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¿Sabes pelear cuando hace falta?
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¿Sabes pelear cuando hace falta?

Esto parece una pregunta retórica, dados los comentarios que leo a menudo a esta columna. Claramente tenemos muchos lectores peleoneros en esta columna, pero ¿qué puedo

Esto parece una pregunta retórica, dados los comentarios que leo a menudo a esta columna. Claramente tenemos muchos lectores peleoneros en esta columna, pero ¿qué puedo decir? ¡A mí me encanta la gente peleona! Ahora en serio, lo difícil de la guerra es acertar en el punto medio necesario. Todos pecamos por exceso o por defecto la mayoría de las veces, y cada pecado, en el fondo, es una oportunidad para aprender sobre nuestras propia necesidad inconsciente de luchar luchas inacabadas, o de huir de las luchas aún no empezadas.

Tanto el exceso de pelea como la falta de pelea son perjudiciales para los negocios. No hay más que echar un vistazo a los equipos directivos, los consejos o los comités ejecutivos. Cuando un cliente me dice que en su equipo todo va bien y no se pelean casi nunca, se me pone cara de póker.  Se supone que los dirigentes deben estar luchando por crear el máximo valor posible para sus accionistas con los mínimos recursos necesarios. Esto nunca puede ser un paseo en el parque. Si es demasiado fácil es porque hay despilfarro, vaguería, o lo peor de todo, falta de compromiso.

Los equipos directivos que no se pelean nunca, con brutal franqueza, se están tocando un pie. Su deber es apasionarse por su visión personal, competir con sus equivalentes para demostrar su superioridad y mejorarla con las aportaciones criticonas de sus contrarios. Cuando no hay pelea en un comité ejecutivo, falta pasión.  Y sin pasión, no se hacen grandes cosas. Sólo se mantienen las que hicieron otros en el pasado…en los tiempos que corren, es aún más difícil de lo que parece.

Pero en la cultura moderna del siglo XXI todos nos hemos vuelto demasiado finos para pelear. Ponemos cara de superioridad cuando afirmamos que pelearse es de animales brutos, mamíferos sin civilizar, locas sin medida. Negamos lo que nos resulta difícil mirar. Las mujeres en particular solemos hacerles muchos ascos a las discusiones de negocios, cuando en la pareja somos las primeras que sacamos las pinturas de guerra. Irónico, ¿no? Quizás sea porque nos apasiona mucho más el futuro de nuestra familia que el de las empresas para las que trabajamos….pero este es otro debate para otra columna peleona de las mías.

Lo cierto es que la pelea, el conflicto y el desacuerdo encendido son vehículos creadores de valor. Lo que mata el valor son los estancamientos: Las peleas repetitivas y predecibles que siempre vuelven al mismo punto porque los contrincantes no saben negociar y se niegan a aprender la lección. Mientras el conflicto sirva para aclarar posiciones, afinar intenciones y aprender de los propios errores, es un conflicto creador. Aunque duela.

¿Cuál es la dosis adecuada? Depende de muchísimos factores, como son la dificultad del reto a conseguir, la preparación de los miembros del equipo, su capacidad para gestionar la presión y la eficiencia de su coordinación interna. En un equipo muy bien preparado y muy bien comprometido, se suelen suceder intervalos de paz con intervalos de guerra, marcados por el ritmo al que los somete el líder que elige los retos empresariales. Si suben mucho las peleas tal vez haya que frenar el plan de ataque, y si no hay pasión puede ser necesario aumentar el nivel de ambición.

Si las peleas son demasiado frecuentes y demasiado intensas para el nivel de dificultad impuesto por el mercado, quiere decir que el equipo debe hacer los deberes. Han quedado rencillas no resueltas que empujan a todos a pelear más de lo necesario. También influyen mucho los duelos individuales. En tiempos revueltos como estos las emociones están a flor de piel. Muchos preferimos pelearnos con un amigo o un colega, que tiene piernas de carne y hueso a las que patalear, que enfrentarnos a la enorme e impersonal incertidumbre. Sobre todo si estamos en pleno proceso de pérdida de status social, patrimonio personal, bienestar físico o sueños de grandeza.

Sin duda, la mejor señal de que uno sabe pelear en la medida justa es que sea capaz de hablarse en tono civilizado y reconciliador con todos y cada uno de los contrincantes que ha tenido. Si eres capaz de reconocer lo que hiciste mal en cada discusión, y te atreves a dar las gracias por el aprendizaje que obtuviste, no habrá enemigo alguno que te guarde rencor. Así es como te haces más noble y más humano: Atreviéndote a defender tus ideas, aprendiendo a usar sólo la agresión estrictamente necesaria en cada ocasión, y siendo respetuoso con el dolor que infringes en cada estacada. La nobleza no se plasma en títulos heredados gratuitamente de otros. Se demuestra al andar, y pelear, cada día del presente.

Esto parece una pregunta retórica, dados los comentarios que leo a menudo a esta columna. Claramente tenemos muchos lectores peleoneros en esta columna, pero ¿qué puedo decir? ¡A mí me encanta la gente peleona! Ahora en serio, lo difícil de la guerra es acertar en el punto medio necesario. Todos pecamos por exceso o por defecto la mayoría de las veces, y cada pecado, en el fondo, es una oportunidad para aprender sobre nuestras propia necesidad inconsciente de luchar luchas inacabadas, o de huir de las luchas aún no empezadas.

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