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Es hora de devolver la educación a la ciudadanía
  1. Alma, Corazón, Vida
LOS DIRIGENTES SE HAN CONVERTIDO EN DUEÑOS DE AQUELLO QUE DEBÍAN GESTIONAR

Es hora de devolver la educación a la ciudadanía

En tiempos de campaña electoral resulta imposible hacer oídos sordos al cúmulo de palabras vacías, mentiras, falsas promesas y manipulaciones que utilizan los candidatos. Cuando soy

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Es hora de devolver la educación a la ciudadanía

En tiempos de campaña electoral resulta imposible hacer oídos sordos al cúmulo de palabras vacías, mentiras, falsas promesas y manipulaciones que utilizan los candidatos. Cuando soy yo el afectado por sus manifestaciones, el asunto no suele pasar a mayores. He desarrollado una inmunidad que me permite no aumentar mi indignación ante lo que ocurre. Hablando en plata, como puedo hacer poco más que “castigarles” sin mi voto, suelo darme por jodido (perdonen mi francés). Pero cuando el tema afecta a futuras generaciones, no puedo quedarme quieto, algo me llevar a denunciar las estupideces que escucho. En particular, me enfurece ver el maltrato que se le da a la cuestión educativa y la simpleza de los planteamientos.

Dentro del proceso de ‘borreguización‘ de la cuestión, las muy repetidas declaraciones del candidato socialista (uno más en la ya larga lista de distintos gobernantes que han contribuido al penoso estado de la educación en nuestro país) merecen ser analizadas. Nos viene a decir que el recorte en la enseñanza pública afecta a aquellos que no se pueden permitir la enseñanza privada y que, debido a los recortes en educación que pretenden los populares, los hijos de esta gente “no van a poder progresar”. Queda así establecido, por todo un ex vicepresidente del gobierno, que la enseñanza pública es la que queda para los menos favorecidos y la privada para los que pueden pagarla (los favorecidos, pudientes o ricos en versión maniquea).

Aquí es donde me planto. Con todo mi respeto, Sr. Pérez Rubalcaba: NO. Cuando un pueblo delega, o le obligan a hacerlo, la escolarización (pública o privada, ambas marcadas por la política de turno) de sus menores en el estado, lo hace en la confianza de que éste desarrollará una educación mejor que cualquier otra alternativa. La enseñanza pública (gratuita y universal, laica e integral) desarrollada por el gobierno, debería ser y debe ser la mejor posible para los recursos disponibles, la primera elección, y no la alternativa para quien no puede acceder a la privada. Esa es la base del contrato implícito en la cesión al estado de este asunto de crucial importancia. Quienes por los motivos que sea (de creencia, de comodidad u otros) quieran otra cosa están en su derecho de financiarla. Parece de puro sentido común y también parece olvidado en la noche de los tiempos.

La educación, juguete roto

Conviene recordar que, muchos años atrás, los pueblos dejaron en manos de los administradores de la cosa pública (en casos como el de los EE.UU. no sin una fuerte oposición) el poder para decidir qué aspectos del ser humano debían ser desarrollados, potenciados y explotados. El objetivo era construir sociedades productivas exitosas. El sistema educativo se constituye en los cimientos de una compleja realidad de normas, leyes, creencias, mecanismos de control, valores de eficacia y rentabilidad, miedo a lo desconocido, competitividad, mensajes condicionantes, territorialidad, abusos, divisiones, consumismo, necesidades creadas, dependencias, híper-desarrollo material combinado con grandes bolsas de pobreza, enfrentamiento de pueblos y olvido de nuestra propia condición. Mucha tecnología y poca técnica, gran eficacia y excelencia (¡cómo se les llena la boca a los políticos con esta palabra!) y pequeño humanismo.

Para sostener ese imponente edificio, se hace imprescindible que un ser humano pase la primera parte de su vida (entre 16 y 25 años) aprendiendo los códigos y adquiriendo conocimientos para poder sobrevivir en la compleja realidad a la que pertenece. La educación adquiere otro sentido, pasando a ser una cantera de recursos humanos gestionada por políticos. Ellos administran la mayor riqueza del país, millones de niños listos para ser educados según sus deseos y su visión. Cuando los ciudadanos hemos empezado a sentir que algo no va bien, que el sistema escolar está hecho unos zorros y que el desarrollo alcanzado no es ni mucho menos satisfactorio, hemos descubierto que ¡los gobernantes se han convertido en dueños de aquello que debían gestionar!

Apegados a sus creaciones, a sus fórmulas de siempre, a la visión de épocas pasadas, los dueños de la educación la han llevado a un estado de asfixia y agonía, la han convertido en un juguete roto. Ellos solos y entre todos, sin distingo de partidos o ideologías, la humillaron, la apedrearon, la prostituyeron, la afearon y la debilitaron. Por momentos le pusieron trajes nuevos, maquillaje y vuelta a apalear. Mientras tanto, todo un pueblo cautivo permanece en la obligación de invertir los primeros 20 años de sus vidas para seguir siendo esclavos de un sistema que ha desahuciado a la verdadera educación.

Rompamos el contrato

Si quienes llevan las riendas del estado son incapaces de cumplir con el contrato, rompámoslo y exijámosles que devuelvan al pueblo la capacidad de dar a sus hijos la mejor educación posible. Ya que han demostrado su ineptitud para manejar la piedra angular de nuestro futuro, déjennos intentarlo a nosotros. Difícilmente lo haremos peor. Eso sí, devuelvan también los recursos que manejan para ello. Podrán así tomarse un respiro y descansar de las múltiples exigencias que les ocupan y, como se concluye del poema XVII del Tao Te King (libro lleno de sabiduría que escribió hace más de 2.500 años Lao Tse), figurarán en los libros de historia con letras de oro. Aquí les adjunto las sabias palabras del místico chino.

Los mejores soberanos,
el pueblo apenas sabe que existen;
después vienen aquellos a quienes ama y ensalza;
después, aquellos a quienes teme,
y finalmente aquellos a quienes desprecia.
Cuando no gozan de la confianza del pueblo,
la pierden, y entonces recurren a los juramentos.
Con los mejores ocurre que, una vez que han terminado su obra,
el pueblo dice: “Lo hemos hecho nosotros mismos”.

En tiempos de campaña electoral resulta imposible hacer oídos sordos al cúmulo de palabras vacías, mentiras, falsas promesas y manipulaciones que utilizan los candidatos. Cuando soy yo el afectado por sus manifestaciones, el asunto no suele pasar a mayores. He desarrollado una inmunidad que me permite no aumentar mi indignación ante lo que ocurre. Hablando en plata, como puedo hacer poco más que “castigarles” sin mi voto, suelo darme por jodido (perdonen mi francés). Pero cuando el tema afecta a futuras generaciones, no puedo quedarme quieto, algo me llevar a denunciar las estupideces que escucho. En particular, me enfurece ver el maltrato que se le da a la cuestión educativa y la simpleza de los planteamientos.