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De arrastrar una botella de oxígeno a pedalear desde Valencia hasta Murcia
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UN TRASPLANTADO DE LOS DOS PULMONES SE CONVIERTE EN CICLISTA PRO-DONACIONES

De arrastrar una botella de oxígeno a pedalear desde Valencia hasta Murcia

Durante muchos años Jon T. Larrañaga tenía que pasarse las 24 horas del día enganchado a su botella de oxígeno, recurriendo a la silla de ruedas

Foto: De arrastrar una botella de oxígeno a pedalear desde Valencia hasta Murcia
De arrastrar una botella de oxígeno a pedalear desde Valencia hasta Murcia

Durante muchos años Jon T. Larrañaga tenía que pasarse las 24 horas del día enganchado a su botella de oxígeno, recurriendo a la silla de ruedas para ir a ciertos lugares, sufriendo sensación de ahogo con cada esfuerzo que realizaba. Sufría un enfisema pulmonar y en los últimos momentos la situación era tan grave que ni podía mantener una conversación y era, como él mismo dice, “piel y hueso pegado, nada más”.

Pero tenía ganas, le quedaba optimismo, seguía apegado a la vida. Tanto que cuando aparecieron dos pulmones provenientes de un donante anónimo, los médicos decidieron trasplantárselos a él, al hombre optimista, a pesar de que su cuerpo estaba en una situación tan mala como para haber sido rechazado.

Y vaya ojo clínico tuvieron los médicos, porque aquel hombre de 48 años que no era más que piel y huesos se ha convertido hoy, tres años después, en un portentoso ciclista que recorre la geografía española sobre una bicicleta para dar las gracias a la familia de aquel donante anónimo que le devolvió a la vida.

De hecho, cuando despertó tras haber recibido el trasplante, consiguió quitarse el tubo a través del cual respiraba y dio una enorme bocanada de aire pensó: “Ésta es una bocanada de vida”, tal y como explica a El Confidencial.

“Mi objetivo con el trasplante era poder salir a tomar algo y poder mantener una conversación normal”, explica. Pero se le fue de las manos, y el día que la Asociación de Deporte y Trasplantados de España le invitó a cubrir una ruta ciclista que saliera desde el Hospital La Fe de Valencia (donde él mismo fue operado) hasta la catedral de Murcia, aceptó. Sólo llevaba dos meses y medio entrenando, pero allá fue. Desgraciadamente, una aparatosa caída le impidió llegar a la meta, pero lejos de achantarse, este año lo ha vuelto a intentar.

Y lo ha logrado. El sábado, Jonpedalea, como se le ha apodado, se pasó 10 horas sobre la bicicleta para cubrir los 230 kilómetros que separan Valencia de Murcia y recordar a todo el que quiera recoger el guante la importancia de las donaciones. Además de eso, la idea es también animar a la gente a que se suba a la bicicleta y haga ejercicio para evitar que en un futuro necesite un trasplante.

Según confiesa, para él supone un “grandísimo esfuerzo” entrenar y dedicarse a la bicicleta. “Pero tiene una enorme recompensa, y son los mails que recibo. La gente que me da ánimo, los que me cuentan que siguiendo mi ejemplo están haciendo cosas”. Si ‘sólo’ se tratase de un reto personal, confiesa, no hubiera seguido.

Pero también le ayuda pensar en él mismo y en los años en que sus pulmones no le dejaban vivir. “A veces veo un puerto durísimo y me dan ganas de bajarme de la bici, pero pienso, si he llegado hasta aquí, con lo que era en su día que no podía ni moverme, venga, para arriba”.

Facilitar la donación

Más allá del agradecimiento a los donantes y el ejemplo a los trasplantados, Larrañaga lucha por conseguir que la condición de donante sea más fácil de conseguir y más visible para todo el mundo. “Debería constar en el DNI porque, ahora mismo, ¿quién sabe lo que tiene que hacer para convertirse en donante?”, se pregunta.

Lo cierto es que las donaciones de órganos han crecido un 8,2% en España durante los primeros ocho meses de 2011 respecto a las cifras del mismo periodo de 2010, año en el que esta cifra experimentó su primer descenso en una década. Para Jon Larrañaga es fundamental que la población se conciencie y le pierda miedo porque, tal y como él mismo ha demostrado, “donar es regalar vida”.

Durante muchos años Jon T. Larrañaga tenía que pasarse las 24 horas del día enganchado a su botella de oxígeno, recurriendo a la silla de ruedas para ir a ciertos lugares, sufriendo sensación de ahogo con cada esfuerzo que realizaba. Sufría un enfisema pulmonar y en los últimos momentos la situación era tan grave que ni podía mantener una conversación y era, como él mismo dice, “piel y hueso pegado, nada más”.

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