el consumidor debe ser sobre todo libre para decidir qué consume”.
Cocaína y sexo, muy relacionados
En cuanto a su imbricación con el mundo de la droga, las investigadoras confirman que está omnipresente en los burdeles. “Forman parte del ‘pase’ con los clientes en una amplia mayoría”, comenta Silvia Pérez. Su compañera confirma que a veces ambos negocios están incluso “directamente relacionados” y los clubes son "lugares de venta y consumo impunes a los controles”. “Muchos clientes van puestos o se ponen allí y obligan a las chicas a que consuman para que aguanten más”, afirma.
Y en efecto, el consumo de las profesionales es mucho menos hedonista que el de sus clientes. Se consume para aguantar un ritmo de trabajo y explotación que acaba por reducir la autoestima a pedazos. Así lo confirma Ramón Esteso, coordinador de inclusión social de Médicos del Mundo, cuya organización trabaja para la integración de mujeres y transexuales que ejercen la prostitución en 19 provincias españolas. “La enorme mayoría de quienes están en esto lo dejarían si pudiesen”, afirma, en contra de la manifiesta opinión de muchos clientes.
Blas, de 48 años, es ex heroinómano y sociólogo. Para él, lo que hay que analizar son “las bases educativas y morales que dan lugar al hecho”. ”En cuanto a las drogas”, reflexiona, “en los ochenta hubo una epidemia de heroína, ahora llevamos años en una epidemia de cocaína que es aún peor”.
Durante su investigación, Gómez y Pérez detectaron una tendencia más acentuada a la misoginia en los clientes mayores de cincuenta, una tendencia más mercantilista entre los jóvenes y más propensión al cliente amigo o samaritano entre los de 30 a 40 (ahí estaría Ramón).
Consumir libremente de todo
Los más jóvenes, pues, tienen interiorizado hasta la médula criterios puramente mercantiles. El “homo economicus” es un hombre, como retrata Águeda, “que actúa de acuerdo con una lógica basada en el espíritu capitalista: maximización del beneficio con un mínimo de costes, conversión en mercancía de todo lo que se vende y ausencia de reflexiones éticas”. Para ese tipo de “consumidor”, el derecho sagrado es el derecho a “consumir libremente”, que pone por delante de cualquier otro.
En esta evolución de las nuevas generaciones, tiene un peso indudable la pornografía, consumida masivamente y cuyos estándares se han ido radicalizando, dejando en soft lo que hace diez años era hardcore. “Los adolescentes muchas veces se socializan sexualmente a través de la pornografía”, dice Gómez, “lo que va modelando su erotismo hacia situaciones cargadas de contenidos agresivos, de situaciones humillantes o de cierto sadismo o crueldad”.
Curiosamente, pese a todo, todavía hay en el sórdido entramado de explotación de mujeres un residuo de flirt, aunque sea totalmente imaginado y perteneciente sólo a la embebida mente del cliente. “Ellos”, confirma Águeda Gómez, “poseen la convicción de que seducen a las chicas y que las hacen gritar de placer”. En todo caso, su conclusión es que “la seducción más que desaparecer se ha transformado con los tiempos: ahora se buscan gratificaciones rápidas, cómodas y sin esfuerzo. Se tiende, como en otros ámbitos, al McSexo y a la McAfectividad”.
“Bueno, todo esto era de esperar”, bromea Blas, “el héroe de nuestra generación no ha sido John Wayne, ha sido Tony Montana delante de una montaña de coca. ¿Qué querías?”
Ramón (nombre supuesto) ha salvado la situación de milagro y con la ayuda de un amigo que ha puesto el dinero que él ya no tenía. Hace tres años, en la despedida de soltero de ese mismo amigo, estuvo por primera vez en un club de alterne. Esa noche no pasó nada, pero dos semanas después volvió por su cuenta. Durante los meses siguientes se convirtió en un usuario habitual de prostitución, algo que su mujer jamás sospechó. Tampoco lo sospecharon sus compañeros de trabajo de un bufete de abogados importante. Sólo estaban al tanto sus íntimos, los del grupo de toda la vida, quienes hacían lo mismo de cuando en cuando. Poco después, entró la cocaína en la ecuación, y todo comenzó a ir a mucho peor. Dos años más tarde estaba involucrado sentimentalmente con una de las prostitutas que frecuentaba (y que acabó siendo la única a la que iba); hasta el cuello de deudas con su camello colombiano, un ex militar del que en algún momento llegó a pensar que era, como reconoce, “su amigo”; y con la economía familiar, el colegio privado de los niños y todo lo demás a punto de volar por los aires. Ahora está, dice, “desenganchado”, aunque reconoce que durante mucho tiempo todo aquello le pareció “lo normal”.