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Rajoy, arrodíllate ante los mercados
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LOS PODERES FINANCIEROS EJERCEN DE AUTORIDAD MORAL IMPLACABLE

Rajoy, arrodíllate ante los mercados

No somos Grecia, no somos Irlanda, no somos Portugal, no somos Italia, no somos…¿España? Con estas perogrulladas (subrayadas por cada uno de los gobiernos de estos

Foto: Rajoy, arrodíllate ante los mercados
Rajoy, arrodíllate ante los mercados

No somos Grecia, no somos Irlanda, no somos Portugal, no somos Italia, no somos…¿España? Con estas perogrulladas (subrayadas por cada uno de los gobiernos de estos países respecto a los demás) hemos tratado de escapar del ineluctable castigo de los sagrados mercados financieros. Como buenos chicos, en el Meridión de la Europa del euro un país tras otro ha ido haciendo los deberes exigidos para no ser devorado inmediatamente por esos impersonales seres, mantener su favor e intentar seguir viviendo bajo su amparo y con su bendición.

El éxito ha sido más bien poco por no decir ninguno. El mensaje que dice: “habéis sido muy malos, escandalosamente derrochadores y ha llegado la hora de que purguéis vuestros pecados, no protestéis o será peor”, sigue resonando a través de los altavoces de los socios que forman el núcleo duro (Alemania y Francia, grandes beneficiarios de la huida del dinero a los, por ahora, puertos seguros de la zona euro), de los bancos de estos países que hasta hace poco nos prestaban a manos llenas (engordando así el bonus de sus ejecutivos), del amigo americano y su banca de inversión (¿no eran ellos los que crearon el problema?), de los organismos internacionales tipo FMI, y de las agencias de calificación de deuda. Pero, ¿quién está detrás de esos megáfonos? ¡Ah, claro, los mercados financieros!, sucedáneos del ‘super-yo’ freudiano ante el que nos inclinamos temerosamente.

Ante este moderno Gargantúa cada país ha intentado que otro caminase por delante hacia las fauces del insaciable gigante, confiando en que tras tragarse a unas cuantas víctimas quedase ahíto y el pantagruélico banquete tocase a su fin. Todo es inútil, esfuerzos baldíos. Ayer mismo la voz profunda de los mercados se manifestó a través de los nuevos amos del universo apremiando a Rajoy (presidente virtual que, ojalá me equivoque, será el encargado de oficiar nuestra próxima rendición) para que se ‘ponga las pilas’ de inmediato, pues “los mercados no dan segundas oportunidades”. “¡Arrodíllate infiel!, y ándate con ojo” parece reclamar el gigante. En mi imaginación (en un tema tan grave sólo me queda recurrir al humor) aparecen aquellos jueces implacables del popular programa concurso de los setenta Un, dos, tres...responda otra vez, llamados ‘SuperCicutas’ y luego ‘SuperTacañones’, que siempre eran negativos, se alegraban de los fallos de los concursantes y procuraban evitar que los premios fuesen importantes.

Los bárbaros a las puertas de los Estados

Hace más de veinte años se público el superventas Barbarians at the Gate (Los bárbaros a las puertas), que relataba la compra de la corporación RJR Nabisco (entonces la mayor adquisición de la historia) por parte de inversores especializados en comprar compañías para luego ‘reestructurarlas’ (un eufemismo para trocearlas, acometer planes de despidos masivos y venderlas por partes). Entonces los mercados engullían empresas listas para ser digeridas. Hoy han cambiado su régimen alimenticio y quieren más, quieren países enteros. Es ahí donde está el big money, el gran pastel condimentado con los impuestos de todos sus habitantes. Se trata de descuartizar en semanas lo que tantos años ha costado armar: el sistema sanitario, el de pensiones, la enseñanza, la universidad, las distintas infraestructuras y otros activos de propiedad estatal. En definitiva, todo lo que no estuviese antes a su disposición y alcance. Resistirse a que esto ocurra, en absoluto significa oponerse a la eliminación de toda la burocracia sobrante que nunca debería haber existido, al cierre de instituciones públicas superfluas y de activos deficitarios de dudoso interés general, o a la obligada austeridad que debe caracterizar el manejo de lo público y a sus administradores.

Alemania y Francia exigen austeridad a Grecia, mientras con indisimulada hipocresía le siguen facturando miles de millones de euros al año en concepto de armamento. El estado griego paga religiosamente esas armas destinadas a mantener el equilibrio (si vis pacem para bellum) en su particular guerra fría con Turquía, un conflicto que, como ya denunció Daniel Cohn-Bendit en el Parlamento Europeo, podrían solucionar si quisieran las propias Alemania y Francia.

Nosotros nos mantenemos en una cuádruple ilusión: que hay otros mucho más ‘malotes’, que Italia actúe de muro de contención, que los sacrificios ya realizados nos salven de ser la próxima ficha en caer y que el cambio de gobierno satisfaga a Gargantúa. Si a esto le añadimos la posible creación de un fondo para amortizar deuda de 2,3 billones de euros (una nadería) ya podemos dormir tranquilos y con el temible ‘super-yo’ calladito.

Todos somos Grecia

Hacemos una particular interpretación de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, según la cual los más obedientes, asimilándolos a los más aptos, serán salvados de ser engullidos por los insaciables mercados financieros, que oculta la capacidad que tenemos de colaborar, de cooperar, de unirnos ante lo que nos amenaza a todos sin excepción. Como dijo el especialista en temas científicos Michael Shermer, en la prestigiosa revista Scientific American, los animales más aptos son aquellos que desarrollan practicas de lucha pero también de ayuda, dispuestos para la competición y también para la cooperación.

En estos momentos, la Europa unida con la que muchos soñaron está más que noqueada por el monstruo que hemos alimentado entre todos, y al que llamamos mercados financieros. Seguir con la táctica del sálvese quien pueda y señalar al vecino (acabo de oír a un representante de un partido denominado de izquierdas decir que Cataluña no es Grecia) ni ha dado ni va a dar resultado. Nuestra única oportunidad de sobrevivir pasa por manifestar que todos somos Grecia, Italia, Portugal, Irlanda o España, afirmar que todos pertenecemos, que todos somos uno y que nos negamos a ser el siguiente plato de ese largo menú que desde hace tiempo degustan estos tragaldabas y triperos mercados. Podemos rebelarnos frente a ellos y no acudir al degolladero como mansos corderos y en fila de a uno. Los islandeses, no sin grandes sacrificios, nos mostraron el camino.

No somos Grecia, no somos Irlanda, no somos Portugal, no somos Italia, no somos…¿España? Con estas perogrulladas (subrayadas por cada uno de los gobiernos de estos países respecto a los demás) hemos tratado de escapar del ineluctable castigo de los sagrados mercados financieros. Como buenos chicos, en el Meridión de la Europa del euro un país tras otro ha ido haciendo los deberes exigidos para no ser devorado inmediatamente por esos impersonales seres, mantener su favor e intentar seguir viviendo bajo su amparo y con su bendición.