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Indignarse o no indignarse…
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Indignarse o no indignarse…

Esta semana mucha gente se ha indignado con los indignados, y uno no puede dejar de preguntarse si tanta indignación sirve de algo o no. Si

Esta semana mucha gente se ha indignado con los indignados, y uno no puede dejar de preguntarse si tanta indignación sirve de algo o no.

Si me diesen un duro por todas las veces que me ha indignado alguien o algo, supongo que estaría forrada. Porque indignarse es fácil. Es el modo adulto y sofisticado de dar una pataleta de rabia y frustración contra la vida o contra los demás. Pararse en seco, renunciar a seguir y apalancarse en el NO como respuesta a todo y a todos.

Que levante la mano el empresario endeudado o autónomo agotado que no querría indignarse también un rato. Pero no pueden. Tienen que seguir trabajando, seguir contratando, seguir pensando en cómo crecer de nuevo. La vida y los negocios no dan tregua ni esperan a que uno se deprima con su pataleta indignada. Nos llaman a seguir luchando con todo nuestro esfuerzo.

Ayer estuve en un desfile de moda benéfico de la fundación “Best Buddies”, o en español, mejores amigos. Varias parejas formadas por un adulto discapacitado intelectual y un amigo voluntario lucieron trajes donados por grandes marcas en la pasarela. Lo mejor de todo fue escuchar a varios voluntarios universitarios explicar cómo sus amigos discapacitados les daban lecciones de humanidad. Y es que todas esas personitas diferentes a las que solemos ignorar en la calle viven vidas mucho más difíciles que las nuestras. Sin indignarse. Tirando para adelante como pueden.

El problema es que confundimos la indignación con la acción. Indignarse puede llegar a ser muy aparentoso cuando uno chilla a los micrófonos, acosa a unos políticos y se manifiesta ruidosamente sin pensar en el perjuicio a los demás. Pero no resuelve nada porque no aporta nada nuevo. Es un gigantesco e infantil NO.

Indignarse es exactamente lo contrario a emprender, enfrentarse a los retos y superarse para resolverlos airosamente. Emprender nos abre puertas de futuro, nos muestra nuevas posibilidades y nos llama a ser más de lo que somos ahora. Si hay algún futuro para nuestra economía, claramente no va a venir de la mano de la indignación, sino de otro tipo de mentalidad adulta y valiente.

Y nuestros jóvenes no son los únicos que pecan de relajarse en la indignación. De hecho, no hacen sino repetir lo que los demás les enseñamos. A este paso hasta los niños dejarán de crecer y soñar con ser mayores para montar un campamento indignado enfrente del televisor.

De modo que en lugar de indignarnos con el circo mediático que vemos cada día, sería mucho más productivo pasar a la acción y emprender alguna iniciativa que mejore la vida de alguien. Aunque no sea más que dedicarle tiempo cada semana a un adulto discapacitado. Esto ya es una acción productiva. Pequeña para algunos, pero enorme para sus beneficiarios y las familias de estos.

La vida está hecha para frustrarnos hasta nuestros límites. En nuestros límites es donde afilamos el ingenio y desarrollamos nuestras habilidades. Siempre que respondamos con acción, emprendimiento, voluntad y esfuerzo.

Como leí hace un poco, “a nadie le dan un premio por acomodarse en la plena felicidad”. Por eso nos parece todo tan complicado. Y no creas que los galácticos empresarios y las millonarias bellezas se libran de la frustración. La viven tan intensamente como tú y como yo en un mundo donde el dinero o la belleza no significan nada más que el modo de compararse con el contrario.

La próxima vez que indignes, piensa otra vez. Que te des un ratito de descanso de tanto luchar es humano, pero que te apoltrones en la queja y exijas a todos que te den la razón es una renuncia a tu propia valía. Y una gigantesca pérdida de tiempo. 

 

Esta semana mucha gente se ha indignado con los indignados, y uno no puede dejar de preguntarse si tanta indignación sirve de algo o no.