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“Para los españoles votar es como el sexo de borrachera: no perciben compromiso” (I)
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LOS PENSADORES DEL 15-M ABORDAN LA CAMPAÑA ELECTORAL

“Para los españoles votar es como el sexo de borrachera: no perciben compromiso” (I)

Uno de los aspectos más llamativos de la campaña del 20-N es que está pasando notablemente desapercibida. En parte porque el resultado electoral parece definido, en

Foto: “Para los españoles votar es como el sexo de borrachera: no perciben compromiso” (I)
“Para los españoles votar es como el sexo de borrachera: no perciben compromiso” (I)

Uno de los aspectos más llamativos de la campaña del 20-N es que está pasando notablemente desapercibida. En parte porque el resultado electoral parece definido, en parte porque la intensidad de la crisis y las presiones sobre Europa están haciendo que la realidad cotidiana quede sepultada entre noticias sobre bonos de deuda, posibles rescates y cambios de gobierno. Es precisamente este aspecto el que mejor entronca con uno de los argumentos centrales del 15-M, aquel que subraya hasta qué punto resulta irrelevante quién gobierne, toda vez que el contenido real de las políticas es dictado por las agencias de rating, los grandes fondos y las entidades bancarias sistémicas. Que los dirigentes europeos, democráticamente elegidos, estén siendo sustituidos por expertos de perfil técnico-financiero, es un buen ejemplo de esta deriva.

La campaña española está resultando invisible como consecuencia del desinterés de la ciudadanía por unas elecciones que, afirman desde el 15-M, ya no deciden nada en nuestra sociedad. Para Emmanuel Rodríguez, autor de La crisis que viene (Ed. Traficantes de sueños), la política está viviendo una enorme crisis de representatividad aumentada por el descrédito de la corrupción. “En las próximas elecciones no va a votar ni siquiera el 50% del censo electoral”.  

A ese alejamiento también contribuye la pobre campaña que están realizando unos partidos que “ni siquiera han sabido analizar la crisis. Se arrojan la patata caliente unos a otros, pero ninguno ha sabido entrar a analizar las causas y las soluciones”. Para Germán Cano, profesor de Filosofía de la Universidad de Alcalá y autor de Adoquines bajo la playa (Grama ediciones), resulta sintomático “que, con la que está cayendo, no se hable en absoluto del problema europeo. Todos los partidos están recortando el espacio político, centrándolo en cuestiones domésticas, pero esas son cortinas de humo que dejan escapar lo esencial, porque hay problemas que sólo pueden abordarse desde una óptica mucho más amplia que la del contexto nacional”. Para Cano, la presión sobre Italia y Grecia y sus cambios de gobierno confirman hasta qué punto los políticos “tienen muy poco margen de maniobra ante las estructuras macroeconómicas, el FMI y la banca europea”.

¿Cinismo o ingenuidad?

Todo este descreimiento acerca de la política alberga aspectos paradójicos, como subraya el escritor Santiago Alba, autor de Túnez, la revolución (ed. Hiru). “Una reciente encuesta del CIS señala que el 76% de los españoles no está interesado en la política y desconfía de partidos, líderes e instituciones. La misma encuesta asegura que el 82% de los españoles, a pesar de eso, va a acudir a votar. ¿Es el colmo del cinismo o de la ingenuidad? Da la impresión de que para la mayor parte de los españoles las urnas son como el sexo ocasional en una noche de borrachera: no tienen la sensación de que comprometa ni a los votantes, ni a los partidos”.

Además, en España los ciclos políticos tienden a repetirse. “Son tan sencillos que asustan”, afirma César Rendueles, autor, junto a Slavoj Zizek y Jorge Alemán, de Arte, ideología, capitalismo (Ed. Círculo de Bellas Artes), para quien llevamos cuarenta años inmersos en el mismo esquema. “Hay una mayoría de electorado de centro izquierda, por lo que cuando vota mucha gente gana el PSOE. Después se desilusionan porque los socialistas llevan a cabo un programa que podría haber hecho perfectamente el PP, con lo que pierden votantes, y los populares ganan las siguientes elecciones, ya que su electorado es más fiel. Y de ahí se pasa a una mayor contestación en la calle”. A partir del 20-N, veremos si el 15-M consigue romper esa inercia y logra convertirse en protagonista de una contestación que se va a incrementar. Para Rendueles, partidos y sindicatos pueden aportar mucho, pero “la experiencia ha enseñado que no conviene que estén pilotando el avión.  Deben pensar en qué pueden aportar y no en decir a la gente qué tiene que hacer. Su primer papel es el de escuchar lo que se les dice”.

La contradicción de las democracias liberales

Esta crisis ha puesto de manifiesto, asegura Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencia política de la Universidad Complutense y autor de La transición contada a nuestros padres (Editorial Catarata), no sólo el alejamiento entre ciudadano y política, sino la contradicción en la que viven las democracias liberales. “En el momento en que han tenido que apostar por mantener el estado social o conservar la tasa de ganancia de las empresas financieras, han preferido mantener esta última. Por eso sale Zapatero diciendo que había tomado una decisión y que, por más que ese no fuera su programa electoral, iba a ejecutar los recortes que fueran necesarios. Si a eso se le añade la representación de poder que ha hecho Merkel, lo que le queda claro a la gente es que quienes mandan son los mercados internacionales y los banqueros alemanes. Nunca en la historia de la democracia española se ha visto tan desautorizada la política”.

¿No hay, pues, ninguna alternativa electoral? ¿No hay ningún partido que propugne algo distinto de lo que señalan los grandes fondos, las agencias de rating, los bancos, etc.? Para Alba, hay fuerzas que dicen cosas distintas a las de los grandes partidos, “pero están fuera de la luz y, si concurren a las elecciones, lo hacen en condiciones que les excluyen no sólo del Parlamento, sino de los medios de comunicación”. En cuanto a los grandes partidos, son conscientes de lo que hay: “si quieren gobernar tienen que renunciar al poder y, por supuesto, a cumplir sus promesas electorales, que -por lo demás- son cada vez más generalistas y anémicas. No es que el poder corrompa; es que el sistema está montado de tal manera que no se puede alcanzar el poder -el gobierno- sin haberse corrompido antes”.

En esa divergencia se sitúa el 15-M, apunta Alba, para quien el movimiento ha tenido y tiene un poder deslegitimador enorme. “Sirve para demostrar que la democracia y las elecciones discurren en paralelo; por desgracia la democracia no introduce ningún efecto real y las elecciones sí. Pero el 15-M, inesperado en su nacimiento y en su resistencia, representa el mayor salto cuantitativo de conciencia política en nuestro país desde 1931”.

Uno de los aspectos más llamativos de la campaña del 20-N es que está pasando notablemente desapercibida. En parte porque el resultado electoral parece definido, en parte porque la intensidad de la crisis y las presiones sobre Europa están haciendo que la realidad cotidiana quede sepultada entre noticias sobre bonos de deuda, posibles rescates y cambios de gobierno. Es precisamente este aspecto el que mejor entronca con uno de los argumentos centrales del 15-M, aquel que subraya hasta qué punto resulta irrelevante quién gobierne, toda vez que el contenido real de las políticas es dictado por las agencias de rating, los grandes fondos y las entidades bancarias sistémicas. Que los dirigentes europeos, democráticamente elegidos, estén siendo sustituidos por expertos de perfil técnico-financiero, es un buen ejemplo de esta deriva.