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Virgencita, virgencita, que me quede como estoy
  1. Alma, Corazón, Vida
¿POR QUÉ PREFERIMOS LA PASTILLA AZUL A LA TIERRA PROMETIDA?

Virgencita, virgencita, que me quede como estoy

En muchas ocasiones, y sobre todo cuando han pintado bastos, me he preguntado por qué tanto a nivel personal como colectivamente nos aferramos a situaciones incómodas

Foto: Virgencita, virgencita, que me quede como estoy
Virgencita, virgencita, que me quede como estoy

En muchas ocasiones, y sobre todo cuando han pintado bastos, me he preguntado por qué tanto a nivel personal como colectivamente nos aferramos a situaciones incómodas e incluso dolorosas, por qué nos cocemos lentamente hasta abrasarnos en lugar de intentar algo mejor, más sano, más satisfactorio, de escapar del agua puesta al fuego. En el ámbito de lo individual me preguntaba: ¿Qué nos detiene cuando estamos insatisfechos con alguna circunstancia de nuestra vida y no damos el paso para cambiarla? Trasladada a lo colectivo, como comunidad del tamaño que se prefiera, la cuestión sería: ¿Qué nos impide intentar un sistema mejor, más justo para la gran mayoría, que no margine a cada vez más gente, de seres más libres? Ámbitos micro y macro que se unen en el dicho que afirma que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Los seres humanos caemos en la paradoja de querer seguir anclados a una experiencia, a una realidad que en su mayor parte y para la gran mayoría no es nada agradable. No hablo sólo en términos globales que puedan parecernos muy lejanos, con un mundo que bien parece el infierno en cuanto a las condiciones de vida que padecen sus habitantes, sino también de nuestra propia sociedad, sobre la que cae una lluvia de cifras cada vez más escalofriantes (no sé adjetivar de otra manera datos como el del 22% de hogares españoles sumidos en la pobreza) y que asiste a un espectáculo lamentable: corrupción y abusos del poder político y económico, mayor desigualdad, insolidaridad, violencia, etc.

A lo largo de la historia ésta creencia parece haber sido sostenida desde tiempos bíblicos. Ya en el Éxodo, Moisés se enfrenta en repetidas ocasiones al pueblo israelita en su camino hacia la tierra prometida (“una tierra nueva y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”). Éstos, que en numerosas ocasiones pidieron socorro a Dios desde su esclavitud en Egipto, tras ver atendidas sus plegarias recriminaban a quien fue salvado de las aguas que les sometiese a tan duro camino hacia su libertad. “¿No te decíamos que nos dejaras tranquilos sirviendo a los egipcios; que era mejor que servirlos a ellos que morir en el desierto?” y “¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y nos hartábamos de pan!, se quejaban. No abundan los ejemplos de quienes han preferido morir de pie que vivir de rodillas. Canjeamos la posibilidad de un mundo mejor, de una alternativa viable al degradado sistema en que vivimos, por un plato de lentejas

Si quitamos los calificativos de bueno y malo, el asunto se hace todavía más interesante. El refrán-creencia queda entonces así: mejor lo conocido que lo por conocer (lo desconocido). Y la pregunta: ¿Por qué me quedo en lo que conozco antes de ir hacia lo desconocido? La paradoja escala a un nivel más alto pues por su esencia el ser humano cambia, evoluciona, mientras que esta creencia va en contra de su naturaleza. Todos los seres seguimos el ritmo de la vida, pero los humanos tenemos una consciencia (al parecer a diferencia del resto) que nos hace creer que todo cambio o movimiento puede significar pérdida. Las variaciones y mudanzas, externas e internas, nos generan miedo, inseguridad. Nos comportamos como seres dóciles que creen que transformar, renovar, cambiar, supone caos, lo cual nos horroriza.

No pocos se deprimen cuando llega la jubilación

Incluso cuando la vieja situación fuese horrible una voz dentro de nosotros grita: ¡Virgencita, virgencita que me quede como estoy! Los ejemplos son numerosos: En general llevamos mal llegar a la edad madura y al caer los años unas y otros comienzan a ‘tunearse y recauchutarse’; no son pocos los que se deprimen cuando llega la jubilación después de haber maldecido el trabajo toda la vida. Reflejamos así nuestros miedos y no afrontamos lo inevitable. El cambio supone despedirse de lo anterior, hacer el duelo que sea preciso y abrirse a lo nuevo con esperanza.

Ante la que está cayendo, añoramos viejos tiempos y nos movilizamos poco para cambiar un modelo económico y social que a todas luces no funciona y seguirá sin funcionar por mucho que las cifras que miden el devenir económico cambien de signo o de color. Preferimos volver a lo que había antes de la crisis en lugar de intentar algo nuevo, de cultivar un terreno donde no pueda enraizarse la mala hierba que invade el sistema.

Hace tiempo que impera la barbarie en nuestra sociedad (los males actuales que la aquejan no son precisamente nuevos) sólo que por momentos estaban disimulados por un entramado de falsa prosperidad. Aún así, preferimos volver a lo anterior. Para muestra un botón: Queremos revitalizar el maltrecho sistema bancario sabiendo que beneficia a unos pocos, que su mala praxis la pagamos todos, que nos esquilman, que sus gerentes siguen percibiendo retribuciones millonarias, etc., etc., etc., ¿Por qué? Porque nos han metido el miedo a que lo contrario sería el acabose. Y lo hemos creído.

Quienes mandan, el Poder con mayúsculas, sí que cambian las cosas. Crean cada día más y más mecanismos para amedrentarnos, fomentar la creencia de caos y mantenernos mansos y dóciles. Con algunos no lo logran. Son aquellos que han ido hacia algo nuevo, que salen de esa zona aparentemente segura. Son llamados locos, pirados, delirantes, incluso suicidas. Son incómodos para el poder, que a veces acaba plegándose a ellos. Algunos triunfan y otros no, unos pocos son conocidos (desde Galileo hasta Steve Jobs pasando por Da Vinci, Nietzsche, Picasso o Dylan, desde Jesucristo o Buda hasta Teresa de Calcuta) y la mayoría permanece en el anonimato.

Esas personas han optado por no seguir condicionados por un mandato que les impedía crear, re-crearse, explorar, y también auto-conocerse y así conocer el poder que tenemos los seres humanos. ¿Son iluminados o elegidos? No, pero decidieron saltar del puchero apoyados en una gran confianza en sí mismos, en que merecía la pena probar algo nuevo y conscientes de que las condiciones y modelos de vida fueron creadas por hombres que a su vez decidieron creer que eran las únicas posibles, que no había alternativa.

Esta reflexión me recuerda a la escena de la película Matrix en la que Morfeo dice a Neo: “Viniste por algo que sabes, no puedes explicarlo pero lo sientes, lo has sentido toda la vida: que hay algo mal en el mundo. No sabes lo que es pero ahí está, como una astilla en tu mente, volviéndote loco... Sabes de lo que estoy hablando: De Matrix....... y la percibes al ir a trabajar, al ir a la iglesia, al pagar impuestos. Es el mundo que han puesto ante tus ojos para que no veas la verdad”. “¿Qué verdad?” pregunta Neo. “Que eres un esclavo, Neo. Igual que los demás naciste cautivo, naciste en una prisión que no puedes probar, tocar, ni oler; una prisión para tu mente. Por desgracia a nadie se le puede decir lo que Matrix es, tendrás que verlo por ti mismo. Es tu última oportunidad, después ya no hay marcha atrás: si tomas la pastilla azul fin de la historia, despiertas en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja te quedaras en el país de las maravillas y yo te enseñare hasta donde llega la madriguera de conejos”.

En muchas ocasiones, y sobre todo cuando han pintado bastos, me he preguntado por qué tanto a nivel personal como colectivamente nos aferramos a situaciones incómodas e incluso dolorosas, por qué nos cocemos lentamente hasta abrasarnos en lugar de intentar algo mejor, más sano, más satisfactorio, de escapar del agua puesta al fuego. En el ámbito de lo individual me preguntaba: ¿Qué nos detiene cuando estamos insatisfechos con alguna circunstancia de nuestra vida y no damos el paso para cambiarla? Trasladada a lo colectivo, como comunidad del tamaño que se prefiera, la cuestión sería: ¿Qué nos impide intentar un sistema mejor, más justo para la gran mayoría, que no margine a cada vez más gente, de seres más libres? Ámbitos micro y macro que se unen en el dicho que afirma que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.